miércoles, 18 de noviembre de 2009

Fe para obrar milagros


Para tachonar de estrellas el espacio, para colgar el mundo en el vacío hizo falta nada menos que un milagro. Mas cuando Jesús me rescató, me transformó y salvó mi alma, también hizo falta un milagro, un milagro de Su amor y de Su gracia. John Peterson No logro entender cómo puede alguien descreer de los milagros siendo que la Biblia registra tantos. Claro que uno suele encontrarse con intelectuales que argumentan —en muchos casos con florido estilo académico y tono petulante— que los milagros relatados en la Biblia nunca ocurrieron, o que pueden explicarse científicamente, o que aun admitiendo que se produjeron en aquel entonces, no son posibles hoy en día. Lo cierto es que sí se produjeron tal como narra la Biblia. Y en todos los casos no se requirieron más que dos elementos: el poder de Dios y la fe de un ser humano. Huelga decir que el poder de Dios no ha cambiado; y cuando ese poder entra en contacto con la fe de un creyente sincero, es de esperar que acontezca un milagro. ¡Ocurre todo el tiempo! Por virtud propia, la fe en la Biblia engendra fe en lo milagroso. La Biblia no solo revela los actos de un Dios sobrenatural, sino que imparte fe a quien la lee con una actitud abierta (Romanos 10:17). Las Sagradas Escrituras tienen un efecto transformador en nuestra vida, y eso nos infunde fe para que se produzcan otros milagros. La fe en Dios y en Su Hijo Jesucristo, la fe en el Cristo de la Biblia, se traduce en fe para lo cotidiano. Ello obedece a que la fe verdadera se afirma en un Cristo inalterable. Como consecuencia, Su poder produce los mismos resultados hoy en día que en la época de Su ministerio terrenal y que cuando se manifestó por medio de Sus primeros seguidores. Poco antes de Su crucifixión, Jesús prometió: «El que en Mí cree, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque Yo voy al Padre» (Juan 14:12). Luego, después de Su resurrección, cuando se apareció ante Sus discípulos, dijo que señales —milagros— acompañarían a los que creyeran en Él; y en efecto, así fue (Marcos 16:17,18,20). No pasó mucho tiempo antes que empezara a decirse de los primeros cristianos: «Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá» (Hechos 17:6). Aquellos primeros discípulos y los que siguieron sus pasos tenían tal confianza en que el poder sobrenatural de Dios estaba a su disposición que se atrevieron a enfrentarse al Imperio Romano y sacudieron sus mismos cimientos. Si Jesús es «el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebreos 13:8), ¿por qué nos cuesta tanto creer que hoy en día es capaz de obrar milagros de la misma envergadura en respuesta a nuestras oraciones? Donde uno encuentra expresiones de fe auténtica, encuentra también milagros. La fidelidad de Dios a Su Palabra lo obliga a obrar milagros. De ello podemos inferir que cuando no vemos milagros es porque carecemos de fe, no porque Cristo o Sus promesas se hayan desvirtuado en absoluto. Si vivimos inmersos en Su Palabra, si extraemos de ella Sus promesas y apoyamos nuestra fe en ella, si confiamos en que Dios ha de cumplir Su Palabra aun cuando parezca imposible, veremos hacerse realidad cosas materialmente imposibles. Veremos a Dios obrar en la dimensión sobrenatural. Ruego a Dios que te ayude a descubrir lo sobrenatural y que aprendas a depositar toda tu confianza en la realidad del poder divino, al cual puedes acceder por medio de la milagrosa Palabra de Dios. «Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios» (Marcos 10:27). Desde hace muchos años tengo la costumbre de confiar en que Dios obre un milagro cuando surge una necesidad acuciante. No siempre obtengo el milagro por el que rezo, pero eso en ningún caso es culpa de Dios. Y son muchas más las veces en que milagrosamente me concede mis peticiones que aquellas en las que me mantiene a la expectativa o me las deniega. «Los ojos del Señor contemplan toda la Tierra, para mostrar Su poder a favor de los que tienen corazón perfecto [lleno de fe] para con Él» (2 Crónicas 16:9). La compasión y el amor que te tiene, Su disposición para rescatarte en momentos de necesidad y Su fidelidad a Sus promesas permanecen inmutables hoy en día. Él anhela ver tu fe y cubrir tus necesidades. La próxima vez que necesites un milagro, reclama la siguiente promesa con toda confianza: «El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?» (Romanos 8:32). Su poder es el mismo, y está a tu alcance. Dios todavía está en Su trono, y la oración —la oración ferviente y llena de fe— cambia las cosas. Virginia Brandt Berg

No hay comentarios:

Publicar un comentario