sábado, 14 de noviembre de 2009

EL VALOR DE UNA hora


Estaba en Singapur y tenía que esperar una hora para tomar un bus que me llevaría al aeropuerto. A la vuelta de la esquina se encontraba un joven occidental sentado en la vereda con cara de mucha preocupación. —¿Puedo ayudarte en algo? —le pregunté. —Sí —me respondió—. Puedes escucharme. ¡Me estoy volviendo loco! ¡No hallo paz! Sobrecogido me senté a su lado y lo escuché. Se trataba de un muchacho estadounidense que venía de Indonesia, donde había conocido a una chica, según me explicó. Temía que ella le hubiera contagiado el sida. No sabía a dónde dirigirse, si volver a Estados Unidos o seguir rumbo a Tailandia con miras a encontrar un sitio donde meditar. Una vez que se hubo desahogado, le conté lo que me había pasado a mí: que yo también había buscado afanosamente la paz interior, el amor, la verdad y la felicidad, y que en Jesús había hallado todo lo que necesitaba. Rezó conmigo para aceptar a Jesús en su vida y luego oramos por su curación completa, tanto física como mental. Me sentí muy feliz de no haber desperdiciado esa hora que el Señor quería que empleara para transmitir Su amor a aquel muchacho.

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