jueves, 12 de noviembre de 2009

Somos ricos


Harold Abbott era una de esas personas que se preocupan por todo. Hasta que un día, caminando por la calle, vio algo que disipó todas sus ansiedades. «La escena no duró más que 10 segundos —le contó a un amigo años más tarde—, pero en esos exiguos 10 segundos aprendí más acerca de la vida que en los diez años anteriores». No había conseguido sacar adelante su tienda de comestibles durante la Gran Depresión de los años 30. Había contraído muchas deudas y se había visto obligado a cerrarla unos días antes. En ese momento se dirigía al banco para solicitar un préstamo, a fin de viajar a una ciudad cercana y ahí buscar empleo. Había perdido la fe y las esperanzas. Se sentía derrotado. De pronto se topó con un hombre que no tenía piernas. Estaba sobre un carrito de madera equipado con ruedas de patín. Sostenía en las manos unos bloques de madera con los que se ayudaba para avanzar. Cuando Harold lo vio, acababa de cruzar la calle y se estaba encaramando otra vez a la acera. Inclinó su plataforma de madera, y en aquel instante su mirada y la de Harold se encontraron. —Buenos días, amigo. Qué hermoso día, ¿verdad? —exclamó con una sonrisa de oreja a oreja. Harold se quedó mirándolo y en ese momento tomó conciencia de lo inmensamente rico que era: tenía las dos piernas; podía caminar. ¡Qué vergüenza le dio haberse lamentado tantas veces! Se dijo: «Si él, a pesar de no tener piernas, se muestra tan alegre y entusiasta, no veo por qué yo, teniendo piernas, no debiera hacer lo mismo». En seguida comenzó a recobrar la autoestima. Había determinado solicitar al banco un préstamo de cien dólares, pero ahora se sentía con valor para pedir doscientos. Su intención era decir que quería ir a la ciudad para buscar trabajo; pero al llegar al banco declaró confiado que iba a ir a trabajar. Le dieron el préstamo, y consiguió el empleo. Durante años, Harold Abbott dejó pegadas en el espejo de su baño las siguientes palabras, que leía cada mañana al afeitarse:
Andaba desanimado por no tener calzado, hasta que conocí una vez a un hombre que no tenía pies.

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