jueves, 19 de noviembre de 2009

Para PADRES de ADOLESCENTES



21 pautas para ganarse el amor y la admiración de los chicos No cabe duda de que tener un hijo adolescente es uno de esos retos que nos presenta la vida. La adolescencia es una etapa difícil, y en muchos casos los jóvenes hacen partícipes de sus dificultades a quienes los rodean. Su exterior un tanto áspero, irreverente o rebelde puede resultar intimidatorio y dejar a los padres perplejos, con la sensación de que han fallado en algo. En ese caso, muchos padres no sabiendo cómo ayudar a sus hijos, se retraen. ¡Trágico error!, pues en realidad por dentro sus hijos anhelan que los orienten, les levanten la moral, los amen, los apoyen y los comprendan. Late dentro de los adolescentes la imperiosa necesidad de sentirse seguros y amados incondicionalmente. Necesitan saber que alguien advierte sus problemas y se interesa en ayudarlos a cualquier costo. Aunque en ningún caso se trata de una tarea fácil, los padres que no se dan por vencidos y no dejan de manifestar amor ni de brindarse a sus hijos tienen muchas más probabilidades de ayudarlos a superar sus conflictos que quienes adoptan un papel menos activo. A continuación reproducimos 21 pautas de probada eficacia para mejorar la relación con un hijo adolescente.
1 Acepta que tu papel ha cambiado. La transición de la infancia a la juventud es tan gradual que muchos padres no se percatan hasta que ya es tarde de que es tiempo de dejar de tratar a sus hijos como a niños. Los chicos están descubriendo su propia personalidad, sus habilidades y objetivos, y como parte de ese proceso se independizan más de sus progenitores. Los adolescentes quieren que se los trate como a jóvenes adultos y que se los respete como individuos. En su búsqueda de autonomía, oponen resistencia a la labor de supervisión que pretenden ejercer sus padres. Si aprendes a tratar a tu hijo como a un amigo cuando sea apropiado, es más probable que baje la guardia.
2 Ponte en su lugar. La inseguridad es muy normal durante la adolescencia. Los jóvenes ya no son niños, pero tampoco alcanzan del todo la adultez. Su organismo sufre cambios enormes, y sus emociones y hormonas están descontroladas. En esa etapa aprenden a manejar un mayor grado de independencia y la responsabilidad que esta conlleva, y se enfrentan a decisiones y presiones a las que nunca antes se enfrentaron. Tomar eso en cuenta ayuda a los padres a no ofenderse con los exabruptos emocionales y verbales de los chicos. Si procuras sinceramente establecer una empatía con tu hijo, lograrás entender mejor sus pensamientos y problemas. A su vez, él verá en ti un a aliado.
3 Mantén la calma. No te ofendas por las cosas disparatadas que dice y hace. Hay ocasiones en que los jóvenes dicen y hacen cosas raras para ver cómo reaccionamos. A veces quieren expresar lo que les pasa por dentro pero no saben cómo. Ni ellos mismos entienden lo que les pasa. En otros casos simplemente se ponen egocéntricos, rasgo que suele caracterizar a los adolescentes. Si te alteras o te muestras horrorizado no conseguirás otra cosa que empeorar las cosas. Aprende a amortiguar los golpes. Si tu hijo sabe que te esmerarás por entenderlo cuando se desahogue contigo, se sentirá seguro en tu compañía.
4 Respétalo. El respeto es señal de fe. Cuando a un jovencito le cuesta tener fe en sí mismo, un poco de respeto puede aumentar su propia seguridad, espolearlo a seguir adelante y ayudarlo a alcanzar el éxito. Lo mismo sucede a la inversa: si el chico piensa que no tienes fe en él, es muy posible que se dé por vencido antes de desarrollar todo su potencial.
5 No te burles de él ni lo denigres. Cuando un joven se siente vulnerable —cosa que sucede casi todo el tiempo— suele exacerbarse por cosas que se le dicen en broma, y en lugar de tomarlas como tal, considera que se lo está ridiculizando.
6 Muéstrate positivo y dale apoyo. La mayoría de los chicos de esa edad tienen complejos de inferioridad de una índole u otra. Eso hace que el concepto negativo que abrigan de sí mismos termina afectando sus acciones. Procura reaccionar siempre de forma positiva y bríndale apoyo. Obviamente, no se puede hacer la vista gorda ante cuestiones graves o fechorías; pero sí se puede dar un giro positivo a casi cualquier situación refiriéndose a ella en términos de soluciones y lo que se puede aprender de ella en vez de limitarse a expresar enojo o decepción. Mantener una actitud positiva es señal de amor incondicional, lo cual contrarresta la baja autoestima. Elogia a tu hijo siempre que tengas oportunidad.
7 Evita reglas innecesarias. El exceso de reglas y restricciones puede llevar a cualquier joven a rebelarse. Por otro lado, sí se necesitan algunas reglas; no es muy atinado dar rienda suelta a un adolescente. Cuando te parezca que haga falta instituir una nueva regla, debátelo con él y decidan juntos. No se la impongas. Explícale tus argumentos, escucha los suyos y, dentro de lo posible, procura que acepte las condiciones y las consecuencias de infringir la regla.
8 Trátalo como a una persona responsable. Los adolescentes necesitan pautas, pero a la vez quieren ser independientes y saber que confiamos en ellos. Si le confías a tu hijo tareas u obligaciones de adulto, se esforzará más por actuar como tal. Un sabio dijo en cierta ocasión: «Si tratas a alguien como si fuera lo que debe ser, lo ayudarás a convertirse en lo que es capaz de ser». Los adolescentes cometen errores como todo el mundo; pero cuando ven que eso no merma nuestro amor y nuestra fe en ellos, persisten en progresar y a la larga logran el objetivo.
9 Gánate su confianza con tu discreción. Los jóvenes son muy susceptibles cuando se trata de los conflictos por los que atraviesan. A nadie le gusta ser objeto de chismes o conversaciones desconsideradas, y menos a los adolescentes. Cuando nos confían algún dato personal, esperan que seamos lo más discretos posible con él. Puede que a nosotros nos parezca algo insignificante, pero para ellos es una montaña. Si traicionas su confianza, puede que te tarde mucho tiempo recobrarla.
10 Reza. Cuando no estés seguro de qué debes decir o cómo reaccionar ante un problema de tu hijo, reza. Eleva una plegaria silenciosa pidiendo al Señor que te confiera sabiduría y que te indique cómo ve Él el asunto y cuál es la solución.
11 Dedícale tiempo. Muchos padres pasan menos tiempo en compañía de sus hijos adolescentes que cuando éstos eran niños. Diríase que esto es muy natural, dado que los jóvenes necesitan menos atención que los niños y además quieren reafirmar su independencia. Pero en muchos casos viene a ser un error. Necesitan mucho apoyo, orientación y empresas tentadoras que los inciten a luchar y aprender. Les hace falta alguien que los dirija, un mentor que les enseñe. Y nadie está en mejor situación para cubrir esa necesidad que sus padres. No hay ninguna inversión que forje vínculos más sólidos entre padres e hijos o que arroje mayores dividendos.
12 Admite tus errores. Los chicos detestan que no nos apliquemos las mismas normas que les aplicamos a ellos. Se requiere humildad para admitir nuestras falencias y pedir disculpas cuando hemos cometido un error o hemos ofendido a nuestros hijos. Por otra parte, admitir con franqueza nuestras propias faltas y defectos contribuye a que los jóvenes hagan lo propio con los suyos. Nos ayuda, tanto a nosotros como a ellos, a enfocar las dificultades objetivamente.
13 Cultiva el sentido del humor. Hay momentos para analizar seriamente los objetivos a largo plazo, y momentos para relajarse y pasarlo bien. Los jóvenes admiran a las personas mayores que saben divertirse y disfrutar de la vida. Solo asegúrate de que sea humor de buen gusto y no a costa de terceros, pues los jóvenes tienden a emular a aquellos adultos por quienes sienten admiración.
14 Expresa tu amor. Aunque puede que a los jóvenes no les gusten los besos y abrazos como cuando eran niños, en todo ser humano —sin importar la edad que tenga— hay una permanente necesidad de cariño y de sentirse amado. Procura no dejar pasar un solo día sin expresar con palabras el amor que sientes por tu hijo y sin respaldar esas palabras con hechos.
15 Escúchalo. Todo joven necesita un confidente, un verdadero amigo a quien sepa que puede confiarle sus secretos más íntimos. El adolescente vive dominado por una vorágine de sentimientos que le causa confusión. Sin embargo, en muchos casos se cohíbe de hablar de ello por miedo a que se le malinterprete, se le ridiculice o se le considere ingenuo. Tómate tiempo para escucharlo. Es preciso hacerle saber que alguien lo entiende. Evita, eso sí, respuestas que empiecen con la frase: «Cuando yo tenía tu edad...» La mayoría de los jóvenes las detestan. Un error común que cometen los padres es escuchar sólo las primeras palabras o frases y, por ende, sacar conclusiones erróneas. En lugar de hacerle ver la luz, guíalo cuidadosamente para que llegue a la conclusión acertada por sí mismo a medida que vaya expresando lo que siente.
16 Traba amistad con sus amigos. Interésate sinceramente por sus compañeros. Procura descubrir sus mejores cualidades, y probablemente te considerarán el padre o la madre más buena onda que hay. Si lo haces, no te sorprenda que tu casa se convierta en el lugar preferido de reunión del grupo de amigos de tu hijo. Si bien es posible que suban los decibeles y la cuenta del supermercado, el hecho de saber dónde están y qué hacen compensará todas estas molestias.
17 Perdona y olvida. Huelga decir que tus hijos cometerán errores por los cuales tendrán que disculparse y obtener perdón. Al igual que nos sucede a todos, los jóvenes en muchos casos consideran que no pueden confesar sus errores y su mala conducta por temor a quedar etiquetados para siempre. Tienen que convencerse de nuestro amor y de nuestra buena disposición para perdonar, olvidar y comenzar de nuevo.
18 Ten convicciones. Si te descuidas, tu orgullo de padre o de madre, los vínculos afectivos y el deseo instintivo de proteger a tu hijo pueden llevarte a ceder, ser indolente, retraerte o apresurarte a rescatarlo en el momento menos indicado. Puede incluso que te identifiques con su enojo, frustración o rebeldía. En esos momentos es importante tener en cuenta que el joven está aprendiendo a juzgar atinadamente, y ya sea que lo demuestre o no, emulará tu conducta y seguirá tu ejemplo. Si no eres capaz de obrar como es debido pese a que ello pueda acarrear ciertas consecuencias desagradables, es posible que él no aprenda a tener convicciones. A veces la mejor manifestación de amor es actuar con firmeza. Los adolescentes son muy idealistas, y te respetarán más si defiendes tus convicciones que si eres indolente, aun cuando les cueste aceptarlo o no estén de acuerdo con tu decisión.
19 Muéstrate como eres. Los adolescentes tienen agudo olfato para detectar la hipocresía. Aunque tus intenciones sean puras y no quieras otra cosa que identificarte con tu hijo, si lo haces exageradamente no te tomará en serio. El secreto es actuar con naturalidad. A los quinceañeros no les gustan las actitudes paternalistas ni que traten de engatusarlos. Quieren tener amigos, personas con las que saben que pueden contar y con quienes se sienten cómodos. Si los aceptas tal como son, se sienten cómodos en tu compañía y te aceptan tal como eres.
20 Cambia si es preciso. Puede que tengas que modificar algunos hábitos o la forma en que reaccionas ante determinadas cosas. ¿Por qué no aprovechar la coyuntura y dejar que ello te estimule a romper con la rutina en que te has inmerso o a cambiar en aquellos aspectos que sabes desde hace tiempo que te hace falta? Suele ser más fácil cambiar por el bien de otra persona que por uno mismo. ¿Qué mejor motivo podrías tener para esmerarte por ser una mejor persona en todo sentido? ¡Aprovéchalo!
21 Condúcelo a Jesús. Los años de la adolescencia son turbulentos. Es como encontrarse en un bote a la deriva en alta mar en medio de una tormenta. Haz las veces de faro que le indique el curso que debe seguir para llegar al más seguro de los puertos: Jesús. Por mucho que ames a tus hijos, solo Jesús es capaz de responder a sus interrogantes más profundos y satisfacer las necesidades de su espíritu. Su Salvador no eres tú, sino Jesús. No puedes estar con ellos cada segundo ni rescatarlos de todo, pero sí conducirlos a Aquel que es capaz de hacerlo.

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