lunes, 30 de noviembre de 2009

El apagón


En el gran apagón ocurrido en 1965 en Norteamérica, al menos 25 millones de personas de Ontario (Canadá) y del noreste de Estados Unidos, incluida la ciudad de Nueva York, se quedaron sin electricidad por un lapso de hasta 12 horas. En otros países, los cortes de luz de esa magnitud eran corrientes y todavía lo son. Aquel, sin embargo, fue totalmente inesperado y pilló a todos desprevenidos. El texto del siguiente artículo está tomado de una charla dada poco después. En un noticioso sobre el apagón de la zona de Nueva York, un hombre que había estado allí comentó que había sentido una emoción indescriptible cuando de golpe volvió la luz, que a él nunca se le había ocurrido que pudiera llegar a faltarle. Eso me hizo pensar en los apagones personales por los que he pasado yo, como un grave accidente del que parecía que nunca me recuperaría. Cuando finalmente sané, tuve la gloriosa sensación de haber salido de la oscuridad y retornado a la luz, liberada del dolor y la mala salud. Únicamente quienes han sufrido un apagón de ésos saben lo espléndido que es ver volver la luz. Lo que hace más densas aún las tinieblas cuando se está inmerso en ellas es el temor de que uno nunca se las quite de encima. Sin embargo, te aseguro que la luz volverá: basta con que deposites tu confianza en Dios sin vacilar. En esos casos llevan ventaja quienes tienen fe en Dios, pues saben que llegará el día en que Él los liberará. La fe conduce a la victoria. Para el apóstol Pablo fue tenebroso ir a parar a la prisión. No obstante, fue tanta su fe que pudo sobreponerse a las circunstancias y en Filipenses?4:11-13 escribió: «No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece». El gozo del Señor fue su fortaleza (Nehemías 8:10). Con razón Pablo decía: «De ninguna cosa hago caso» (Hechos 20:24). Estoy seguro de que hubo personas que se sintieron igual durante aquel apagón. La oscuridad no las llenó de miedo ni las despojó de su sensación de seguridad. Contaban con una fuerza interior que les bastaba para hacer frente a cualquier circunstancia. Pablo también. Por eso escribió: «Estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos» (2?Corintios 4:8,9). Hay un viejo refrán que reza: «En la desesperación nace esfuerzo al corazón». Cuando Pablo se vio en una situación desesperada, recurrió a una promesa de la Palabra de Dios —«Dios no te dejará, ni te desamparará» (Deuteronomio 31:6; Hebreos 13:5)— y se aferró a ella. Dios nos ha dado muchísimas promesas estupendas a las que asirnos y que pueden tener el fulgor de una estrella en medio de un apagón. Dicho sea de paso, una persona que estuvo presente en ese apagón comentó que lo que más le impresionó fue poder ver las estrellas. Hacía mucho tiempo que la gente de Nueva York no las veía. Aquí tienes unas cuantas promesas luminosas que te ayudarán a salir adelante la próxima vez que te encuentres en un túnel tenebroso: «El ángel del Señor acampa alrededor de los que lo temen y los defiende» (Salmo 34:7). «Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo librará el Señor» (Salmo 34:19). «Temed al Señor vosotros sus santos, pues nada falta a los que lo temen. Los leoncillos necesitan, y tienen hambre; pero los que buscan al Señor no tendrán falta de ningún bien» (Salmo 34:9,10). «Fuerte torre es el nombre del Señor; a ella corre el justo y se siente seguro» (Proverbios 18:10). «El Señor será refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia» (Salmo 9:9). Es maravilloso sentir la presencia de Dios en medio de las tinieblas. Hace poco me llamó una mujer que se había hecho un esguince en el tobillo como consecuencia de una caída. Lloraba de dolor, así que me dirigí a toda prisa a su casa y la llevé al hospital. Recé para que se recuperara rápida y totalmente y para que se le aliviara el dolor; pero ella no dejaba de decir que siempre le ocurrían cosas desafortunadas. Estaba convencida de que Dios no la amaba porque no la trataba bien. Creo que no oyó ni una palabra de mi oración. No había una sola estrella que alumbrara su noche. Las luces no se encendieron para ella a pesar de todo lo que le dije. No le dio a Dios una oportunidad. ¡Fue lamentable!La serenidad con que afrontamos las dificultades cotidianas nos prepara para sucesos futuros más importantes y de mayor envergadura. Si aprendemos a hacer caso omiso de las circunstancias que arrojan oscuras sombras sobre nosotros, estaremos listos para algún apagón grande que pueda sobrevenirnos. Él dice: «Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).

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