miércoles, 25 de noviembre de 2009

Hacer de la debilidad una cualidad


Muchas personas consideran que la falta de confianza en uno mismo es una debilidad. Sin embargo, si nos lleva a depender más de Jesús, en realidad puede ser una ventaja. Cuando dependemos del Señor y acudimos a Él en busca de las soluciones que nos hacen falta, siempre salimos beneficiados, pues Él es mucho más sabio y capaz de lo que jamás podríamos ser nosotros por nuestra cuenta. La verdadera fortaleza de la debilidad consiste en saber que se necesita al Señor y que hay que acudir a Él en busca de soluciones, y en hacerlo. La persona que es débil por sí misma no da por sentado automáticamente que conoce las soluciones o que entiende la situación, y no se apoya en sus propias ideas, sino que reza y presenta su inquietud al Señor. Nuestra primera reacción debería ser consultarle las cosas. La debilidad puede ser beneficiosa cuando, aun pensando que sabemos qué hacer, consultamos con Jesús y seguimos Sus indicaciones, las cuales pueden diferir de lo que habíamos pensado y planeado inicialmente. Eso es conveniente, toda vez que permite que sea Él quien obre por medio de nosotros y lleve a cabo Su voluntad. Es dejar que Él asuma el mando, tome las decisiones y haga las cosas a Su manera. Así nuestra debilidad se convierte en una virtud. Si recurrimos constantemente a Él en oración, no podemos errar. Cuanto más le consultamos, más puede obrar por medio de nosotros. Cuanto más incapaces nos sentimos, cuanto más nos damos cuenta de que no sabemos qué hacer y le pedimos a Él soluciones, mejor nos va. No tiene nada de malo sentirnos incapaces si eso nos lleva a recurrir al Señor en oración. Eso no es una debilidad; en realidad puede ser nuestra mayor virtud, ya que siempre contaremos con Su orientación y Su guía. Es bueno que nos sintamos así, pues nos hace tener presente lo mucho que necesitamos a Jesús, y esa es ni más ni menos la actitud que quiere Él que tengamos. Él se vale de esa sensación para hacernos acudir a Él una y otra vez, a fin de poder continuar bendiciéndonos y obrando por medio de nosotros. Lo hace por nuestro propio bien y por el bien de las personas que sabe que se verán afectadas por nuestras decisiones. Que nos sintamos incapaces y poco aptos no significa que realmente lo seamos, en tanto que recurramos siempre a Él. El único inconveniente que tal vez se dé al sentirnos incapaces y débiles por nosotros mismos es que después de haber acudido al Señor y orado y escuchado Su voz, por alguna razón no llevemos a la práctica Sus indicaciones. Quizá por no estar muy seguros de haber captado claramente Sus instrucciones, por dudar que éstas sean acertadas o viables, o por pensar que va a ser muy difícil ejecutarlas, lo dejamos para más adelante. Sin embargo, debemos tener fe en que nos habló el Señor y en que Él sabe lo que conviene y lo que se debe hacer. A partir de ahí, sencillamente tenemos que obedecer y poner en práctica lo que nos haya indicado. Puede que no acertemos todas las veces, sobre todo al principio; pero conforme nos habituemos a pedirle orientación, respuestas y soluciones, nos resultará más fácil, escucharemos Su voz con mayor claridad y acertaremos con más frecuencia. Si te falta fe para empezar, Él puede ayudarte con eso también. Si no entiendes cómo vas a poder hacer lo que te ha dicho, pídele que te lo indique. Si te parece que va a ser muy difícil, ruégale que te ayude a dar el primer paso. En cuanto empieces a obedecer y a dar pequeños pasos por Él, Él dará pasos mayores por ti y te ayudará a hacer progresos. No faltará a Sus promesas. Consúltale cualquier problema en que necesites ayuda; eso es aprovechar tu debilidad y echar mano del poder del Señor. Pero si después de recibir orientación de Él no haces nada ni intentas aplicarla de alguna forma, te pierdes las ventajas de poder recurrir a ese poder, y te quedas con tu debilidad. Tu flaqueza natural se habrá vuelto más un estorbo que otra cosa si no aceptas la ayuda que te ofrece el Señor. Le pasa a todo el mundo en algún momento. Nadie es perfecto, y Él no espera que lo seamos. Pero la mayoría podemos mejorar mucho en ese aspecto de pedirle consejo sobre los problemas que tenemos y las decisiones —grandes o pequeñas— que debemos tomar. El proceso consta de tres etapas. Primeramente tenemos que acordarnos de consultar con Él; después, creer lo que nos dice y aferrarnos a ello; y por último, es preciso que lo llevemos a cabo. Jesús dijo al apóstol Pablo: «Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9). Esa misma promesa es válida para nosotros. Aunque nos sintamos débiles, Él se hará fuerte en nosotros. Aunque nos consideremos incapaces de hacer algo que nos ha pedido, Él obrará por medio de nosotros. Y aunque no sepamos con exactitud cómo va a realizar Su voluntad por medio de nosotros, si hacemos lo que está a nuestro alcance, Él se encargará de lo demás. Eso es dejar que Jesús transforme nuestra debilidad en una cualidad.

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