viernes, 27 de noviembre de 2009

La enfermera que me habló al oído


Cuando estaba en la decimoctava semana de mi noveno embarazo, empecé a sangrar un poquito. Fui al médico para que me hiciera unas pruebas y descubrió que tenía un tumor. Me dijo que sería un milagro que no perdiera el bebé. Rogué a Dios para que así fuera, pues me parecía que iba a ser mi último embarazo. El Señor obró un milagro y dispuso que lo llevara a término a pesar de que tuve muchos dolores en la espalda y en el útero. Me hicieron cesárea, y salió una nena preciosa, grande y saludable.Después del parto, el médico dijo que tenía que esperar dos meses antes de operarme para extirparme el tumor, que para entonces ya se había descubierto que era maligno. Justo antes de la fecha programada para la cirugía, me desperté un día con una hemorragia. Llamé al médico y fui enseguida al hospital. Me dijeron que había perdido mucha sangre y que tenían que hacerme una transfusión en el acto. Todo parecía indicar que el tumor se había reventado por dentro, causando la hemorragia. Los médicos no lograban detener el sangramiento. Aunque me dieron 18 bolsas de sangre, la hemorragia continuaba. Mi marido llamó a los demás integrantes de nuestro Hogar comunitario para pedirles que rezaran por mí. Yo no quería que me viera ninguno de mis hijos, pues pensé que me estaba muriendo, y no quería que me recordaran así. Al ver que yo empeoraba, las enfermeras llamaron a los médicos. Había perdido la sensibilidad en las piernas. La enfermera jefe dijo al médico: «Pierde toda la sangre que le ponemos. Nada de lo que hacemos resulta». En ese momento, supe que estaba en camino de encontrarme con el Señor. Para entonces no tenía ya sensibilidad en ninguna parte del cuerpo y le dije al Señor que estaba dispuesta a irme si eso era lo que Él quería, y que no iba a resistirme a Su voluntad si ese era Su propósito para mí. Decirle al Señor que estaba lista para encontrarme con Él en aquel momento fue toda una experiencia. Posteriormente, cuando me llevaron a la sala de operaciones, me atendió una enfermera morena de expresión muy tierna. Me tomó las manos, me miró y me dijo: «No te preocupes. Todos los ángeles están aquí esperando. ¡Jesús está aquí esperando!» Me miraba a los ojos y me acariciaba el rostro, la cabeza y las manos. Con eso empecé a relajarme. Luego añadió: «El Señor está aquí contigo y te ama. Yo también te acompaño, y siempre estaré a tu lado. Ahora te vas a dormir, pero yo estará aquí». Cuando entraron los médicos y el ambiente se tornó muy agitado, ella se puso a hablarme en voz baja. Había llegado un oncólogo y varias enfermeras más. Todos hablaban atropelladamente. Entonces la enfermera de piel oscura empezó a susurrarme versículos al oído. Uno que recuerdo era: «El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen y los defiende» (Salmo 34:7). No dejaba de musitarme ese verso al oído. Ese fue mi vínculo con la vida mientras me iba haciendo efecto la anestesia. La operación duró cuatro horas. Cuando desperté, me sentía extraña. El primer pensamiento que me vino fue sobre la enfermera. Tenía ganas de hablar con ella. Miré a mi alrededor, pero no la vi. Cuando vino mi esposo hice un esfuerzo por contarle que una enfermera me había ayudado y me había dicho que el Señor y unos ángeles estarían conmigo mientras me operaban. Pero me sentía muy débil y cansada, y no podía expresarme bien. Después, ya recuperada de la anestesia, le pregunté a uno de los médicos que me había operado quién era aquella enfermera, pero tanto él como los demás me dijeron que no había nadie con esos rasgos en la sala de operaciones. ¿Acaso era un ángel? Parece que sí. El oncólogo dijo a mi marido que tenía el tumor desde hacía unos siete años, pero que había estado oculto. Lo que el médico detectó mientras me examinaba durante el embarazo fue apenas una partecita.Lo increíble es que al mismo tiempo en que se me desató la hemorragia, nuestros amigos y colegas estaban orando por mí en una reunión y vieron ángeles a mi lado. Cuando les hablé de la enfermera, descubrí que las cosas que ella me había dicho eran las mismas que ellos le habían oído decir al Señor mientras rezaban. ¡Increíble! Joanna Adino es misionera de La Familia Internacional en el Brasil.

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