domingo, 22 de noviembre de 2009

La fuerza de la alabanza


Mi esposa, María, se sentía agotada, y tenía tal dolor de cabeza que se había desanimado mucho. Cuando oré por ella, recordé ese versículo que nos insta a no desfallecer, a no permitir que nuestro ánimo «se canse hasta desmayar» (Hebreos 12:3). Creo que el Señor quería alentarla para que fuera más tesonera. Nuestro enemigo espiritual —el Diablo— nos ataca una y otra vez; pero mientras sigamos luchando, no puede vencernos. Eso me recuerda una canción que solía cantar mi madre cuando las cosas se ponían difíciles:
Sigue creyendo, pues el Señor siempre responde a la oración. Penas y males ya pronto no habrá. No tengas miedo; Jesús está acá.
La tempestad llegará a su fin y un arcoiris verás salir. Fíate de Sus promesas de amor. Sigue creyendo y alaba al Señor. La letra original decía: «Sigue creyendo y acude al Señor»; pero mi madre, que promovía mucho la alabanza, se la cambió. Porque así es como se alcanza la victoria. Si uno tiene fe en la oración, se pone a alabar al Señor por la respuesta antes de verla. Le dije a María: —Tienes que luchar, y alabar más al Señor en lugar de hablar de tu debilidad, tus dolores de cabeza y demás. Mientras estemos pensando en las Escrituras y en el Señor y tengamos una canción o una alabanza en los labios, no podemos quejarnos, murmurar y lamentarnos por lo mal que nos sentimos. «Tienes que emprender una ofensiva contra el Enemigo. Y cuando te sientas deprimida y abatida, repite versículos en voz alta, canta una canción. Niégate a hablar del asunto. Alaba al Señor y da gracias a Dios por la salud de que gozas». Dios guarda en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Él persevera (Isaías 26:3). Si tus pensamientos se ocupan en el Señor, te ayuda a no pensar en tus dificultades y tus pruebas. Por lo que más quieras, no vayas por ahí lamentándote, murmurando, quejándote y difundiendo las dudas y mentiras del Diablo. En el instante en que sientas deseos de hacer eso, ponte a alabar al Señor, lánzate al ataque. Canta. Recita versículos. Haz algo positivo. María entonces me dijo: —Pero, ¿no es eso pecar de insinceridad? Si me comporto como si no estuviera enferma cuando en realidad sí lo estoy, falto a la verdad. En ese instante me acordé del episodio de Eliseo y la mujer sunamita (2 Reyes 4:8-37). Un día el hijo de esa mujer murió de insolación en el campo. Así que ella, por fe, lo tomó enseguida y lo puso en la alcoba que había construido para alojar a Eliseo cada vez que pasara por la región. Lo acostó en la cama del profeta y corrió al Monte Carmelo, situado a varios kilómetros de distancia, a buscar a Eliseo. Él la saludó y le dijo: —¿Te va bien a ti? Ella contestó: —Bien. Luego le preguntó: —¿Le va bien a tu hijo? Ella respondió: —Bien. ¿Estaba mintiendo? No. La sunamita tenía tanta fe que, aunque el niño estaba muerto, seguía convencida de que reposaba en las manos de Dios y efectivamente le iba bien. Luego le contó al profeta lo sucedido y le pidió que fuera a orar por él. A la postre el chiquillo fue resucitado milagrosamente. No es que el Señor quiera que ocultemos el hecho de que estamos enfermos. Es mejor que nos humillemos y confesemos que estamos enfermos. Pero tampoco hace falta que andemos gimiendo. Eso no es fe. Es preferible admitirlo y pedir que oren por nosotros; pero luego hagamos un esfuerzo por estar alegres, animados y demostrar que tenemos fe. Seamos positivos y alabemos al Señor. Hay que adoptar una actitud positiva para contrarrestar los ataques del Diablo. La Palabra nos insta a resistir al Enemigo para que huya de nosotros (Santiago 4:7.) Pero si nos resignamos a estar enfermos, es muy perjudicial. Y si nos quejamos, es peor aún. Eso es dar testimonio de las obras del Diablo. Si bien es cierto que «muchas son las aflicciones del justo» (Salmo 34:19.), la mayor parte no son graves, gracias a Dios. Sólo lo suficiente para mantenernos estrechamente unidos al Señor, orando, confiando en Él, alabándolo y acudiendo a Él en busca de ayuda. El rey David dijo: «Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo Tu Palabra», y: «Si Tu [Palabra] no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiera perecido» (Salmo 119:67,92). Seguramente por eso permite el Señor que Sus hijos tengan muchas aflicciones: porque son ellas precisamente las que los mantienen tan justos. Cuando tienes esa sensación de cansancio excesivo y sufres frecuentes dolores de cabeza, es natural que te preguntes por qué te sientes mal. Pues bien, ya lo sabemos: es para que te lances al ataque y resistas al Diablo, puesto que es él quien te combate. Además, puede que el Señor quiera enseñarte algo más por medio de tu sufrimiento. Ese pasaje de Hebreos 12 que habla de no desfallecer también ahonda en la disciplina o instrucción. Me parece que María está aprendiendo, pues no he vuelto a escuchar otra queja de ella sobre su salud. La Biblia dice que Dios habita —es decir, está entronizado— en las alabanzas de Sus hijos (Salmo 22:3) y que debemos presentarnos ante Él con acción de gracias y alabanza (Salmo 100:4). «Dad gracias en todo» (1 Tesalonicenses 5:18)

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