martes, 10 de noviembre de 2009

Un error del que jamás me arrepentiré


Un sábado por la tarde la policía me detuvo para una verificación de rutina de los papeles del auto. Me llevé tremendo disgusto al darme cuenta de que por un descuido se me habían vencido ciertos papeles. Me llevaron directamente a la cárcel. Siendo sábado por la tarde, no había nada que hacer hasta el lunes. «Pasaré un fin de semana de perros», me imaginé. Sin embargo, el Señor se proponía otra cosa. Iba a sacarle sumo provecho a mi metida de pata. Compartí una celda con otros cuatro hombres detenidos por delitos más graves. Al darme cuenta del sombrío futuro que les aguardaba, rapidito dejé de autocompadecerme. Me decidí a hablar a mis compañeros de celda acerca del perdón y la esperanza que podían hallar en Jesús. El preso más joven —un muchacho de 27 años acusado de homicidio— fue el primero en rezar conmigo para aceptar al Señor. Al ver aquello, los otros tres me ofrecieron parte de su comida y una cama (no había camas para todos). Conversamos y continué explayándome sobre el gran amor que Dios tenía por ellos. El lunes me llevaron ante el juez, quien me impuso una multa y de ahí me dejó en libertad. Antes de irme, prometí a mis compañeros de celda que pronto los visitaría y solicité autorización para hacerlo. El domingo siguiente volví a la cárcel, esta vez en circunstancias más favorables. Recibieron muy agradecidos los folletos y los pequeños obsequios que les llevé: azúcar, té y pan. Los cuatro hombres con quienes había compartido la celda me ayudaron luego a repartir folletos entre los demás presidiarios y visitantes. Mi esposa y yo continuamos visitando y atendiendo espiritualmente a aquellos presos. Nos ha conmovido mucho ver que la desesperación va dando paso al sosiego y la felicidad en la vida de quienes llegan a conocer a Jesús como amigo entrañable y compañero constante. Actualmente reciben la revista Conéctate y otras publicaciones de la Familia que contribuyen a edificar la fe. Asimismo, continúan divulgando entre los otros reos el mensaje del Señor. Dios obra de formas misteriosas y a veces hasta se vale de nuestros errores —como aquel descuido mío con los papeles del auto— para llevar a cabo Sus propósitos.

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