martes, 10 de noviembre de 2009

El albergue montañés


Imagina que estás cruzando una montaña escarpada y azotada por el viento. Las ramas de los abetos se comban con el peso de la nieve. No es un camino fácil para principiantes, sino una senda empinada y rocosa, plagada de grietas y barrancos peligrosos. Está nevando tan intensamente que no alcanzas a ver muy lejos. Cuando deja de nevar por unos momentos, el cielo se presenta gris y sombrío. Como el camino no está marcado y viajas sin guía, tienes que dejarte llevar por lo que ves y por la intuición. Avanzas con dificultad y sabes que todavía falta lo peor. Habrá más cuestas abruptas y menos visibilidad. Llegarás a sitios en los que la única forma de no caerte de la ladera será utilizar equipo de montañismo. Incluso ahora, para poder avanzar, tienes que hacer uso de todas tus fuerzas. Te duelen los músculos, y el frío te hiere el rostro. El viento te hace lagrimear, y las gotas se te congelan en las mejillas. Tienes las manos entumecidas, pero posees mucho valor, tenacidad y determinación. Ese impulso irresistible que sientes en tu interior te induce a continuar hacia la cima. No dejas que esos obstáculos te impidan seguir. Continúas trepando. Sin embargo, estás quedándote sin energías. Tu espíritu y tu cuerpo no dan más de sí, y no sabes si llegarás. Justo en ese momento, divisas entre los árboles un destello de luz. A medida que avanzas, descubres un claro en el bosque y en él una posada, un albergue o lugar de descanso para los caminantes. Está hecho de troncos y tiene un tejado a dos aguas bastante inclinado con un alero muy ancho. Se ve muy cálido y atractivo. «Seguramente dentro sirven chocolate, té con coñac o alguna otra bebida caliente y tonificante», te dices para tus adentros. El humo que sale de la chimenea evidencia que el hogar está encendido. Al acercarte, el resplandor del fuego se filtra por entre las cortinas de la ventana. Oyes risas, y ves gente comiendo y bebiendo. La temperatura en el interior es tan agradable que esas personas ni siquiera tienen abrigos puestos. La posada es como un remanso de alegría, ánimo y calidez en medio de la borrasca. Te detienes un momento a observar a los que están dentro calentándose, recobrando fuerzas y descansando para proseguir la marcha. Piensas: «Quizás están intercambiando datos acerca del resto de la travesía, o consejos sobre cómo llegar a destino. O tal vez sea ésta la primera vez que pasan por aquí, pero los acompañan guías que ya han recorrido el camino y conocen la mejor ruta, la más rápida y segura, y cuáles son los sitios peligrosos que conviene evitar.» Además, dentro hay comida, alimentos bien nutritivos y sustanciosos. Tanto tiempo llevas con hambre que apenas si recuerdas lo que es una comida caliente. Por el camino te has sustentado con cosas livianas, porque no querías demorarte haciendo un alto para preparar algo más sustancioso. Parece que hay pequeños dormitorios donde podrías descansar o incluso pernoctar. El parador tiene todo lo necesario para reponer fuerzas antes de proseguir. Te sientes atraído por las voces alegres que se escuchan en el interior. Te vendría bien un poco de compañía y una ocasión de comparar experiencias, cobrar aliento y aprender de otros viajeros. Pero tras observar ese albergue tan acogedor y que tantos beneficios ofrece, decides seguir adelante. No quieres detenerte. Resuelves que tienes que mantener el ritmo, no quieres perder el paso. Aunque las piernas te duelen, sientes retorcijones de hambre y tienes las extremidades entumecidas por el frío, ¿cómo vas a detenerte? «Eso es para debiluchos», razonas. Tú eres muy capaz. Prefieres seguir y ver si encuentras el camino por tu cuenta. Así tu hazaña tendrá más mérito y recibirá más reconocimiento. Una vocecilla interior te dice: «¿Y si no logras llegar? ¿Y si te equivocas de camino o te faltan fuerzas para seguir? ¿Qué pasará si sufres un accidente por desconocer las áreas de peligro?» En últimas no haces caso de la vocecilla que te dice que te detengas a descansar y recobrar fuerzas en el albergue. Sigues adelante en medio de la tenebrosa tormenta de nieve, el bosque sombrío, las montañas inhóspitas e imponentes. Piensas que es mejor seguir solo y apelar únicamente a tu fuerza de voluntad para llegar a la meta. Y no se vuelve a saber más de ti. Si bien resulta difícil imaginarse a uno mismo tomando esa decisión, eso es precisamente lo que hacemos muchos en espíritu cuando nos enfrentamos a ciertas dificultades y retos, ocasiones en que un rato de reposo en la calidez y cobijo de los brazos de Jesús podría representar una enorme diferencia. Él nos ha dado cuanto necesitamos para realizar el gratificante pero a la vez difícil y peligroso viaje de la vida: Su Palabra, la oración, la comunión con Él y la compañía y fraternidad de otros cristianos. Sin embargo, muchos prefieren recorrer el camino por su cuenta. Si nos detuviéramos a descansar espiritualmente, hallaríamos alimento para el alma, comunión con Jesús y soluciones a nuestros problemas en Su Palabra y por medio de la oración. Encontraríamos personas que conocen el camino y nos podrían aconsejar. Así y todo, ¿por qué optamos por rechazar esa ayuda y seguir por nuestros propios esfuerzos? ¿Será por orgullo? ¿Será que no queremos admitir que no somos autosuficientes, que necesitamos a Jesús, la guía de Su Palabra y la asistencia de nuestros hermanos cristianos? Así, trajinamos penosamente, ¡y qué difícil se nos hace el viaje! Jesús no puede allanar el camino ni eliminar los obstáculos del sendero, pero sí puede facilitarnos mucho el viaje. Esas placenteras paradas a lo largo de nuestro derrotero harán que el viaje sea una delicia y nos inyectarán fuerzas para encarar cualquier tramo difícil. Escucha Su llamado en tu corazón: «Haz un alto en el albergue de Mi Palabra. Toma una taza de consuelo conmigo. Caliéntate junto al fuego de Mi Palabra. Conversa con quienes han hecho el viaje antes que tú. Descansa en uno de Mis grandes y cómodos lechos. De esa forma podrás concluir la marcha. Y cuando llegues a la cumbre, te deleitarás contemplando el magnífico paisaje y bebiendo de los cristalinos arroyos montañeses. Luego regresarás para explicar a otros cómo pueden llegar a esas imponentes cumbres».

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