martes, 24 de noviembre de 2009

La curación está a tu alcance


Los milagros no son cosa del ayer. Dios sigue vivo y en perfecto estado, y actúa hoy en día con el mismo poder de siempre entre quienes confían en Él. Sus palabras siguen vigentes: «Yo el Señor no cambio» (Malaquías 3:6). «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos» (Hebreos 13:8, NVI). A Él, el Dios de toda la creación, obrar una curación no le supone gran cosa. Si es capaz de crear el cuerpo humano, desde luego es capaz de reparar sus averías. Dice: «Yo soy el Señor, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para Mí?» (Jeremías 32:27). Esa es apenas una de las multiples promesas que se hallan esparcidas por la Biblia, promesas que podemos reivindicar y esperar que Él cumpla. Son precisamente esas palabras las que te infundirán fe. La fe viene poco a poco; se edifi ca oyendo la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Se edifi ca sobre el cimiento de la Palabra. Por eso, léela con actitud de oración y pide a Dios que fortalezca tu fe. Dios no sólo es capaz de curarnos, sino que quiere hacerlo. Cuando un pobre leproso se acercó a Jesús y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme», dice la Escritura que Jesús extendió la mano y tocándolo le dijo: «Quiero; sé limpio». Y al instante su lepra desapareció » (Mateo 8:2,3). Él está más deseoso de dar que nosotros de recibir. Lo único que nos pide es que lo honremos con nuestra fe, creyendo en Su Palabra y Sus promesas.
La fuerza de nuestras oraciones «La oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados le serán perdonados» (Santiago 5:15). La oración tiene mucha fuerza. Cuando oramos, se producen cambios. Dios responde a nuestras plegarias. Él promete: «Si algo pidiereis en Mi nombre, Yo lo haré» (Juan 14:14), y: «No negará ningún bien a los que andan en integridad» (Salmo 84:11). Recuerda que tienes a tu favor todas las promesas de la Biblia, «preciosas y grandísimas promesas» (2 Pedro 1:4.) Por eso, cuando ores, preséntaselas para recordárselas. Así demuestras que tienes fe en ella. Lo que agrada a Dios es la declaración categórica de tu fe y de tu conocimiento de la Palabra. Él dice: «Probadme ahora [y ved] si no derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde» (Malaquías 3:10). Generalmente no ves la bendición -en este caso, la curación- en el instante en que comienzas a rezar por ella. Cuentas con las promesas de Su Palabra; pero ¿cómo sabes que te la va a conceder? Tienes que poner a Dios a prueba. Tienes que someter esas promesas a prueba. Tienes que poner a Dios en un compromiso. Él hasta llega a decirnos: «Mandadme acerca de la obra de Mis manos» (Isaías 45:11). Hazle cumplir Su Palabra. Exígele que te responda y cuenta con que lo hará. Lo ha prometido. Deposita tu fe en el Señor e invoca pasajes de las Escrituras. Dios está obligado a cumplir Su Palabra. Así que recuérdasela, aférrate a Sus promesas, apréndetelas de memoria y recítalas en todo momento. No dudes ni por un instante que Dios va a responder, y lo hará. ¡Tiene que hacerlo! ¡Quiere hacerlo! ¡Confía en Él! Jesús dice: «Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá» (Marcos 11:24). «Esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5:14,15). Lo único que tenemos que hacer es creer Sus promesas y orar, contando con que nos responderá.
La «prueba de la fe» Uno de los factores más importantes para la sanación es la fe, el conocimiento de que Dios nos ama, se preocupa por nuestra salud y felicidad y nos cuidará pase lo que pase. Antes de curarnos, Dios suele poner a prueba nuestra fe: quiere ver si vamos a creer en Sus promesas y seguir amándolo y confiando en Él aunque nos parezca que no nos curaremos nunca. ¿Por qué habría de honrarnos con la sanación si nosotros no lo honramos con nuestra fe? Las enfermedades crónicas pueden constituir una fuerte prueba. Lamentablemente, a veces nos llevan a resentirnos y quejarnos, y hasta a guardarle rencor a Dios si Él no nos cura como quisiéramos o como consideramos que debería hacerlo. «Él no me quiere, no se preocupa por mí, porque no me sana». Esa reacción denota una falta total de fe, y «sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11:6). Dios puede y quiere curarnos, pero primero debemos desear lo que Él quiere y lo que Él sabe que es mejor para nosotros, sin reservas. También debemos rectificar los problemas espirituales o físicos que puedan estar afectando la situación. Luego podemos orar y encomendarnos por completo a Dios, y ¡seguro que obtendremos resultados!

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