miércoles, 18 de noviembre de 2009

REVISTA CONÉCTATE 39 AÑO 2003


Mientras revisaba material para este número navideño encontré el siguiente relato cuya autor se desconoce. Pero me pareció que plasma una verdad bellísima: Dios suele valerse de personas para responder las oraciones. l A finales de diciembre en Nueva York hace frío; pero aquel día era aún más frío de lo habitual. Un niño de unos diez años, descalzo, contemplaba tiritando la vitrina de una zapatería de Broadway. —¿Qué miras tan detenidamente? —le preguntó una señora que no le había quitado los ojos de encima desde que se había fijado en él, cuando aún estaba a media cuadra de distancia. —Le estaba pidiendo a Dios un par de zapatos —fue la respuesta del chico. La señora lo condujo al interior de la tienda, donde primero pidió seis pares de calcetines para el muchacho, luego un balde de agua tibia, jabón y una toalla. El vendedor se mostró sorprendido, pero enseguida encontró todo lo que la señora quería. En un rincón de la trastienda, la señora se arrodilló, le lavó los piecitos y se los secó con la toalla. Para entonces el empleado ya había vuelto con los calcetines. Después que el niño escogió un par de medias, ella le compró unos zapatos. Luego ayudó al vendedor a poner en una bolsa los demás calcetines, pagó la cuenta, le entregó la bolsa al chiquillo con una sonrisa y le dio una palmadita en la cabeza. —Así estarás más calentito —le dijo escuetamente. Cuando se dio la vuelta para marcharse, el asombrado muchachito la tomó de la mano, la miró a la cara y, con lágrimas en los ojos, le preguntó: —¿Es usted la esposa de Dios? l Quiera Dios que en estas Navidades goces de dichas semejantes en compañía de otras personas.

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