sábado, 14 de noviembre de 2009

La pieza de ajedrez


Dios no quiere que finjas o simules ser lo que no eres y jamás podrás ser. No obstante, nos enseña en Su Palabra que cualquiera puede llegar a ser prácticamente cualquier cosa, siempre y cuando tenga fe y obre de conformidad con la voluntad del Señor. De modo que cualquiera puede ser alguien, o alguien puede ser cualquiera. Nada hay imposible para Dios, y al que cree todo le es posible (Lucas 1:37; Marcos 9:23). Muchos cristianos ponen a los santos en un pedestal. Idolatran a los grandes personajes de la Biblia, a los patriarcas y los profetas. Como exaltan y ponen por las nubes hasta tal punto a los santos y mártires del cristianismo, la gente común y corriente considera prácticamente imposible alcanzar esas mismas alturas. Y muchos, lamentablemente, aducen ese sentimiento de impotencia para justificar su inacción. Dicen: «Hoy en día es imposible ser así. Eso sólo ocurría en los tiempos bíblicos. Solo los santos, patriarcas y profetas hacían eso. Los cristianos normales y corrientes no estamos sujetos a esas exigencias. Están fuera de nuestro alcance. Es imposible; ni para qué intentarlo. No se puede esperar que la gente obre milagros como ellos, que tengan dones del Espíritu como los que poseían los apóstoles y otros cristianos ejemplares de tiempos pasados. Los milagros pasaron a la historia». Uno de los mayores artificios del Diablo es decirles: «No puedes aspirar a ser un buen cristiano porque eres pecaminoso, cometes errores. No se puede ser bueno y malo al mismo tiempo». La Palabra de Dios certifica, sin embargo: «No hay justo, ni aun uno. [...] Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:10,23). Al decir todos, ¿a quién se refiere? A ti, a mí, y también a los santos, los profetas, los apóstoles, los patriarcas y todos los demás. Nadie queda exceptuado salvo el propio Dios. Eso cambia nuestra perspectiva del asunto. Baja a los apóstoles, profetas y grandes personajes de la Biblia a nuestro nivel y da a entender que es posible para nosotros emular su ejemplo. Por muchos pecados y equivocaciones que cometamos, por muchos defectos que tengamos, seamos como seamos, el Señor puede obrar por medio de nosotros. De modo que si el Diablo te dice que nunca llegarás a ser nadie a causa de tus muchas culpas, no le hagas caso. ¡No es cierto! Dios en parte creó al hombre y lo puso en la Tierra para manifestar Su poder de salvación, para demostrar que puede salvarnos y obrar por medio de nosotros a pesar de todas nuestras faltas y defectos. Hasta de ti puede valerse. El mismo hecho de que aun siendo tan malos como somos Dios pueda obrar a través de nosotros glorifica a Jesús cuando hacemos algo bien. Como reza una canción de hace muchos años: A Ti te daremos la gloria, por todo, Señor, precioso Señor, y pregonaremos la historia, Jesús, de Tu espléndido amor. Hasta el apóstol Pablo se lamentó diciendo: «¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» Poco menos que dijo: «Soy como un cadáver. Apesto. Soy una verdadera porquería». Así y todo el Señor lo animó y puso en sus labios la respuesta: «Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 7:24,25; 1 Corintios 15:57). Esas palabras nos infunden esperanzas, ¿no es cierto? Cuando el Diablo pone empeño en recordarnos nuestras faltas, equivocaciones y defectos, nos hace caer en la cuenta de que no somos capaces de alcanzar la victoria, de que, en efecto, no servimos para nada, que es cierto que somos pecadores, y que si no fuera por el amor, la misericordia, la gracia y la bondad de Dios, de ningún modo nos superaríamos. Requiere un milagro de la gracia de Dios. Lo que hacemos por el Señor, nuestros pensamientos, nuestro amor a Él y al prójimo, todo es un milagro de la gracia divina. «Fe que obra por el amor» (Gálatas 5:6). Es obra de Dios. Uno simplemente debe tener fe en que el Señor lo hará por medio de uno. Durante años me había convencido de que no era nada ni nadie y de que nunca podría realizar gran cosa. Pensaba que cometía demasiados pecados, que era muy carnal, que no leía la Biblia ni oraba con la debida frecuencia. ¿Cómo podía aspirar a hacer algo noble para Dios? Seamos sinceros. ¿No es así como nos sentimos a veces? Estoy seguro de que el Diablo te dice a ti las mismas mentiras. Cuando lo haga, ¿por qué no le pegas una bofetada con las Escrituras, como hizo Jesús cuando el Diablo lo tentó en el desierto? (Mateo 4:1-11). «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí» (Gálatas 2:20). Donde abundan el pecado y las faltas y errores propios de la naturaleza humana, sobreabunda la gracia de Dios (Romanos 5:20). Ha ahí el secreto de todo. ¿Por qué crees que permite el Señor que cometas equivocaciones? ¿Por qué crees que permitió que Adán y Eva cedieran y cayeran en la tentación en el Paraíso Terrenal? Para demostrar que lo necesitaban a Él y, al mismo tiempo, demostrarnos a todos que lo necesitamos, que no podemos lograrlo por nuestra cuenta. ¿Y qué se consigue con eso? Glorificar al Señor. Naturalmente que es imposible para nosotros. No podemos salvarnos por virtud propia, no podemos llevar una vida cristiana perfecta, no podemos ser buenos ni hacer nada bueno por esfuerzo propio. El mismo Jesús dijo: «Separados de Mí, nada podéis hacer» (Juan 15:5). A muchos les han inculcado la falsa doctrina de que se espera que ellos hagan la mayor parte con un poco de ayuda suplementaria de Dios. Pues yo quiero expresarles sin rodeos que Dios es quien lo hace todo. Para mí ese concepto es un gran consuelo. ¿No tiene ese mismo efecto en ustedes? No es preciso que te sientas capaz de hacer cosas que el Señor no espera que hagas. Basta con que tengas fe para ser lo que Él quiere que seas y para desempeñar la tarea que te tiene asignada, cualquiera que sea. No intentes ser lo que no eres; pero tampoco dejes que el Diablo te mienta diciéndote que no eres capaz de ser la persona en la que Dios te puede convertir, o de realizar lo que Dios quiere obrar por medio de ti. Él nunca nos pide que hagamos más de lo que sabe que podemos hacer con Su ayuda. A muchísimos cristianos se les han inculcado dos doctrinas contradictorias. Según la primera de ellas, uno no puede ser santo ni perfecto; y conforme a la segunda, uno no se puede salvar a menos que sea santo y perfecto. Ambas son doctrinas propias del Diablo. Con razón muchos cristianos se dan por vencidos y dejan de esmerarse por hacer algo por el Señor. Sin embargo, lo estupendo, el quid de la cuestión, es que con la ayuda de Jesús puedes hacer cualquier cosa. «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). Con Su ayuda puedes hacer lo que sea, ir adónde sea y ser quienquiera que Dios quiera que seas. Dios nos ha dado libre albedrío. Pero para alcanzar el éxito en lo que emprendamos para Él, o incluso para ser todo lo felices que Él quiere que seamos, debemos supeditar nuestra voluntad a la Suya. Tenemos que averiguar cuál es Su voluntad para nosotros -lo que Él sabe que más nos conviene y más les conviene a los demás-, y optar por cumplir con eso. Como las fichas del tablero de ajedrez, cada uno tiene su puesto y su tarea que desempeñar para el Señor. Las piezas de ajedrez no tienen voluntad propia. Cuando un jugador de este deporte toma una pieza y la hace avanzar hasta otra casilla, ésta no protesta ni trata de evitar que el jugador la mueva, ¿cierto? De igual manera, nosotros estamos en las manos de Dios. Piensa en eso cuando el Diablo te induzca a preocuparte con esto o con lo otro. Estás en manos del Gran Maestro de ajedrez y Él te colocará dondequiera que desee. Limítate a confiar en el Señor. No tienes que tomar todas las decisiones tú. Basta con que te subordines a los designios del Maestro. De todos modos puedes actuar según tu albedrío y optar por no someterte. En última instancia, la única decisión que debes tomar es la de hacer la voluntad de Dios. Simplemente accede a que el Señor haga las jugadas que quiera contigo y deja que Él piense y disponga. Él ve toda la partida, todo el tablero y todas las piezas. Tu visión es muy limitada y tienes muy poco poder. En cambio Él lo ve todo y lo tiene todo. Sé simplemente lo que Dios quiere que seas. No te preocupes por lo que puedes o no puedes ser, o por lo que serás o dejarás de ser, como hice yo casi cincuenta años. Me pasé media vida preocupándome por lo que iba a ser algún día cuando ya era exactamente lo que Dios quería -desde hacía mucho tiempo- y estaba aprendiendo todo lo que Él quería que aprendiera. También hubo ocasiones en las que opté por hacer esto o aquello y Dios tuvo que instarme a cambiar de idea u obrar otra cosa a pesar de mí. Pero a la larga, siempre descubría que Dios sabía lo que hacía. Es estupendo dejar las decisiones en manos de Dios, porque Él siempre se preocupa de darnos lo que más nos conviene. Él nunca falla. Aunque permita que entendamos mal Sus instrucciones o cometamos un error, si nuestro corazón es recto para con Él, hasta puede valerse de eso para enseñarnos algo y sacarle algún provecho a la situación (Romanos 8:28). Así que deja de preocuparte por lo que Dios va a hacer. Estás en Sus manos. «Confía en el Señor y haz el bien» (Salmo 37:3). «Fíate del Señor; no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:5-6). «Oiréis a vuestro lado una voz que diga: "Este es el camino, andad por él"» (Isaías 30:21). Cuando se sigue a un guía por un camino desconocido, él no le dice a uno por dónde hay que ir sino al llegar a un recodo o a una bifurcación: espera a que llegue el momento en que uno deba saberlo. Lo mismo sucede con el Señor: en la mayoría de los casos no es preciso que sepas al detalle lo que vas a hacer mañana. Jesús dijo que no nos preocupáramos por el día de mañana. A veces hay que trazar planes con antelación para algunas cosas. Pero no tenemos que preocuparnos por el día de mañana. Limítate a hacer lo que Dios sabe que puedes hacer y lo que te ha pedido que hagas hoy, y prepárate para hacer lo mismo mañana. Cada uno de nosotros es una pieza única del tablero de ajedrez que tiene Dios. Y Él ha dotado a cada uno de ciertas facultades. Él es el jugador; tú solamente una ficha. Eres Su ficha, y no tienes que hacer otra cosa que moverte según Sus deseos. Ni siquiera espera que lo hagas por tus propios esfuerzos, sino que extenderá la mano, te tomará y te colocará donde Él quiera que vayas. Tú de todos modos no podrías desplazarte por tus propios medios, pero sí con el impulso de Dios. O sea, ¡tú no puedes, pero Él sí! (Extracto de Más que vencedores, colección de 10 artículos escritos por David Brandt Berg).

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