jueves, 26 de noviembre de 2009

Un hogar más feliz


¿Cuál es la mayor lacra de las familias de hoy? Según el doctor James Bossard, antiguo profesor de sociología de la Universidad de Pensilvania que dedicó 40 años al estudio de los aspectos más descuidados de la vida familiar, es el modo en que los padres hablan delante de sus hijos. Luego de analizar extensas grabaciones de los intercambios que se dan a la hora de comer, el doctor Bossard escribió: «Jamás imaginé que detectaría un patrón en tales conversaciones familiares. En realidad sólo me proponía averiguar de qué se hablaba en la casa. Pero con asombro descubrí que todas las familias seguían ciertos hábitos de conversación bien marcados y que el más corriente de todos era el de criticar. »En esas familias casi nunca se dice nada bueno de nadie. No paran de quejarse de sus amigos, de sus parientes y de sus vecinos, de casi todos los aspectos de su vida, desde las largas colas de los supermercados hasta la estupidez de su jefe. »Ese ambiente familiar constantemente negativo tiene un efecto desastroso en los niños, de los que un alto porcentaje es antisocial y goza de escasa aceptación entre sus compañeros. Esa pauta de hostilidad que se da en las familias conduce a conflictos entre los miembros de las mismas. Inevitablemente las comidas se convierten en una ronda de insultos y altercados. Los chicos interiorizan ese patrón de comportamiento y luego tienen dificultades para relacionarse con los demás. »Hace muchos siglos —destaca el doctor ­Bossard— un gran Maestro nos indicó que es mucho más importante lo que sale de la boca que lo que entra en ella». Ese maestro fue Jesús, y esas sabias palabras se encuentran en Mateo 15:11. Jesús también dijo: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Si el alma de una persona es superficial, egoísta y mezquina, todos esos defectos se ven reflejados en las palabras que brotan de sus labios. En cambio, cuando alguien está bajo el control del Espíritu Santo, las palabras que pronuncia irradian la luz divina, por cuanto Cristo es luz (Juan 1:4; 8:12). Las palabras de una persona llena del Espíritu de amor de Dios ejercen una atracción magnética sobre los demás. Cuando el corazón arde con amor divino, no es preciso esforzarse por expresarse con sentimiento o ternura, pues todas las palabras que uno dice tienen un sabor y una fuerza que emanan de la profundidad interior. ¿Aspiras a decir siempre las palabras justas, en el momento oportuno y tal como conviene, de modo que tengan un efecto bueno y duradero? Eso puede parecerte casi imposible, y es que humanamente hablando, lo es. Mas no así cuando das lugar a que el Espíritu del Cristo viviente hable a través de ti. ¿Cómo se logra eso? ¿Cómo puede estar uno tan lleno del Espíritu de Cristo que este lo guíe en todo lo que diga? Sólo es dable cuando se pasa tiempo con Él, alimentándose de Su Espíritu y de Su amor. Es imperativo que te tomes tiempo para leer Su Palabra escrita, la Biblia, y embeberte de Su Espíritu, dejando que te hable en tus ratos de oración y reflexión. Si no haces eso, cuando más lo desees y más lo necesites no te van a salir las palabras oportunas. Es probable que lo que emane de tu boca sea superficial, insípido y negativo. En cambio, si das cabida a Jesús en tu interior y pasas ratos en Su presencia, absorbiendo Su amor y Su Espíritu, «de lo más profundo de tu ser brotarán ríos de agua viva» (Juan 7:38, LBLA). El problema no radica en la lengua, sino en el corazón. Las palabras son el medio por el que comunicamos a los demás lo que abriga nuestro corazón. Jesús enseñó que las palabras revelan nuestro estado interior: «El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas» (Mateo 12:35). No hay, pues, modo alguno de cambiar el tenor de nuestras palabras, como no sea transformando el espíritu del que brotan. Se precisa una transformación del corazón. Si lo que necesitas es un giro de esa naturaleza, comienza por rezar: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí» (Salmo 51:10). Dedica luego tiempo a Jesús —fuente de toda bondad, amabilidad y mansedumbre— y en breve profundizarás tu relación con Él y te darás cuenta de que tus palabras transmiten Su Espíritu e influyen más para bien en las personas con quienes tienes relaciones afectivas.

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