domingo, 22 de noviembre de 2009

Dios se lució



Ocho milagros de la Natividad Todo bebé es un milagro de Dios. Se escucha el primer llanto, se corta el cordón umbilical, y los padres y todos los demás presentes —trátese de un obstetra y sus asistentes en una aséptica clínica moderna o de una matrona tribal en una ancestral choza de paja— celebran con júbilo el prodigio que acaban de presenciar. El nacimiento de Jesús entrañó todo eso, pero además estuvo signado por al menos ocho milagros más.
Anunciación angélica A diferencia de otros nacimientos, el de Cristo se anunció aun antes que Él fuera concebido. «Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: “¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres”. Entonces el ángel le dijo: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un Hijo, y llamarás Su nombre Jesús”» (Lucas 1:26-28,30,31). Primer milagro.
Concepción milagrosa, en dos casos Huelga decir que el hecho de que María —Su madre— fuera virgen en el momento en que lo concibió es uno de los milagros más conocidos y prodigiosos. La Biblia hace patente este hecho: «Entonces María dijo al ángel: “¿Cómo será esto? pues no conozco varón”. Respondiendo el ángel, le dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también, el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios”» (Lucas 1:34,35). Ese acontecimiento fue predicho 700 años antes por el profeta Isaías: «El Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un Hijo, y llamará Su nombre Emanuel» [que en hebreo quiere decir Dios con nosotros] (Isaías 7:14). En todo sentido, Jesús es el Hijo de Dios. Segundo milagro. Gabriel también anunció a María que su prima Elisabet —mujer estéril ya pasada de la edad de concebir— también daría a luz a un hijo que haría que «muchos de los hijos de Israel se [convirtieran] al Señor Dios de ellos». Elisabet dio a luz a un hijo que de grande recibió el apelativo de Juan el Bautista. Todo sucedió exactamente como dijo el ángel Gabriel (Lucas 1:5-25, 57-66). Tercer milagro.
Confirmación angélica ¿Y qué hay de José, el prometido de María? ¿Qué pensó él cuando descubrió que María, al regresar de visitar a Elisabet, estaba embarazada de tres meses? Muy probablemente tuvo reacciones encontradas. «José, su marido, como era justo y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente» (Mateo 1:19). Quiso evitar que María fuera humillada y hasta condenada a muerte, pues así se castigaba el adulterio en la ley judía (Deuteronomio 22:13,14,21). Al mismo tiempo es fácil imaginarse el dolor que debe de haber sentido al pensar que su prometida llevaba en su vientre el hijo de otro hombre. En ese momento Dios envió también un ángel a José, no solo para tranquilizarlo y reconfortarlo, sino también para aclararle la situación. «Un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un Hijo, y llamarás Su nombre Jesús [que en hebreo quiere decir Salvador], porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados”. Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su Hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús». (Mateo 1:20,21,24,25). Cuarto milagro.
Lugar de nacimiento Nacer en Belén también constituyó un cumplimiento milagroso de una profecía del Antiguo Testamento, puesto que sus padres vivían en Nazaret, a varios días de viaje de Belén. «Tú, Belén Efrata, tan pequeña entre las familias de Judá, de ti ha de salir el que será Señor en Israel; sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad» (Miqueas 5:2, RV 1995). El emperador romano César Augusto había decretado que se llevara a cabo un censo en el todo el Imperio. La tradición judía exigía que para todo empadronamiento cada hombre regresara a la ciudad que consideraba que era su hogar ancestral. En el caso de José —descendiente directo del rey David—, eso implicaba regresar a Belén con su esposa embarazada, la cual dio a luz poco después de llegar allí. Quinto milagro.
Aparición de ángeles Un ángel visitó a unos pastores que apacentaban sus ovejas en las colinas de los alrededores de Belén y les dijo: «“No temáis; porque he aquí yo os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”» (Lucas 2:10-14). Los pastores dejaron sus rebaños y se dirigieron a Belén, donde encontraron al Mesías exactamente donde el ángel les había dicho. «Al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del Niño» (Lucas 2:17). Eso significa que desde el primer día de Su vida hubo personas que atestiguaron que el Mesías al fin había venido. Sexto milagro.
Señal en los cielos Unos sabios (según la tradición fueron tres, pero la Biblia no especifica cuántos eran) de Oriente (la Escritura no dice de qué región de Oriente, pero posiblemente vinieron de Arabia, Persia, Babilonia, o hasta de algún lugar tan lejano como la India) observaron un fenómeno inusual en el cielo, que interpretaron como la señal del nacimiento del «Rey de los judíos», y salieron en Su busca para adorarlo. En aquellos días los viajes eran lentos y engorrosos. A juzgar por otros pasajes, se cree que entre los preparativos y el viaje les tomó cerca de dos años llegar a Judea para entregar a Jesús sus obsequios. «La estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el Niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra» (Mateo 2:9-11). Séptimo milagro.
Con mucho, el mayor de todos Sin embargo, el milagro supremo de la Navidad nada tiene que ver con ángeles, ni con sabios, ni con señales en el cielo. Fue el hecho de que el unigénito Hijo de Dios tomó la forma de un bebito débil e indefenso con el fin de amarnos, comprendernos mejor, identificarse con los seres humanos y al final morir por nosotros. La vida eterna es el don que Dios nos concede, y esa vida se encuentra en Jesús (1 Juan 5:11).

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