domingo, 29 de noviembre de 2009

Joyeux Noël


La película Joyeux Noël (Feliz Navidad, 2005), del director y guionista francés Christian Carion, cuenta una historia real ocurrida en un campo de batalla francés la Nochebuena de 1914.El episodio tuvo lugar durante la Gran Guerra (la Primera Guerra Mundial), en un punto del frente en que había unos tres mil soldados escoceses, franceses y alemanes. Al llegar la Nochebuena, se oyen del lado alemán ecos del famoso villancico Noche de paz. Los escoceses responden enseguida con un acompañamiento de gaitas. Al rato, los tres ejércitos entonan al unísono la misma canción desde sus respectivas trincheras, a cien metros de distancia. Imagínate a los combatientes cantando en tres idiomas desde las mismísimas trincheras que apenas unas horas antes habían sido escenario de una brutal matanza. ¡Qué contraste!Persuadidos a darse tregua por la letra de aquel añorado villancico, los bandos enemigos se atreven a salir de sus trincheras y acuerdan un cese del fuego extraoficial. En ciertos trechos de la línea del frente, la tregua navideña llega a durar diez días. Los enemigos intercambian fotografías, direcciones, chocolates, champaña y otros pequeños obsequios. Descubren que tienen más en común de lo que imaginaban, incluido un gato que merodea de una trinchera a otra y entabla amistad con cualquiera, si bien ambos bandos insisten en que la mascota les pertenece.Los otrora enemigos se esfuerzan por comunicarse como mejor pueden en el idioma del otro. El teniente alemán, Horstmayer, dice al francés, Audebert: —Cuando tomemos París, todo habrá terminado. ¡Luego espero que me invites a un trago en tu casa de la Rue Vavin! —No te sientas obligado a invadir París para que te invite a un trago en mi casa —replica Audebert.La amistad que se forja aquella noche entre los bandos opuestos no tiene nada de superficial. La mañana en que acaba la tregua de Navidad, ambos bandos se advierten mutuamente cuando se enteran de que la artillería está a punto de lanzar un ataque. La camaradería que surge entre ellos cala tan hondo que se sabe que ambos lados incluso llegaron a cobijar soldados enemigos en sus trincheras a fin de protegerlos del peligro.¿Qué produjo tan inverosímil transformación? Todo comenzó con la atracción ejercida en unos y otros por la música navideña.Ese incidente nos recuerda que la guerra es un mal que tiene remedio. Se trata de dejar de satanizar a nuestros enemigos y aprender a amarlos, tal como Jesús nos conminó a hacer (Mateo 5:44). Claro que del dicho al hecho hay largo trecho, pensarán algunos; pero eso no quiere decir que sea imposible. Dejemos de lado las distinciones de raza, color y credo y tomemos conciencia de que todos los seres humanos tenemos necesidad de amar y ser amados. Si nos esmeráramos para conocer más a fondo a personas con las que aparentemente no tenemos ninguna afinidad, quizá nos daríamos con la sorpresa de que en realidad tenemos bastante más en común de lo que pensamos.Jesús enseñó a Sus seguidores: «Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9). Contextualizando esta frase, en aquel entonces la tierra de Judea se encontraba sumida en el caos político. Las fuerzas de ocupación romanas aplastaban despiadadamente toda resistencia. Empeñado en deshacerse del recién nacido Príncipe de Paz por considerarlo una amenaza personal, el rey Herodes, que gobernaba la región con la anuencia del régimen romano, había decretado la matanza de todos los pequeñitos nacidos en el pueblo de Belén. Jesús, durante Su ministerio público, corrió peligro en numerosas ocasiones. Los dirigentes religiosos de Su propio pueblo, movidos por la envidia, procuraban librarse de Él. No obstante, pese a todo el odio que el Diablo descargó contra Jesús, el amor triunfó. Al término de Su vida terrenal, cuando Sus enemigos por fin consiguieron echarle mano y crucificarlo, dio la sensación de que lo habían vencido. Sin embargo, tres días después se llenaron de consternacion: Jesús salió victorioso del sepulcro y nos hizo la promesa de que por medio de Él nosotros también seríamos resucitados para vida eterna.Si se tiene en cuenta que la Primera Guerra Mundial duró más de tres años luego de aquel episodio y se cobró casi veinte millones de vidas, y que desde entonces se han librado otras 150 guerras, que segaron la vida de incontables millones más, uno podría concluir que aquel gesto de amistad y buena voluntad en la Pascua de 1914 fue en vano. A los soldados que participaron en la tregua se los castigó con severidad. A fin de garantizar que el incidente no se repitiera, en la siguiente Navidad sus superiores ordenaron bombardeos mucho más intensos. Aun así, hubo informes sobre incidentes similares. En todo caso, más allá del éxito o fracaso de esos casos aislados de confraternización, esta historia de paz en medio de la guerra sigue viva y continúa derribando las barreras que enconan a quienes podrían ser buenos amigos. En definitiva, es un testimonio del poder del amor de Dios, que es la esencia de la Navidad. Curtis Peter Van Gorder es voluntario de la Familia Internacional en el Medio Oriente.

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