martes, 17 de noviembre de 2009

El bálsamo del Cielo


(Tomado de un carta dirigida a los padres de cinco jóvenes que fallecieron en un accidente de tráfico.) Mis queridos amigos: Se me parte el corazón por ustedes. Lloro al imaginarme lo mucho que han llorado, y los acompaño en su dolor y su pérdida. Desde que me enteré de la tragedia no puedo dejar de pensar en ustedes y en la profunda pena que los embarga. Tenían grandes aspiraciones para sus hijas. Eran unas chicas bellísimas, se las veía radiantes, y ahora, de pronto, ya no están. Puede que todo lo que alcancen a decir sea: «¿Por qué ha pasado esto, Señor? ¿Por qué nos castigas con tanta severidad?» Se me desgarra el corazón al pensar en el tormento de espíritu que están sufriendo, y pido a Dios que les dé a conocer Su paz aun en medio del pesar. Hace poco perdí a la persona a quien más amaba en este mundo, así que creo que comprendo cómo se sienten. Sé lo que es caer en la cuenta, de un momento a otro, de que las cosas nunca volverán a ser como antes. Yo tampoco tuve oportunidad de despedirme de él. No tuve ocasión de pedirle perdón por todas las veces en que lo decepcioné. No pude echarle los brazos al cuello para manifestarle mi cariño una última vez y expresarle lo mucho que significaba para mí. Sé lo que es batallar con el remordimiento, pero también sé lo que es recibir la abundante gracia del Señor en los momentos de angustia, Su paz que sobrepasa todo entendimiento, las fuerzas que nos da para seguir adelante, Sus respuestas a nuestras innumerables preguntas. En situaciones así no podemos hacer otra cosa que buscar consuelo en Jesús y Su Palabra. Hablo por experiencia. Sé que a pesar de la pérdida, de las lágrimas, del disgusto y de los interrogantes, pueden hallar paz si tienen presente que Jesús los ama. Lo más importante que deben recordar ahora mismo es que el Señor los quiere mucho. A pesar de la angustia, de la pérdida, de la confusión y del dolor, aférrense a la certeza de Su entrañable cariño. Su amor es infinito, infalible e inmutable. Pase lo que pase, por grandes que sean las tinieblas, por difícil que sea la batalla, por oscuro que esté el túnel, por prolongado que sea el sufrimiento, Jesús los ama. Y Él no escatima Su amor. No nos concede un poquito por aquí y otro poco por allá conforme a nuestros méritos, ni nos lo retira enojado cuando no nos portamos muy bien o metemos la pata. Dios no es así. Siempre nos prodiga Su amor, aunque no seamos dignos de él. Nunca nos da la espalda. Nunca cierra los ojos para no ver nuestras necesidades, ni se tapa los oídos para no oír nuestras llamadas de socorro o peticiones de consuelo. Cuando más angustiados se sientan y más sombría les parezca la situación, cuando más confundidos estén y casi ni sepan cómo orar, el Señor derramará Su amor sobre ustedes con mayor abundancia, no en menor medida, sabiendo que les hace mucha falta y que puede mitigar su dolor, enjugar sus lágrimas y confortar su apesadumbrado corazón. Me imagino que algunos de ustedes sienten mucho remordimiento. Es posible que algunos hasta estén enojados con el Señor porque no evitó esta desgracia, o resentidos. La mayoría estarán perplejos, consternados y sumamente abatidos. Lo único que puede llevarse ese dolor es su fe en el amor del Señor, la seguridad de que Él «lo hace todo bien» (Marcos 7:37) y de que es cierto que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien (Romanos 8:28). Por extraño que parezca y por difícil de entender que sea, hasta este suceso tendrá efectos positivos. Es preciso que tengan la convicción de que Jesús los ama mucho y de que no los ha abandonado de pronto. Tienen que asirse a las promesas que ha hecho en Su Palabra. Aunque no les parezca sentir Su amor, aunque no lo vean, tengan por fe la certeza de que Él los ama. Únicamente su fe en el amor de Dios podrá sofocar el fuego de la aflicción. Ahora les da la impresión de que lo ocurrido es una señal de que Él no los quiere, o de que está enojado o disgustado con ustedes. Al volver la vista atrás, son tantas las cosas que lamentan. El remordimiento los abruma. Sin embargo, el mensaje del Señor para ustedes es que se desembaracen de esos sentimientos. Y es posible hacerlo. Es preciso que lo hagan. Dejen que el potente amor del Señor se los lleve. No es necesario que hagamos penitencia por nuestras fallas. No hace falta que suframos, que lloremos y nos hagamos reproches. Tenemos la opción de hallar la paz del Señor en Su perdón y en Su amor. «Sorbida es la muerte en victoria» (1 Corintios 15:54). Cuando yo tenía la tristeza a flor de piel y me asaltaban los remordimientos y los sentimientos de culpa, no me podía permitir pensar en el pasado, ni siquiera en los buenos recuerdos. Tuve que dejarlo atrás y pensar en el presente. Cuando recordaba el pasado, me invadía la congoja. En cambio, cuando me negaba a revivir otros tiempos y me concentraba en el presente y en todo lo bueno que estaba por venir, me invadía la seguridad de que Jesús me amaba y me daba cuenta de lo acertado que era Su plan. No debemos centrar la atención en lo pasado. Se acabó, ya es historia. Con el tiempo podrán recuperar los gratos recuerdos y disfrutarlos sin que los embargue la tristeza. Por el momento, sin embargo, probablemente sea mejor no pensar para nada en el pasado. ¡Ojalá fuéramos conscientes de lo real que es el Cielo y el mundo espiritual, y de lo próximo que está! No nos separa de él más que un velo, un velo muy tenue, casi transparente. No piensen que han perdido a sus amadas hijas. No es así. Ellas conocían y amaban al Señor en esta vida, y ahora están con Él. Es sólo que han pasado antes que ustedes al otro lado del velo, donde un día las volverán a ver por obra del infinito amor del Señor. Se han ido, pero siguen con ustedes. Permanecen cerca, más que nunca. Si escuchan con fe, les oirán susurrarles palabras de consuelo, aliento e instrucción. Aunque tuvieran sus diferencias cuando estaban juntos en esta vida, como le sucede a todo el mundo en algún momento, aunque no estuvieran de acuerdo en todo, aunque tuvieran sus malentendidos, ahora todo será diferente. Ahora se entenderán. Estarán más unidos y más cercanos que nunca. Si tienen fe, todo eso será posible. Esta separación no durará mucho. Como dice la Biblia, será sólo por un «momento», después del cual se juntarán en el Cielo para siempre. Nunca volverán a separarse, nunca volverán a experimentar semejante pérdida y desconsuelo. A pesar del dolor que sienten en estos momentos, aliéntense con la esperanza y el conocimiento del Cielo y del Señor. Aunque han sufrido una gran pérdida y el pesar que sienten les parece inconsolable, es poca cosa comparado con lo que les sucede a quienes no tienen fe, no conocen a Jesús y no saben qué les pasa a sus seres queridos cuando dejan este mundo. Ellos no tienen consolación, nada que los conforte, nada en que refugiarse. No tienen esperanzas de volver a verlos o reunirse con ellos. En cambio, ustedes que cuentan con la bendición de conocer la verdad de la Biblia saben que sus amadas hijas están con Jesús, felices, rebosantes de alegría, sanas, fuertes y hermosas. Esta separación es temporal. Llegará el día en que olvidarán el dolor y las lágrimas. Tengan fe. •

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