domingo, 29 de noviembre de 2009

Terapia de alabanza


El invierno del 2004 fue excepcionalmente largo en los Balcanes. ¡Qué ganas teníamos de que llegara la primavera! Por fin aparecieron bellas flores, los árboles brotaron y se llenaron de vida nueva, y los pajarillos entonaron alabanzas porque una vez más el invierno había terminado. Creo que todos desean que llegue esa época del año en que la creación de Dios se puede disfrutar en todo su esplendor. Todos menos los que son muy alérgicos. Para muchos de esos desafortunados, la primavera es una estación temida. La preocupación y la ansiedad opacan las esperanzas. El polen —una de las maravillas del ingenio divino y transmisor de vida— se convierte en su peor enemigo. Las largas caminatas por el bosque, los recorridos en bicicleta, los paseos por la pradera para recoger flores silvestres y hacer ramos en casa quedan totalmente descartados. Hacía muchos años que sufría esas alergias. En la primavera empezaba a estornudar, los ojos se me llenaban de una película amarilla que me nublaba la vista, y siempre me goteaba la nariz. Si un niño del vecindario me regalaba un ramo de flores, le sonreía mientras contenía la respiración y se lo entregaba enseguida a mi esposo para que lo desechara discretamente. Pero esa primavera decidí combatir mi alergia con… ¡terapia de alabanza! Cada vez que empezaba a estornudar inconteniblemente o los ojos se me llenaban de lágrimas, me ponía a alabar al Señor. Así fue hasta que un día, en medio de uno de esos episodios, mientras oraba y alababa al Señor Él me dijo que me iba a curar. A partir de ese momento, me apoyé en esa promesa y le di gracias cada vez que aparecían los primeros síntomas de la alergia. Y sin más ni más, me curé. El proceso fue lento, pero luego de unas semanas la alergia desapareció. Confieso que me habría gustado una respuesta más inmediata a mis alabanzas, pero el Señor deseaba que adquiriera el hábito de enaltecerlo aun en los momentos difíciles. Además, quería enseñarme paciencia. Así pues, esa primavera fue muy distinta y hasta agradable para mí. Disfruté de largos paseos en bicicleta con mi esposo, pedaleando por los campos. Hasta pude oler las flores. En verdad, ¡la alabanza obra maravillas!Mira Pillar es misionera de La Familia Internacional en Serbia.

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