domingo, 8 de noviembre de 2009

En el momento oportuno


Cansado en su catre, el teniente oyó a lo lejos las últimas notas del toque de silencio. De repente sintió un impulso irresistible de ir a hablarle del Señor a su coronel. Lo único que conseguiría con salir al patio a esa hora sería una reprimenda y, en el peor de los casos, hasta podían hacerle un consejo de guerra. Quiso hacer caso omiso de la voz que lo compelía a ir, pero no pudo. Minutos después, el teniente llamó tembloroso a la puerta del barracón donde se encontraba el coronel. —¿Qué hace aquí? —le preguntó el coronel bruscamente. Vacilante, el teniente le explicó el impulso irresistible que había sentido de ir a hablarle de Jesús. Sin decir palabra, el coronel abrió un cajón y sacó un revólver. —Si hubiera llamado a mi puerta cinco minutos más tarde —le dijo al teniente— no le habría respondido. Me disponía a quitarme la vida cuando usted me interrumpió. Lo que me ha dicho me da esperanzas. ¡Vuelva mañana y hábleme más de su Cristo! Y añadió: —No se preocupe, no voy a disparar el arma. A la mañana siguiente, el teniente llevó al coronel a aceptar a Jesús y Su regalo de salvación.

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