domingo, 8 de noviembre de 2009

No te lo calles


Jorge era marinero en un buque cisterna. Como les suele suceder a los marineros, pasaba largas semanas en alta mar. Cierta vez en que su barco atracó en un puerto, conoció a Juan frente a un bar. Conversaron, y al cabo de un rato Juan —que era un cristiano de gran dedicación— persuadió a Jorge para que aceptara el regalo de salvación de Jesús. —Ahora que le has pedido a Jesús que entre en tu corazón, Jorge, tu vida va a cambiar. —¿De qué forma? —preguntó Jorge. —Aquí, en 2 Corintios 5:17 dice: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es». Jorge se acercó para leer más detenidamente el versículo que Juan le indicaba en el pequeño Nuevo Testamento que siempre llevaba consigo. Juan continuó leyendo: —«Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.» Sin embargo, te advierto, amigo, que cuando vuelvas al barco, no te resultará fácil. Sabes bien que los marineros son gente ruda. —¡No hay duda de eso! Ni bien había pronunciado Jorge aquellas palabras, dos marineros borrachos y dos hombres de la ciudad salieron del bar a los tumbos y continuaron con su gresca en la calle. —La mayoría de tus viejos amigos no creen en Dios ni en Jesús —continuó Juan—, ni sienten particular respeto por quienes sí creen. Tú ya no serás el irascible pendenciero y malhablado que solías ser. Te verás tan diferente que es probable que tus viejos amigos no quieran saber nada de ti. Quizá te hostiguen. En fin, Jorge volvió a su puesto de marinero y pasaron varios meses hasta que el buque volvió a atracar en el mismo puerto. Jorge desembarcó y al poco tiempo se topó con Juan, que estaba repartiendo folletos. Era casi imposible no dar con él. Su sonrisa iluminaba toda la calle. Tras saludarse, Juan le preguntó cómo le había ido en alta mar. —Me fue de maravilla —respondió Jorge. —Te advertí que iba a ser difícil llevar una vida cristiana en una situación así, ¿te acuerdas? —Para nada —respondió Jorge—. No me resultó nada difícil. —¿Me estás diciendo que no te molestaron ni te hicieron la vida imposible? —preguntó Juan. —¡En absoluto! ¡Ni siquiera se enteraron de que soy cristiano! Un verdadero cristiano no oculta de esa manera su fe. Cuando uno cree en algo, lo manifiesta. Trátese del equipo de fútbol de su afición, de su partido político o de su trabajo, si uno cree en algo, no lo oculta. Quien realmente cree en Jesús y lo ama, lo da a conocer y comparte Su amor con los demás. Jesús enseñó que cuando alguien tiene una vela, no la esconde. Asimismo, un cristiano que posee la luz de Jesús no se sienta solo en algún rincón donde no ilumine a nadie y donde nadie se entere de que es cristiano. Más bien pone esa luz en el candelero para que alumbre a los demás. (Mateo 5:15; Lucas 8:16). Una vez que recibimos el don de salvación, debería resultarnos imposible ocultar el amor de Dios y la verdad de Jesús. Una vez que hemos conocido Su amor y lo albergamos en el corazón, Él quiere que lo brindemos a los demás y los conduzcamos a Él. Al fin y al cabo, ¡es lo menos que podemos hacer por quien dio la vida por nosotros! Lamentablemente, hoy en día son demasiados los cristianos que temen hacer cualquier cosa que los haga parecer diferentes o raros delante de la sociedad. Están más interesados en preservar su reputación que en hacer algo por los demás o dar la cara por Jesús. En realidad no se puede ser cristiano y adoptar una postura neutral. Él dijo: «El que no es conmigo, contra Mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama» (Mateo 12:30). A los cristianos auténticos les duele más que su prójimo no encuentre el amor y la felicidad que hallaron ellos, que el rechazo o la ridiculización que puedan sufrir a manos de quienes no aceptan ni creen el mensaje que les transmiten. No son cristianos camaleones, que cambian de color según la ocasión y pasan inadvertidos en el mundo que los rodea. No tienen miedo de manifestar ciertas convicciones y valor moral. Jesús «se despojó a Sí mismo» de toda reputación (Filipenses 2:7) y fue «despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto [...]. Fue menospreciado, y no lo estimamos» (Isaías 53:3). Estuvo dispuesto a soportar todo eso para que nosotros pudiéramos conocer el amor de Dios. ¿De ser necesario, estarías tú dispuesto a hacer lo propio para que otros hallen ese mismo amor? La Biblia dice: «En esto conocemos lo que es el amor [de Dios]: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos» (1 Juan 3:16 NVI). Debemos estar dispuestos a hacer lo que sea con tal de conquistar a cuantos podamos para Cristo, mientras todavía podamos, pues «la noche viene, cuando nadie puede trabajar» (Juan 9:4). Si creemos en eso sinceramente, seremos consecuentes y lo haremos. Según un relato verídico, el hijo de cierta mujer había sido nombrado embajador ante uno de los países más poderosos e influyentes de su época. Al hacerse cargo de la noticia, la señora en vez de alegrarse casi se echa a llorar. —Imagínese —se lamentaba—. Pensar que en un momento pudo haber sido embajador del Evangelio y del Reino de Dios, y en cambio se conformó con un puesto de representante de una nación terrenal que hoy tiene vigencia y mañana habrá desaparecido. Este hecho invita a la reflexión. Aquel hombre pudo haber sido embajador del Rey de reyes, Jesús. Podría haberlo representado no solamente ante un pequeño país, sino ante el mundo. Podría haber sido embajador del reino más grandioso que podría existir jamás, el único que permanecerá para siempre. Podría además haber gozado de un sitial en el Cielo junto a los demás mensajeros de Dios (Daniel 2:44; 12:3; Mateo 16:27). No hay posición más encumbrada ni honor más grande que el de ser portador del amor y la salvación divinos. Ese puesto está vacante. ¿Lo ocuparás tú? ¡Da la cara por Jesús hoy mismo! Te alegrarás de ello; además, será una dicha para Dios y para todos aquellos que lleguen a conocer Su amor gracias a tu testimonio. Sé un testigo prudente El Señor naturalmente espera que obremos con prudencia en cuanto a la manera y el momento de presentar nuestro testimonio y a qué personas dirigirlo. «He aquí, Yo os envío como a ovejas en medio de lobos —dijo Jesús—; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas» (Mateo 10:16). Le debemos el mensaje de Dios a todos, pero particularmente a quienes lo aceptan y lo creen. No es la voluntad del Señor que nos acarreemos problemas innecesariamente predicando el mensaje a quienes sabemos que lo rechazarán y que incluso pueden llegar a perseguirnos. El objetivo global de la testificación es conquistar a otras personas con el amor de Jesús, no ofender ni suscitar antagonismo.

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