sábado, 21 de noviembre de 2009

La crisis de los 40: Un hito dispuesto por Dios


Pasados los cuarenta años, la mayoría de las mujeres experimentan cambios físicos y emocionales al entrar en la menopausia. A esa edad, algunos hombres también atraviesan depresiones o conflictos internos a los que se suele dar el nombre de crisis de los 40, entre otros motivos porque tienen que asumir que ya no poseen las fuerzas físicas de antes y les sobrevienen preocupaciones acerca de su productividad y utilidad futuras. La crisis de los 40 no solo afecta a quienes pasan por ella, sino también a sus familias y allegados. Por eso, no sólo es importante que nosotros, los que ahora atravesamos esa etapa de la vida, tengamos los conocimientos y las herramientas necesarias para saber abordar los cambios y retos que nos presenta la misma; también es conveniente que los demás estén informados de ello, a fin de que puedan apoyar y comprender a quienes pasan por ese periodo. La crisis de los 40 puede explicarse científicamente en términos de cambios fisiológicos que normalmente se producen en el organismo a esa edad. Sin embargo, para enfrentar los trastornos físicos y emocionales que entraña, o para ayudar a alguien que se ve en esa situación, conviene tratar de ver esta etapa de la vida desde la perspectiva divina. Como ocurre muy a menudo, Dios la ve desde un prisma bastante distinto del nuestro. Además, es capaz de explicar muchas de esas cosas mejor que los médicos y los expertos, aunque sin duda podemos beneficiarnos también de los consejos de ellos. Si bien en la Biblia no se encuentra la expresión crisis de los 40, las Escrituras contienen muchos consejos que vienen al caso. Algunos de ellos resultan especialmente útiles para quienes todavía no han llegado a esa edad, pues recalcan la importancia de ser muy considerados y tratar con mucho amor a los demás, sobrellevando los unos las cargas de los otros y poniéndonos en su lugar. Como siempre, el Señor promete recompensarnos por el tiempo y el esfuerzo que dediquemos a velar los unos por los otros.Todo forma parte del designio de Dios Nuestro entendimiento natural no alcanza a captar la trascendencia de todo lo que sucede en nuestro organismo conforme pasa el tiempo y nos hacemos mayores. El rey David lo expresó bien: «Te alabaré por el maravilloso modo en que me hiciste» (Salmo 139:14, versión N.C.). Pero el Señor es capaz de ayudarnos a entenderlo en la medida de lo necesario, si escudriñamos Su Palabra y acudimos a Él en oración para que responda a nuestros interrogantes e inquietudes. Ese período de incertidumbre por el que Él permite que pasemos es como una encrucijada o control de carretera en el que nos vemos obligados a detenernos para hacer balance de nuestra vida y asegurarnos de que seguimos por donde Él quiere que vayamos. Cuando llegamos a una encrucijada de ese tipo, lo que ocurra a continuación se ve afectado en gran medida por nuestro enfoque de las cosas. Si miramos la situación negativamente y vemos solamente los problemas y las aparentes limitaciones, tomamos el camino que conduce hacia abajo. En cambio, si consideramos todas las posibilidades y nos fijamos metas elevadas, tomamos la senda ascendente que nos lleva a mayor felicidad y satisfacción. Como dijo Jesús, nuestra fe —lo que esperamos que Dios haga por nosotros— es un factor determinante: «Conforme a vuestra fe os sea hecho» (Mateo 9:29). Romanos 8:28 presenta una promesa fundamental que constituye un excelente punto de referencia: «Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman» (versión N.C.). Si amamos a Dios y sabemos cuánto Él nos ama, podemos estar seguros de que Él se preocupa de darnos lo que más nos conviene y anhela valerse hasta de las crisis que se nos presentan en la mediana edad para llevarnos a efectuar cambios positivos en nuestra vida. Así podemos ver esa etapa a través de los ojos de la fe, fijándonos no en las contrariedades, sino en las nuevas posibilidades que sabemos que Él nos va a abrir. Sacar fuerzas de debilidad Esta temporada de mayor lentitud, de mayor debilidad, es para nuestro bien. Tiene por objeto llevarnos a una etapa de maduración en la vida, un periodo de plenitud en el que podemos gozar de nuestra existencia más que nunca. Suele suceder que por medio de nuestra debilidad, de nuestras dolencias y de otras dificultades personales aprendemos a acercarnos a Él y nos vemos obligados a depender más de Él. Como dijo el apóstol Pablo, a veces le resultamos más útiles cuando estamos débiles que cuando estamos fuertes. «Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9). Además, a causa de nuestra debilidad y de nuestro carácter más contemplativo, valoramos más la vida y apreciamos más al Señor y Su bondad. Estimamos más ciertas cosas para las que antes estábamos demasiado ocupados o que simplemente dábamos por hechas. Aunque nos parezca que al llegar a esta etapa de la vida perdemos algo, en realidad salimos ganando mucho más de lo que perdemos. Este periodo de nuestra vida bien puede ser uno de los mejores, uno de los más felices, fructíferos y gratificantes. Es posible que sea una época de gran satisfacción —aun mayor que la que sentíamos en nuestra juventud—, pues llegamos a una edad en que ya hemos vivido muchas experiencias propias de aquella etapa: las aventuras, los retos, los amores, los altibajos, las alegrías y los pesares que derivan de crecer y madurar. A estas alturas buscamos satisfacción profunda y auténtica, la que proviene de hallar y cumplir el designio de Dios para nosotros.Jesús ansía ayudarnos Es bastante común que en esta etapa de la vida nos veamos embargados por emociones inexplicables o hasta por depresiones. Cuando nuestros sentimientos se ven zarandeados de aquí para allá, puede que nos sintamos como los discípulos de Jesús que cruzaban el Mar de Galilea cuando se levantó una tormenta que amenazaba con hundir su pequeña embarcación. «¡Ayúdanos, Maestro, que perecemos!», clamaron. Jesús ordenó a la tormenta: «Calla, enmudece». Y cesó el viento, y todo quedó completamente tranquilo (Marcos 4:37-41). Sin duda, Jesús puede con la misma facilidad calmar nuestras emociones y devolvernos la serenidad. Es capaz de alejar la desesperación y sustituirla por esperanza, buen ánimo, felicidad y fe. Es preciso que nos aferremos a las promesas que nos hace en Su Palabra, que tengamos confianza en Él mientras dure la tempestad, que estemos convencidos de que nunca nos va a defraudar y que todas las cosas redundan en bien nuestro. El rey David rezó: «Cuando mi corazón desmayare [...] llévame a la roca que es más alta que yo» (Salmo 61:2). Cuando nos sintamos agobiados, cuando nos sintamos acorralados por la depresión, debemos subirnos a la Roca: Jesús. Él nunca permitirá que nos veamos abrumados. Él es el remedio para esos ataques de depresión. Es importantísimo que no aceptemos esos sentimientos y emociones negativos, y mucho menos que tomemos decisiones basándonos en ellos. Cuando te sientas deprimido o confundido, cuéntaselo a Jesús. Pídele que disipe esos sentimientos. Él puede darte fuerzas, gracia, entendimiento y discernimiento. Invoca todas las promesas que Él nos ha dado en Su Palabra, sabiendo que son para ti y para momentos como este, y que te ayudarán a salir adelante. Él aprecia que acudamos a Él. Es más, espera pasar esos ratos con nosotros con más ansias de lo que nos imaginamos . Por eso, cuando te sientas agobiado o deprimido o no puedas dormir, habla con Jesús. Él nunca está muy ocupado. Nunca duerme. Cuéntale tus cosas más íntimas y llega a conocerlo más profundamente que nunca. Él tiene nuevos horizontes que enseñarte. Solo espera a que acudas a Él. Lo mejor está aún por venir Si esos momentos de desazón te llevan a los brazos de Jesús —y en consecuencia, a hallar una paz y felicidad que nunca antes conociste—, ¿no te parece que valen la pena? La vida no acaba por haber llegado uno a los cuarenta o cincuenta años. Ese no es el fin; es el inicio de una nueva etapa, de un nuevo período. Jesús anhela valerse de las enseñanzas que vas a sacar, de la madurez y sabiduría que vas a alcanzar en esta etapa intermedia de la vida, como peldaños que te llevarán hacia adelante y hacia arriba y te acercarán al espléndido futuro que te tiene reservado. ¡Opta por la senda ascendente!

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