lunes, 30 de noviembre de 2009

Festín de gusanos


Eran las 6:30 de la mañana. Me había levantado temprano y me encontré con un día lluvioso justo cuando nuestro clan familiar había planeado una excursión. La lluvia en sí no me importaba tanto. Sin duda que la tierra la necesitaba. Eché un vistazo al jardín. Me fijé en un pajarillo regordete color café que iba dando saltitos y escudriñaba el suelo húmedo con la esperanza de hallar un carnoso festín en la figura de un desventurado gusano a punto de ahogarse. En ese momento me sentí como un pobre gusano. En los meses anteriores, densos nubarrones se habían ido arremolinando en torno a mi pequeña familia. Nuestro hijito sufría un atraso en su desarrollo que afectaba su felicidad cotidiana y derivaba en angustiosas rabietas producto de su frustración. A menudo despertaba gritando en medio de la noche. En otros momentos era un chiquillo tierno, sensible, afectuoso y encantador. Pero estaba claro que teníamos que averiguar a qué obstáculos concretos se enfrentaba a fin de satisfacer mejor sus necesidades, que cada día eran mayores. Precisábamos hacerlo cuanto antes, mientras todavía era pequeño y dócil, antes que se hicieran presentes en su vida los efectos secundarios —y a veces trágicos— de la escasa autoestima y la depresión. Para colmo, cuatro días antes habíamos recibido la noticia de que en poco tiempo mi marido se quedaría sin trabajo. A raíz de ello tendría que conseguir un nuevo empleo, y nos tocaría cambiar de casa. Yo antes me lanzaba a situaciones desconocidas con grandes expectativas. Recorría el mundo y perseguía mi destino por doquiera que me llevara el viento. Esta vez, sin embargo, me intimidó tener que hacer un cambio tan importante durante un período decisivo en la vida de mi hijo. Por cuatro días —que me parecieron cuatro años— me aferré hora tras hora a alguna pequeña esperanza, a algún pasaje de las Escrituras o frase de aliento que me ayudara a hacer frente a aquel aluvión de contratiempos. A lo largo de la Historia, muchos grandes hombres y mujeres pasaron por épocas oscuras y difíciles y luego escribieron anécdotas, poemas o himnos en los que relataron sus experiencias. Pues bien, me aferré a esas frases y composiciones tranquilizadoras. A veces me ponía a repetir un verso —como si se tratara de un mantra—, para no perder el aplomo mientras atendía a mis hijos y las tareas domésticas. Vale decir que me dio buenos resultados. Mientras observaba aquel pajarillo marrón desde la puerta, escuché una voz reconfortante que he llegado a conocer muy bien: la de mi Salvador. Me dijo: «No eres un gusano, querida; eres el pajarito. Las lluvias y tormentas que he permitido que se abatan sobre tu mundo te han servido un festín. De no haber sido así, habrías tenido que ponerte a escarbar a picotazos». De golpe mi perspectiva cambió. En aquel momento de aparente oscuridad y agobio, Jesús nos estaba ofreciendo un festín espiritual. Los manjares que normalmente habríamos tenido que desenterrar salían a la superficie por sí solos, obsequios como una relación más estrecha con Jesús y con los demás, un mayor aprecio de nuestros amigos y familiares, y un deseo ferviente de encomendar todos los días a Jesús nuestras necesidades y aprensiones. ¿Escampó finalmente? Todavía no. Si bien algunas de nuestras oraciones han obtenido respuesta —mi marido ha conseguido otro empleo y nos hemos mudado de casa—, lo cual ha sido muy alentador, aún nos enfrentamos a grandes dificultades en otros aspectos. Pero seguimos siendo pajarillos alegres y contentos incluso en medio de la lluvia, porque aunque parezca extraño, nos estamos dando ¡un festín de gusanos!P.D.: En perfecta sincronización, al día siguiente de recibir esta revelación el hijo del vecino —un chico de ocho años— me trajo un montón de serpenteantes gusanitos. Me dijo:—Si quieres algunos, hay muchísimos más en esa pila de hojas.Está bien. Con la metáfora me basta. Megan Dale es miembro de La Familia Internacional y vive en Australia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario