domingo, 22 de noviembre de 2009

La última Navidad


«¡Esta Navidad podría ser la última para algunos!» Habiéndome criado en el seno de una familia de misioneros, desde que tengo memoria escuchaba esa frase todas las navidades. Me costaba entender por qué, cuando las demás familias se tomaban unos días de descanso del trabajo, el colegio y otras obligaciones para disfrutar de las fiestas, nosotros andábamos más ocupados que nunca. ¿No bastaba con todo lo que hacíamos durante el año por ayudar a los demás y manifestarles el amor de Dios? ¿ No podíamos acaso celebrar la Navidad como toda la demás gente, siquiera una vez? En mi corazón sabía bien las respuestas a aquellos interrogantes. Por eso, luego de una breve racha de autocompasión, me recompuse y volví a dedicarme a transmitir la buena nueva a todos los que tenía a mi alcance. No sé por qué, pero lo cierto es que no hay época más idónea que la Navidad para suscitar el interés de la gente en Jesús, aun en Tailandia, donde menos del 1% de los 60 millones de habitantes del país son cristianos. Es una oportunidad única para darlo a conocer a los demás y conseguir que lo acepten en su corazón. El año pasado, en las semanas previas a la Nochebuena, otros integrantes de la comunidad de La Familia Internacional en la que vivo visitaron a decenas de amigos y patrocinadores para llevarles tarjetas de felicitación, galletitas caseras y otras muestras de amor y aprecio. Además, salimos a cantar villancicos, realizamos actividades navideñas en varios sitios donde llevamos a cabo obras sociales y dimos a conocer el relato del nacimiento del Niño, sobre todo en colegios. ¡Hicimos actuaciones en casi tres colegios al día durante dos semanas seguidas! A raíz de ello, más de 2.400 personas rezaron con nosotros para aceptar el mayor obsequio que nos ha hecho Dios: Su Hijo Jesús. Pese a lo gratificante que era todo aquello, mis compañeros y yo esperábamos con ansias el 27 de diciembre, fecha en que teníamos pensado tomarnos un asueto de tres días para distendernos y disfrutar de una pequeña celebración navideña con nuestras familias y algunos amigos que habían venido de visita. Nuestro tan ansiado descanso nunca llegó. La mañana del 26 de diciembre nos dirigíamos Sapan Ruam, un barrio bajo de la zona sur de Phuket, cerca del puerto, donde pensábamos presentar un programa navideño para unos 150 niños, cuando un hombre pasó corriendo a nuestro lado gritando que se venía un maremoto. Tras él pasó una multitud aterrorizada. Inmediatamente huimos a una parte más alta y apenas escapamos de la muralla de agua que se abatió sobre el sector costero. Toda la costa occidental de Tailandia fue arrasada por el tsunami provocado por un terremoto de 9.0 grados en la escala de Richter cuyo epicentro se situó cerca de la costa septentrional de Sumatra, Indonesia. El tsunami se cobró casi 300.000 vidas y quedó registrado como la peor crisis humanitaria de la Historia. La UNICEF informó que un gran porcentaje de las víctimas fueron niños, que se vieron indefensos ante el avance de las olas. Al día siguiente nos unimos a las tareas de rescate. A lo largo de varias semanas nos encontramos con muchos chiquillos que habían asistido a nuestros programas navideños y orado con nosotros, algunos de los cuales habían quedado huérfanos. De los cientos que no vimos, no tengo idea de cuántos fueron a engrosar la cifra de 5.000 personas de la zona de Phuket que perecieron en el tsunami. Esta tragedia me hizo tomar conciencia de que cada Navidad —de hecho, cada día— es en verdad la última oportunidad que tienen algunas personas de sentirse amadas. Si bien miles mueren en catástrofes naturales, muchos miles más mueren cada día sin conocer el amor del Padre celestial. No escatimemos, pues, esfuerzos y aprovechemos cada oportunidad para compartir ese amor con los demás. Yo reemprendí mi labor donde la había dejado en pausa: con los niños y con otros sobrevivientes del tsunami de la zona en que vivo. Solo puedo esforzarme por amar a los que habitan mi rinconcito del mundo. ¿Puedes hacer tú lo mismo en el tuyo?Ike ­ Suriwong es misionero de La Familia Internacional en Tailandia.

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