domingo, 8 de noviembre de 2009

Tú también puedes obrar milagros


Lo que Dios ha hecho por otras personas, puede hacerlo también por ti. Jesús prometió a Sus seguidores un poder asombroso, sobrenatural, sobrehumano, milagroso: «El que en Mí cree, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque Yo voy al Padre» (Juan 14:12). Esa promesa ha estado vigente durante dos mil años, durante los cuales un sinnúmero de cristianos ha hecho realidad esas obras mayores. Dios comunicó poder a personas comunes para que obraran milagros. Y ese mismo poder puede obrar milagros por medio de nosotros si tan sólo creemos en la Palabra de Dios y actuamos en consecuencia. El problema es que la mayoría de las personas relegan las promesas divinas al pasado, o sólo les conceden vigencia en un futuro lejano. Para ellas, el pasado fue prodigioso, sobrenatural y lleno de gloria, con todos aquellos héroes de la fe que obraban milagros y ángeles que intervenían en favor del pueblo de Dios. Paralelamente, consideran que el futuro, en el Cielo, va a ser estupendo y milagroso. Pero no creen que ninguna de esas cosas pueda suceder en la actualidad. Dicen: —Naturalmente, no se puede esperar que ocurra algo así hoy en día. Pero eso no es lo que dice la Biblia. «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebreos 13:8). Dios sigue siendo un Dios de milagros. Nada le impide volver a hacer lo que ha hecho antes. Ese prodigioso poder no sólo es válido para el futuro, sino para hoy mismo, siempre que lo necesitemos y tengamos fe para obtenerlo. Si en el período del Antiguo y el Nuevo Testamento y asimismo durante los últimos dos mil años muchas personas insignificantes obraron milagros a montones, lógicamente los cristianos de hoy en día tenemos la misma capacidad para obrarlos. No es preciso que esperemos a que sobrevenga la Gran Tribulación, o comience el Milenio, o se regenere la Tierra. Podemos hacerlo ahora mismo. Son demasiados los cristianos que pretenden justificar su carencia de fe o procuran eludir la tarea que el Señor les ha encomendado alegando que eso no se nos aplica a nosotros, que no es para ellos, que aquellas manifestaciones eran exclusivamente para los días milagrosos de antaño. Afirman que Él no espera eso de ellos, no ahora. Tratan de rehuir el cumplimiento de los preceptos divinos, entre ellos el de dar testimonio de su fe y obrar milagros para ayudar a la gente. Ese era el único motivo por el que Jesús obraba milagros. No lo hacía para jactarse de Su poder o alardear de que era un gran milagrero, ni siquiera para demostrar que era el Hijo de Dios. Hacía milagros porque tenía compasión de las multitudes (Mateo 14:14). Obraba portentos por el bien de los demás, porque los amaba y le dolía verlos sufrir. Esa era Su motivación, y también debiera ser la nuestra. No para jactarnos y poder decir: —Miren lo estupendo que soy. Miren los poderes que poseo. Miren las grandes señales y prodigios que soy capaz de efectuar. ¡Crean en mí! Debemos llevar a cabo la obra de Dios con serenidad, con ternura y humildad, con mucho amor y compasión. Nuestro deber es simplemente tratar de ayudar a la gente como lo hacía Jesús. Entonces Él obrará los milagros por medio de nosotros cuando a Su juicio sean necesarios, cuando sea el momento oportuno para que se cumpla Su propósito, y cuando sepa que el poder y la atención no se nos van a subir a la cabeza. A veces el Señor no concede ese poder a alguien porque sabe que se enorgullecería excesivamente y no podría sobrellevarlo. Por ejemplo, durante años quise tener el don de lenguas [la capacidad de hablar en una lengua celestial, que muchas veces constituye una manifestación del Espíritu Santo] (1 Corintios 12:7-11; Hechos 1:1-11). Pero el Señor no me lo concedía, porque yo quería el don sobrenatural y milagroso de hablar en lenguas para poder demostrar que tenía el Espíritu Santo. No me lo dio entonces, pues lo quería por motivos indebidos, por orgullo. Sin embargo, cuando me enmendé de corazón y llegó el momento propicio, recibí el don de lenguas. El orgullo no es el único motivo por el que no se producen milagros cuando alguien ora a Dios que los realice. A veces sencillamente no es conforme a la voluntad de Dios o no es el momento más indicado, cuando Él sabe que cumplirá Su designio en la vida de los afectados. No te desanimes, pues, si no obtienes ese poder sobrenatural de inmediato en cada situación. Lo importante es recordar que Él te ha prometido ese poder a ti. Dios sigue vivo, goza de buena salud y no ha perdido Su capacidad de obrar portentos entre aquellos que confían en Él. De modo que cuando tú o alguien que conozcas necesiten un milagro, deja que Dios se valga de ti y de tus oraciones para que ese milagro se concrete. Lo hará siempre que sea conforme a Su voluntad y lo invoques en el nombre de Jesús.

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