Hace dos años me aficioné a trotar, y he procurado hacerlo con constancia. En poco tiempo alargué mis recorridos y la duración de mis salidas; pero llegó un momento en que no avanzaba más, y me quedé así un año o más. Me resultó difícil aumentar mi resistencia más allá de cierto punto, y particularmente me costó aumentar mi velocidad. Hará cosa de un mes salí a correr con un amigo que trota desde hace años y está en excelentes condiciones físicas. Le pedí consejos. Si dieras pasos más cortos me dijo y movieras los pies con más rapidez, tendrías más resistencia y más velocidad. Eso jamás se me había ocurrido. No había intentado moverme de ninguna manera en particular, sino que había dejado que mi cuerpo me llevara dónde y cómo quisiera. Cuando empecé a poner atención y concentrarme en dar zancadas más cortas, descubrí que en realidad no tenía que esforzarme por moverme más rápido; venía por sí solo. El cambio no fue espectacular, pero me bastó para notar que hacía progresos. Un mes después sin duda corro mejor. Respiro con menos dificultad, conservo un alto nivel de energía, y mi velocidad va en aumento. Esta mañana recorrí el mismo circuito en que se produjo mi descubrimiento, y lo hice en un tiempo considerablemente menor, y sin proponérmelo. Lo mejor de todo fue que no sentí que me estuviera forzando, ni me quedé sin aliento. Me sentí relajado y lo disfruté de principio a fin. Es más, podría haber seguido corriendo con la misma facilidad. Poco después de mi descubrimiento, un día, mientras oraba, se me ocurrió aplicar ese principio a otros aspectos de mi vida, en particular al trabajo. Me considero bastante eficiente, aunque debo reconocer que tiendo a dejar las cosas para más tarde. No es que sea perezoso. Con gusto trabajo arduamente bastantes horas, y pocas cosas me proporcionan tanta satisfacción como concluir una tarea. Sin embargo, de manera habitual evito emprender trabajos grandes o que me llevará un tiempo terminar. Muchas veces los dejo para después, y luego tengo que trabajar a toda prisa para cumplir los plazos. Hace poco entendí por qué hago eso: siempre doy por sentado que en las tareas de gran envergadura necesito avanzar a grandes zancadas. Pero Jesús me hizo ver que, aplicando en mi trabajo el principio que había aprendido corriendo, con pasos más cortos podía potenciar mi eficiencia, moverme con más rapidez, recorrer la misma distancia en menos tiempo y con menos esfuerzo, y no llegar tan agotado al final. Ya no espero a disponer de siete días para empezar una labor que me va a tomar siete días. Si hoy tengo una o dos horas, puedo emplearlas para empezar, para dar un pasito. Mañana puedo trabajar otro poco otro pasito, y un poco más al día siguiente, y al otro. Trabajando de esa manera logro terminar tareas que al principio se me hacían una montaña, incluso sin dedicarles mucho tiempo de una vez. Y no me parece que haya corrido una maratón. El trabajo se hace porque lo voy desmigajando poco a poco. Y mientras lo hago, ¡respiro tranquilo! No me mato por ponerme al día. No me preocupo por recorrer tantos kilómetros. Estoy aprendiendo que a veces los logros más duraderos no se alcanzan mediante un solo gesto espectacular, sino poco a poco, paso a paso. Con zancadas cortas se avanza más rápido. Jessie Richards es integrante de La Familia Internacional.
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