Voy a dar a uno de ustedes este billete de diez mil pesos dijo el hombre. De inmediato captó la atención de todos los presentes. Pero antes, permítanme hacer lo siguiente. Y procedió a arrugar el billete. Entonces preguntó: ¿Quién lo quiere todavía? Todos levantaron la mano. Muy bien prosiguió, ¿qué pasa si ahora hago esto? Dejó caer el billete y lo aplastó repetidas veces con la suela de su zapato. Al alzarlo, todo sucio y arrugado, volvió a preguntar: Y ahora, ¿quién lo quiere todavía? Nuevamente, todos alzaron la mano. Amigos, hoy todos ustedes han aprendido algo muy valioso dijo el hombre. A pesar de todo lo que le hice al billete, ustedes todavía lo quieren porque su valor no disminuyó. Todavía vale diez mil pesos. «Muchas veces a lo largo de la vida, nuestras decisiones y las circunstancias que nos rodean nos aplastan, nos arrugan y nos hacen morder el polvo. Llegamos a pensar que no valemos nada. Así y todo, a despecho de lo haya sucedido o pueda suceder, nunca nos desvalorizamos a los ojos de Dios. Sea que estemos sucios o impecables, arrugados o elegantemente planchados, para Él no tenemos precio».
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