miércoles, 11 de noviembre de 2009

El porqué


Al cerrar los ojos, casi podía ver un llama de color carmesí ante mí. Así de intensa era la fiebre que me había dado. «¿Por qué me ha pasado esto? ¿Por qué en este momento?», me pregunté. El día anterior había tenido jaquecas. Sospechaba que se trataba de una insolación, a lo que soy muy propensa. Nunca se me cruzó por la cabeza que podía ser sarampión. Pero cuando el virus me cubrió el cuerpo con un sarpullido de color rojo intenso, el diagnóstico era evidente. Había caído en cama, sufría de fotofobia, y no podía abrir los ojos. Apenas unos segundos antes que me saliera el sarpullido —al menos eso me pareció a mí—, me llamó mi representante artístico para decirme que me habían elegido para un aviso publicitario que se filmaría al día siguiente. «¡Genial! ¾me dije con hastío¾. ¡Habría sido perfecto! ¡Y justo ahora vengo a caer con sarampión! ¡Llevo semanas esperando esa llamada, y me llega ahora! ¡Nada peor! ¿Por qué en este momento? ¡Estuve perfectamente bien durante meses!» No pude más que resignarme, tirada en la cama con las persianas bajas y los ojos tapados. Tenía una migraña y una fiebre tan alta que no me hacía falta un termómetro para darme cuenta de que ardía. Fui acariciando la idea de que esta era una buena ocasión para culpar a Dios por su don de la oportunidad y por todo lo demás que había salido mal últimamente. Sin embargo, en vez de seguir, finalmente decidí orar y preguntarle si había algo que quería decirme. Me sentía tan mal que casi no podía ni pensar; así que un amigo mío le pidió al Señor que le comunicara un mensaje para mí. Fue uno hermoso, que a la larga pasó a integrar mi preciada colección de cartas recibidas del Señor. Un pasaje de dicho mensaje decía: «Todo lo que obro tiene un propósito. Yo sé que estabas muy ilusionada con ir mañana [a actuar en el aviso publicitario], pero ésa no es Mi voluntad para ti ahora. [...] Te volveré a dar la oportunidad. [...] Ten paciencia, que ya vendrá. Por ahora, este tiempo en que estás obligada a guardar reposo, debes pasarlo conmigo. Tengo muchas cosas que compartir contigo. No tienes más que escucharme. Te amo, hija mía. Esta dolencia durará apenas un corto tiempo. Te prometí que te daría descanso cuando estuvieras agotada, y eso es precisamente lo que te concederé. Nunca te dejaré ni te abandonaré. Simplemente echa tu carga sobre Mí». Descansé, pues, ya que Dios me había dicho que lo hiciera. Y eché mi carga sobre Él, porque también me había dicho eso. Dejé atrás mi enojo, me di la vuelta y me dormí. En los días que siguieron libré mi batalla contra el sarampión. Además logré esbozar una sonrisa la mayor parte del tiempo, pues no tenía objeto ventilar mi contrariedad con quienes me rodeaban. Ahora veo la perfecta sincronización divina en todo. El día siguiente de recuperarme por completo fue sumamente ajetreado, lo que me indujo a agradecerle al Señor aquella semana de reposo físico y espiritual. También aprendí que no da resultado culpar a Dios de todas nuestras calamidades. Él tiene una muy buena razón para cada una de ellas. Descubrí algo más: Él cumple Sus promesas. El representante me llamó para fijar una nueva fecha para la filmación. El Señor me había prometido eso en el mensaje que mi amigo había recibido para mí, ¿cierto? Eso demuestra que cuando pasamos tiempo con el Señor y depositamos nuestra confianza en Él, Él nos ordena el calendario a la perfección.

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