jueves, 19 de noviembre de 2009

La Ruta De La Felicidad


Jesús dijo a Sus discípulos: «Si sabéis estas cosas —las claves para vivir bien que Él les había enseñado—, bienaventurados seréis si las hiciereis» (Juan 13:17). Este sencillo principio encierra una gran verdad. Hace algún tiempo leí el siguiente pasaje en un artículo de una revista: Todo el mundo persigue lo mismo en la vida: la felicidad. El único objetivo que tienen algunos es pasarla bien. Lamentablemente, antes de descubrir en qué consiste de verdad pasarla bien, la mayoría anda a los tropezones hasta casi el final de su breve vida. Inicialmente, cuando somos niños, pensamos que pasarla bien significa divertirse mucho y trabajar poco, hacer lo que a uno le plazca y conseguir algo a cambio de nada. Pero al cabo de un tiempo muchas personas caen en la cuenta de que eso es muy insensato y que conduce a fechorías, palizas y dolores de estómago. A la larga, después de meterse en muchos enredos, la gente capta que la felicidad y el éxito no provienen de echar mano de todo lo que uno quiera, que no tienen nada que ver con el ocio y las cremas de chocolate. A algunos, no obstante, les lleva mucho tiempo aprender a encarar la vida como corresponde y hallar la verdadera felicidad. Es obvio que los cristianos que se toman su cristianismo en serio no se dedican a buscar egoístamente la felicidad; de todos modos, igual la hallan. Espero poder convencerte de esto. Para muchos la felicidad es una suerte de santo grial. Creen que si no la encuentran, su existencia no habrá cumplido su propósito supremo. Hay un poema de Ella Wheeler Wilcox titulado Me aparté de la ruta de la felicidad que dice así:
Me aparté de la ruta de la felicidad. ¿Sabe alguien por dónde es? Por ella avanzaba desde la mañana y sin querer me desvié. Fui en pos de un tesoro, de cosas que adoro, y así fue como de repente me aparté de la ruta de la felicidad, y no hallo quién me oriente. Me tomo ahora la libertad para parafrasear la siguiente estrofa: ¿Te has apartado de la ruta de la felicidad?
Puedo conducirte a ella. Toma la vía de la obediencia y sigue derecho por la huella. ¿Dónde se encuentra entonces la verdadera felicidad? En la obediencia a Dios. Por extraño y anticuado que parezca, la madre de la felicidad es la simple y llana obediencia. La felicidad es siempre consecuencia de la obediencia. La Palabra de Dios dice que si sabes estas cosas —las enseñanzas de Cristo—, eres bienaventurado si las haces, si las practicas. ¡Es cierto! Cuando sometemos nuestra voluntad a Dios, obtenemos reposo espiritual. Cuando estamos en armonía con Él, tenemos gozo. Cuando nuestro pensamiento persevera en Él, alcanzamos la paz. La obediencia cabal nos proporcionaría plena felicidad si tuviéramos total confianza en Aquel a quien obedecemos. Maravillosa reflexión, ¿no te parece? ¡Y muy cierta! Incluso responde a la lógica, pues si andamos en armonía con Dios y obedecemos Su Palabra, Él puede hacer realidad en nosotros todas Sus hermosas promesas. ¿Quién no va a ser feliz en tal caso? Muchas personas creen que no son felices a causa de las condiciones y circunstancias que las rodean. Sin embargo, no es ese el quid de la cuestión. Algo anda mal en su corazón. Cuando el corazón está bien, lo está todo lo demás. En cambio cuando algo anda mal en el corazón, todo anda mal. Esas personas están en conflicto consigo mismas, porque no actúan en armonía con Dios. Jesús no dijo que debíamos abandonar por completo la búsqueda de la felicidad, sino abordarla con la actitud debida. Él creía en la felicidad y lo pregonaba, pero dejó muy en claro que hay formas y formas de procurarla, unas acertadas y otras equivocadas. Él entendía que como seres humanos ansiamos la felicidad, y que uno de los mayores problemas que aquejan al mundo es el criterio erróneo que empleamos para tratar de alcanzarla. Jesús además conocía el verdadero origen de la felicidad y tenía el poder para entregárnosla. Dijo: «Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido» (Juan 16:24). La Biblia promete que uno de los frutos del Espíritu es el gozo (Gálatas 5:22,23), y Jesús mismo manifestó a Sus discípulos: «Os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo» (Juan 16:22). Son tantos los versículos de ese tipo que demuestran que los cristianos auténticos alcanzan el gozo que no tendría espacio aquí para mencionarlos todos. Sin embargo, el gozo del que habla este pasaje es muy diferente de la diversión a la que el mundo llama felicidad. Este certero mensaje sobre la felicidad recorre triunfalmente toda la Palabra de Dios. Por eso, no creas que al hacerse uno cristiano se enfrenta a una vida de caras largas, aislamiento, privaciones y tinieblas. Cristo formuló los principios fundamentales por los que se alcanza la felicidad y dijo que deberíamos tener gozo, que «pidiéramos y recibiríamos, para que nuestro gozo fuera cumplido». Las personas que hacen de la consecución de la felicidad un fin en sí mismo van descaminadas: equivale a perseguir uno su propia sombra. Es insustancial. La verdadera felicidad no es un elemento externo que podamos verter en nuestro corazón. Más bien es algo que brota de él. La felicidad auténtica nos la comunica Dios y es consecuencia de someternos a Su voluntad —a lo que a Su juicio es lo mejor— y poner nuestra vida a Su disposición. ¿Te resulta nuevo este principio? ¿Te parece inverosímil que puedas hallar felicidad con solo hacer de Jesucristo el amo de tu vida? Hoy en día existen miles y miles de personas que afirman haber alcanzado verdadera felicidad y satisfacción gracias a que obedecieron al Señor. Él puede hacer lo mismo por ti. Puede y quiere hacerlo. ¿Te sientes insatisfecho, angustiado o descontento? ¿Por qué no das cabida a Dios en tu corazón? Antes de emprender camino por una senda equivocada y terminar en un callejón sin salida, sumido nuevamente en la insatisfacción y el descontento, ¿por qué no te vuelves al Señor? Lee la Palabra de Dios, donde hallarás el plan que Él ha trazado para tu felicidad. Encontrarás el camino divino que conduce a ella. Recuerda que cuando Jesús estuvo en la Tierra, expuso una y otra vez que no hay felicidad o bendición equivalente a la de hallar el designio de Dios para uno mismo y descubrir Sus preceptos de amor y seguirlos. ¿Es extraño, entonces, que Dios sea capaz de satisfacer plenamente tu alma? Ten por cierto que lo hará.

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