sábado, 14 de noviembre de 2009

REVISTA CONÉCTATE 18 AÑO 2002


Una vez oí decir a alguien que la Pascua de Resurrección debiera ser la fiesta cristiana por excelencia, a la que incluso debiera atribuírsele mayor importancia que a la Navidad. Aunque es poco probable que ello suceda, en todo caso el argumento que presentó esa persona no dejaba de ser interesante. Razonaba que aunque la Navidad nos infunde esperanza, la Pascua nos da motivo para celebrar. La Navidad representa la llegada de la tan ansiada promesa; la Pascua nos recuerda el cumplimiento final de dicha promesa. La Navidad señala el comienzo de la vida terrenal del Rey de reyes; la Pascua, Su coronación como Salvador de la humanidad. Aquel apasionado defensor de la Pascua procedió a argumentar con más fuerza aún que la misma debía ser una fecha para celebrar con alegría en vez de pesadumbre y solemnidad. Su razonamiento era muy sencillo: Jesús así lo desea. Quiere que nos regocijemos en Su amor, que apreciemos Su sacrificio y celebremos Su resurrección en vez de lamentarnos de Su muerte. Coincido totalmente con él en esta materia. Para respaldar su postura, citó tres frases de Jesús: Antes de Su crucifixión, el Mesías dijo a Sus discípulos: «Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre» (Juan 14:28). Poco después anunció: «Ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón» (Juan 16:22). Finalmente, a María Magdalena y a la otra María, que fueron las primeras en verlo después de Su resurrección, las saludó con un «salve», que en la lengua original era literalmente: «Regocíjense» (Mateo 28:9). La Pascua ha llegado. Seamos todos defensores de la misma y hagamos de ella una ocasión feliz, como Él quiere que sea. ¡Celebremos! ¡Alabemos a Dios y a Jesús por la victoria! ¡Jesús vive! Y porque Él vive, nosotros también viviremos eternamente. Gabriel Sarmiento En nombre de Conéctate

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