domingo, 29 de noviembre de 2009

El águila encadenada


Muchas personas se proponen hacer esto o aquello, cambiar tal o cual cosa, superar algún vicio o cultivar una buena costumbre. A veces lo consiguen; con frecuencia no. ¿Será porque muchos nos parecemos al ave de la siguiente anécdota? Un hombre tenía un águila que durante muchos años mantuvo encadenada a una estaca. Todos los días el ave caminaba incesantemente alrededor de aquel palo, tanto es así que con el tiempo hizo un surco en el suelo. Cuando el águila empezó a hacerse vieja, el amo sintió lástima de ella y decidió soltarla; así, pues, le quitó la argolla de metal que la sujetaba por una pata y la lanzó al aire. El ave quedó libre, pero ya no sabía volar. Aleteó un poco, cayó al suelo, se dirigió otra vez a su surco y se puso a caminar en redondo tal como lo había hecho día a día a lo largo de los años. Nada la ataba, ningún grillete, ninguna cadena, sólo la fuerza de la costumbre.Reza un viejo refrán: «Hombre enviciado, hombre encadenado». Así sería de no intervenir el Señor y Su poder. A nosotros nos es imposible transformarnos, pero Dios sí es capaz de cambiarnos mediante el poder milagroso de Su Espíritu. Él hace lo que para nosotros es irrealizable.Quizá tengamos que poner una buena dosis de fuerza de voluntad para que se opere la transformación; pero con las energías que nos otorga Dios y con Su divina intervención, tenemos mayor resolución, determinación y capacidad para cambiar de la que creemos posible. Él dijo: «Todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mateo 21:22).Eso es lo que significa ser una «nueva criatura en Cristo» (2 Corintios 5:17). Cuando Jesús se hace parte de nuestra vida, no solo nos renueva, purifica y regenera el espíritu, sino también el pensamiento. Desmantela nuestras anteriores conexiones y actos reflejos y gradualmente reconstruye nuestra mente hasta convertirla en una nueva computadora, dándonos un concepto totalmente distinto de la vida, un nuevo modo de ver el mundo y nuevas reacciones ante casi todo lo que nos rodea.No obstante, a nosotros nos es imposible realizar ese cambio por nuestros propios esfuerzos. Si queremos transformarnos, es preciso que pidamos a Jesús que intervenga. A veces el cambio es instantáneo; en otros casos toma tiempo. Pero si le pedimos ayuda y hacemos lo que está dentro de nuestras posibilidades, el cambio se produce, porque Jesús transforma a las personas.

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