jueves, 12 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes


Pregunta: Me da la impresión de que cuando Dios me creó me dotó de pocos atributos. Me veo como una persona más del montón, y no destaco mucho en nada. Me desanimo bastante cuando me comparo con los demás. ¿Por qué será la vida tan injusta? El complejo de inferioridad afecta a casi todo el mundo en algún momento de su vida. Por diversas razones y en diversos grados uno compara su aspecto físico, sus cualidades, su vida, las bendiciones que recibe de Dios, etc., con lo que tienen los demás. Eso suele dar lugar a decepciones, envidias o insatisfacción. Algunos solo batallan por algún detalle que los incomoda, algo que no les gusta de sí mismos y que de vez en cuando los contraría. En el caso de otros, el complejo es crónico, y constantemente luchan contra la sensación de que otras personas son más dotadas o atractivas, gozan de más oportunidades, etc. Sea como sea, el Señor quiere ayudarnos a superar esa forma de pensar para que disfrutemos de la vida al máximo. Dios se deleita en la diversidad. Por eso creó a cada ser humano tan distinto. Se esmeró por establecer claras diferencias en la vida de cada uno de nosotros —en nuestro aspecto, sentimientos, aptitudes o modo particular de relacionarnos con los demás—, para que no hubiera dos personas iguales. Tú también puedes llegar a disfrutar de esa diversidad si es que todavía no has aprendido a hacerlo. Asimismo debes comprender que Dios te ama como si fueras la única persona del planeta. El amor que te tiene no es ni mayor ni menor que el que tiene por los demás. Él proyectó tu vida de forma que fuera distinta: las situaciones y circunstancias en que te ves fueron concebidas específicamente para ti. En el fondo, Él quiere que tengas lo que a Su juicio será más beneficioso para ti. Te considera una persona muy valiosa tal como eres. No te compara con nadie, y tú tampoco deberías hacerlo. Verás que el Señor podrá valerse más de ti si dejas de compararte desfavorablemente con los demás, si dejas de pensar en lo que te parece que tienen los demás y que a ti te falta. Aprende a aceptarte tal como el Señor te ha hecho. Si fueras un dechado de perfección, no tendrías necesidad del Señor ni de los demás. Además, probablemente sería muy difícil vivir contigo, ya que nadie estaría a tu altura; los demás se sentirían inferiores a ti y desdichados. Eso no te haría ninguna gracia, ¿verdad? ¡Cuánto mejor es que aprendas a aceptarte tal como Dios te hizo, y a agradecerle no sólo las características de que te dotó, sino también las numerosas bendiciones que te ha otorgado! Acto seguido, haz uso de ellas para ayudar a otras personas. Cuando uno está contento con lo que tiene, su espíritu está en paz. Uno se siente feliz y agradecido, inclinado a la alabanza, y su compañía es grata. Si te resientes o guardas rencor a tus amigos solo porque Dios te ha hecho diferente y les ha dado a ellos otras oportunidades, no conseguirás otra cosa que perjudicarte a ti y a ellos, y lesionar tu relación con ellos. Jesús te ama tal como eres. Acéptalo, créelo y recibe Su amor. El contentamiento es fruto de confiar en el Señor, en que Él sabía lo que hacía cuando te creó. No te compares con otras personas; simplemente pregúntate si estás aprovechando al máximo tus aptitudes y si haces todo lo posible por ser la persona que Jesús quiere que seas. Hay una máxima que dice: «No es lo que tienes lo que cuenta, sino lo que haces con lo que tienes». Si amas al Señor y te esfuerzas todo lo posible por complacerlo y amar a los demás, para Él eres de primera categoría.

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