sábado, 21 de noviembre de 2009

La búsqueda de la individualidad


Mucha gente se ha tragado la mentira diabólica de que si uno lee y obedece la Palabra de Dios, pierde su carácter individual. Dicho de otro modo, si uno acepta por fe las verdades de la Palabra de Dios, se vuelve como tantos otros, deja de gozar de pensamiento autónomo, pierde su agudeza, su intelecto, la capacidad de participar en debates profundos. Mas si echas un vistazo a tu alrededor, verás que hay mucha diversidad, inteligencia e individualidad entre quienes no se tragan ese cuento. En un cuerpo de creyentes que se esfuerzan por seguir las enseñanzas de Jesús, hay toda clase de personalidades bien definidas. No hay dos que se parezcan. Es más, se dan muchas diferencias importantes. Aunque todo el mundo creyera y aplicara personalmente la Palabra de Dios, la Palabra está viva, por lo que sus frutos son diferentes en cada uno. Por ejemplo, si diez personas leen el famoso capítulo de la Biblia sobre el amor —1 Corintios 13—, es muy posible que para cada una cobre una relevancia distinta. Puede que el Señor le indique a una persona que debe ser más afectuosa, mientras que para otra la consigna sea la amabilidad y la consideración; a otra le indicará que sea menos orgullosa; y a otra, menos egoísta. Simplemente es imposible que las personas se conviertan en autómatas o que pierdan su intelecto o su carácter individual por vivir la Palabra. Entiendo que si eso fuera posible, a nadie le gustaría. La vida se volvería muy aburrida y nada estimulante. Pero no es posible. De hecho, es más probable que ocurra todo lo contrario: cuanto más te compenetras con el Señor y con la Palabra, más se destacan tus dones y puntos fuertes. Él realza tus aptitudes y hasta tu inteligencia —a fin de cuentas, son facultades de las que Él mismo te dotó— y te convierte en una persona mejor sin que pierdas tu identidad. No sólo se desarrolla tu faceta espiritual, sino también tu imaginación, creatividad, capacidad de raciocinio y de tomar decisiones, don de gentes y mucho más. Cuanto más se acerca uno al Señor y más sintonizado está con Él, más definida y singular se torna su personalidad. Ello obedece a la transformación que Dios opera en la persona. Él lo convierte a uno en lo que Él quiere que sea, es decir, en un ser distinto de lo que tiene pensado para los demás.
------------------------Cuanto más adopta uno los cánones del mundo, mayor peligro corre de convertirse en una muestra de lo que otro concibió.------------------------ Aunque uno leyera los mismos pasajes de la Biblia y se aprendiera de memoria los mismos versículos que un millón de personas más, eso no menguaría su carácter único. Lo que te distingue de los demás es la manera en que se manifiesta esa Palabra en tus decisiones, en tu personalidad, en tus gustos, en tus reacciones personales, en tu fe. Son todas esas cosas las que te definen: los compromisos que asumes con el Señor, las experiencias que vives con Él, el amor que manifiestas, las ideas que te vienen de Él, la gente en la cual influyes... Todo eso hace que seas quien eres, y no hay nadie que pueda ser igual a ti. ¡Es imposible! No hace falta que recurras a las cosas del mundo para hacer valer tu individualidad. ¡Qué gran engaño del Diablo es ese, pues mientras piensas que te estás volviendo diferente, único, en realidad lo que él busca desde el principio es volverte como todos los demás que van ciegamente en pos de las cosas del mundo! La Biblia nos manda: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. [...] Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo" (1 Juan 2:15,16). Y: "No os conforméis a este siglo [mundo], sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento " (Romanos 12:2). Quienes se tragan las mentiras del Diablo terminan por conformarse al mundo. Gradualmente, a medida que subyugan su mente, sus pensamientos y sus decisiones al adoctrinamiento del mundo, pierden su carácter único y se amoldan cada vez más a las multitudes esclavizadas por las tinieblas. Difícilmente se pueda afirmar que conserven su identidad. Cuanto más adopta uno los cánones del mundo, mayor peligro corre de convertirse no en la persona que el Señor quería que fuera, sino en una muestra de lo que otro concibió. En vez de ser un cristiano amoroso y de convicciones firmes, que sabe bien a dónde va y se siente seguro al cobijo del amor de Dios, espiritualmente termina por convertirse en un pobre vagabundo. Lo que te hace una persona sui géneris no es el tener creencias que nadie más tiene, sino el permitir que esas creencias que tienes en común con millones de creyentes te motiven, te inspiren, te eduquen y te impulsen a hacer cosas singulares. Tu identidad radica en lo que haces. Tú eliges: Puedes aceptar la Palabra de Dios y todo lo que el Señor te indique en tu comunicación con Él, a fin de convertirte en la bella persona y en esa expresión única del amor de Dios que Él quiere que seas; o bien tomar el camino contrario y resistirte a la instrucción del Señor, rechazar Su ayuda y dejar de convertirte en lo que podrías ser. De ti depende. Esa es tu libertad de elección, tu libertad de pensamiento.

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