lunes, 30 de noviembre de 2009

Capea el temporal


Hace algunos años, cuando nuestros hijos eran pequeños, mi marido y yo fuimos de Europa a Sudamérica —nuestro nuevo destino de trabajo— en un carguero. A causa de largas demoras que se produjeron en el embarque de la carga, tuvimos que zarpar en pleno invierno mediterráneo, más o menos en la misma época del año en que el apóstol Pablo naufragó cerca de las costas de Malta (Hechos, capítulo 27 y 28:1). Rogamos a Dios que no fuéramos a correr la misma suerte. A dos días de zarpar se desató un temporal. Aunque el barco estaba muy cargado y navegaba bastante hundido, los vientos de fuerza 12 lo zarandeaban con violencia. A los niños les pareció de lo más divertido, pero los demás nos las veíamos en figurillas para guardar la compostura y resistir las náuseas. Hasta los avezados tripulantes estaban mareados. Escuchamos informes por radio que daban cuenta de que ya se habían hundido dos naves. ¿Había llegado nuestro fin? Desde luego, yo no pensaba aceptarlo sin oponer resistencia. No había nada que pudiera hacer en el plano físico; pero lo que sí podía hacer era orar. ¡Y eso hice, con mayor intensidad que nunca! «Jesús, ¡te ruego que nos ayudes! —imploré—. ¡Eres nuestra única esperanza! ¡Calma la tempestad! Concede al capitán el tino, la fe y el valor que le harán falta para sacarnos airosos de esto. Y líbrame de estos horribles mareos para que pueda pensar con más claridad y rezar con más fervor». «Ve al puente». Reconocí la voz enseguida. Era Jesús. «El capitán también está rezando. Ora con él e infúndele fe». Al ponerme de pie, Jesús me dio fuerzas para llegar hasta el puente. El capitán estaba solo, y efectivamente rezando con toda el alma. Hicimos vigilia juntos hasta que pasamos al sur de Sicilia, donde nos refugiamos de la tormenta. La nave y la carga habían sufrido algunos daños, pero nadie estaba lastimado. Dios había respondido a nuestras oraciones. El Señor me recordó aquella experiencia después de una época difícil que pasamos recientemente. Me ayudó a sacar de ella una importante enseñanza: Debo capear las tempestades de la vida sin miedo, tomar las riendas de la situación, remontar la adversidad, subir al puente de mando y asirme firmemente de la mano del Capitán. Jesús es nuestro Timonel. Pronto estaremos juntos en aguas serenas. Rezar requiere fe, y para actuar conforme a esa fe hay que tener agallas. La fe unida a la acción obtiene resultados. La naturaleza humana nos lleva a resistirnos a las dificultades, a procurar esquivarlas con la esperanza de que desaparezcan; pero no es eso lo que hacen los triunfadores. No te dejes hundir por las borrascas de la vida. ¡Levántate y lucha! Aunque los avatares de la existencia te asusten a veces, tienes la victoria garantizada. Muy pronto la podrás saborear, y vale la pena luchar por alcanzarla. Anne Spring es misionera de la Familia Internacional en Serbia.

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