jueves, 19 de noviembre de 2009

El cánt rajado


Un aguatero de la India tenía dos grandes cántaros colgados de los extremos de un palo que cargaba sobre el hombro. Uno de ellos tenía una rajadura. El otro estaba en perfecto estado y siempre terminaba lleno la larga caminata desde el arroyo hasta la casa del amo; pero el cántaro agrietado apenas llegaba con agua hasta la mitad. Aquella situación se mantuvo inalterable durante dos años. Todos los días el aguador no entregaba sino un cántaro y medio de agua en la casa de su amo. Naturalmente, el cántaro perfecto se ufanaba de sus logros, pues acometía óptimamente el propósito para el que había sido creado. En cambio, el pobre cántaro rajado se avergonzaba de su imperfección y se sentía desdichado de poder cumplir sólo con la mitad de la tarea para la que había sido elaborado. Convencido de su fracaso, un día le habló al aguatero junto al arroyo. —Estoy avergonzado y quiero pedirte disculpas. —¿Por qué? —preguntó el aguatero—. ¿De qué te avergüenzas? —Durante los últimos dos años no he podido entregar sino la mitad de mi capacidad a causa de esta rajadura que tengo en el costado, por la que se va perdiendo el agua cuando regresamos a la casa del amo. Por culpa de mis defectos tienes que trabajar arduamente, y tus esfuerzos no rinden tanto como podrían —dijo el cántaro. El aguatero tuvo pena de la vieja vasija agrietada y movido a compasión le dijo: —De regreso a la casa del amo quiero que tomes nota de las hermosas flores que bordean el sendero. En efecto, al subir la colina el viejo y defectuoso cántaro advirtió las hermosas flores que se asoleaban a la vera del camino, por lo cual se alegró un poco. Sin embargo, al final del trayecto todavía se sentía mal por haber perdido la mitad de su agua, así que volvió a disculparse con el aguador por su ineficacia. Este le señaló: —¿Te fijaste que tu lado del camino estaba adornado con flores y el del otro cántaro no? Es que siempre he sabido de tu defecto. Aproveché para sembrar semillas de flores a tu lado del camino, las cuales has regado todos los días cuando regresamos del arroyo. Durante dos años he podido recoger esas hermosas flores para decorar la mesa de mi amo. Si no fueras exactamente como eres, él no habría podido contar con ellas para adornar su casa. Cada uno de nosotros tiene sus defectos. Todos somos cántaros rajados. Pero si lo aceptamos, el Señor se vale de nuestros defectos para hermosear Su mesa. Cuando Dios te llame a realizar las tareas que te ha asignado, no te dejes abatir por tus defectos. Reconoce que los tienes y dale ocasión de aprovecharlos. Así, tú también podrás ser gestor de belleza a la vera de Su sendero.

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