viernes, 13 de noviembre de 2009

Los niños son para siempre


Dar a luz a un bebé y criar un niño es la experiencia más grandiosa de la vida natural. Un niño es un regalo eterno. No lo tenemos por una temporada, sino para siempre. Los bebés están muy cerca de Dios. Vienen derechito del Cielo. Aunque es muy misteriosa la forma en que el Señor proyecta y dispone Su creación, tenemos la certeza de que no comete errores. Dios es el creador de las almas. Es Él quien concibe esa chispa de vida, la unión de cuerpo y espíritu para formar un alma humana. Es obvio que un niño no solo es un regalo divino, sino también una tarea. Si Dios te ha dado un niño, tu deber primordial es criarlo como es debido. Tus hijos son la tarea que Dios te encomienda. Son también hijos Suyos —es cierto—, pero Él pide que nosotros los cuidemos y los formemos. Aunque se trata de una labor que exige plena dedicación, trae consigo grandes recompensas y beneficios. Debemos estar muy orgullosos de ser padres, porque la nuestra es la tarea más importante del mundo. Al fin y al cabo, labramos el futuro. El mundo del mañana será lo que los padres de hoy hagan de él. Lo forjan los padres según la crianza que den a sus hijos. Ello pone de manifiesto la importancia que tiene la labor de los padres. Quizá cuidar de un nene y cambiarle los pañales no parezca muy trascendental, pero ¿quién sabe qué hará ese niño algún día cuando se haga mayor? Nunca debemos menospreciar la formación de nuestros hijos. ¿Sabías que, de todo lo que un niño aprende, lo más importante lo asimila antes de los cinco años? Piensa entonces en lo crucial que es impartirle la debida instrucción y enseñanza durante esos primeros años formativos. Por eso dice la Biblia: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6). No se puede esperar a que el niño cumpla cinco años para empezar a educarlo. Cada día cuenta, y lo que aprende a diario es fundamental. Además de velar por que el niño esté bien alimentado, vestido y protegido, y de asegurarnos que goce de buena salud, los padres tenemos el deber de enseñarle la Palabra de Dios, de adoctrinarlo en Su verdad y estimularlo con Su amor. Algunos padres asumen una postura equivocada. Se imaginan que si el niño aprende, bien, y si no, también. Aunque a los pequeños no se los debe obligar a aprender lo que no quieren, lo cierto es que todos los niños arden en deseos de aprender. Aprender cosas nuevas les reporta mucha felicidad y satisfacción. Al mismo tiempo, son capaces de asimilar mucho más con la guía y estímulo de sus padres que si se los deja aprender por su cuenta. De hecho, dejar que un niño decida por su cuenta sin antes tratar de informarlo y guiarlo en sus decisiones contraviene completamente las Escrituras. «Muchacho dejado a sí mismo, avergüenza a su madre» (Proverbios 29:15, BJ). Mi madre y mi padre hacían mucho hincapié en enseñarnos la Biblia, hablarnos del Señor, los valores espirituales y las verdades bíblicas. Los relatos de la Biblia y la Biblia misma tuvieron una influencia enorme en mi vida. Me encantaban y creía en ellos porque sabía que eran la voz de Dios y el Libro de Dios. En consecuencia, mis conocimientos de la Palabra de Dios y sus verdades me sirvieron de guía en mis decisiones y me ayudaron a superar muchas situaciones difíciles cuando me hice más grande. Cuando mis hijos eran pequeños tuve que viajar mucho a causa de mi trabajo. A lo largo de 13 años, coloqué un programa cristiano en más de 1.100 emisoras de radio y en unos 300 canales de televisión. Sin embargo, cuando estaba en casa, seguía el ejemplo de mis padres y pasaba todo el tiempo que podía con mis hijos. Además, cuando era posible, los llevaba conmigo en mis viajes y les enseñaba constantemente. Casi todas las noches les narraba un episodio de la historia sagrada a la hora de acostarse, generalmente en términos muy sencillos que pudieran entender fácilmente. A veces hasta representaba ciertos pasajes para ayudarlos a captar el argumento. Les encantaba. La mente de un niño es como una esponja, un grabador o un ordenador. Absorbe, registra y procesa todo lo que sucede a su alrededor. Es fácil enseñar la historia de Jesús a un niño pequeño. Hazlo espontáneamente. Condúcelo a Jesús con tu ejemplo y tu amor, y hablándole de Sus hechos y Su vida. En cuanto tenga edad para entender el concepto de papá y mamá —unas personas que lo quieren, que velan por él, que participaron en su creación y lo trajeron al mundo—, ya está en condiciones de aceptar a Jesús y Su regalo de salvación. Explícale que tenemos un Padre invisible que está en todas partes y nos quiere mucho, pero como todos nos hemos portado mal y merecemos que nos castiguen, envió a Jesús a sufrir el castigo por nosotros. Después anímalo a repetir una oración sencilla como la que sigue: Jesús, perdóname por portarme mal. Te pido que entres en mi corazón y me ayudes a portarme bien. Eso es todo lo que hay que hacer. Jesús dijo: «Dejad a los niños venir a Mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios» (Marcos 10:14). Él ansía llegar a ser su mejor amigo y su salvador. Que Dios nos ayude a cuidar bien del más precioso don que nos ha concedido: nuestros hijos.

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