sábado, 14 de noviembre de 2009

REVISTA CONÉCTATE 11 CURSO BASICO


Me contaron una anécdota de un muchachito llamado Bruno que vendía periódicos en la calle. Un día un hombre se detuvo a comprarle un ejemplar y, mientras buscaba unas monedas en su bolsillo, le preguntó al chiquillo dónde vivía. —En una choza en la ribera —respondió Bruno. —¿Quién vive contigo? —Solo Miguel. Es inválido y no puede trabajar. Somos muy amigos. —Te iría mucho mejor sin él, ¿no? —preguntó el hombre. Bruno le respondió con cierto desdén: —No, señor. No estaría bien sin Miguel. No tendría a nadie con quien charlar al llegar a casa. Además, jefe, no me gustaría vivir y trabajar si no tuviera a nadie con quién compartir. ¿A usted sí? Bien pensado, ¿no nos parecemos todos un poco a Bruno? A todos nos hace falta un amigo, un compañero de viaje por así decirlo, alguien con quien conversar, a quien contarle nuestras experiencias, sentimientos e ideas, nuestros altibajos. En esencia, alguien con quien compartir. La compañía es una necesidad humana básica. Mucha gente la considera tan primordial para su felicidad y bienestar como el alimento, el abrigo, el techo, el ejercicio físico y el descanso. No obstante, todos sabemos lo que es sentirse solo. A veces la falta de compañía, amor y comprensión puede resultar casi insufrible. ¿A qué obedece ese sentimiento? Si Dios es amor y quiere que seamos felices, y si ha prometido proveer para todas nuestras necesidades, como nos asegura la Biblia, ¿por qué permite que en ocasiones nos sintamos solos? En el presente número de Conéctate echaremos un vistazo a la soledad, pero con una perspectiva distinta. Veremos que Dios puede cambiar los ratos de soledad en momentos gratificantes y felices. Gabriel Sarmiento En nombre de Conéctate

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