viernes, 13 de noviembre de 2009

Detente un Rato


Las dos de la tarde. Frenéticamente me puse a pensar en cómo salir del atolladero en que me había metido. Acababa de salir de la última cita que tenía aquel día y de golpe me di cuenta de que no llevaba encima dinero suficiente. Me encontraba en un centro comercial con unas pocas monedas en el bolsillo. Tenía que tomar un autobús que en media hora me llevaría a la academia de canto, pero no me alcanzaba para pagar el pasaje. Ni siquiera tenía para llegar a casa. Empecé a dar vueltas nerviosamente por el centro comercial. Estaba aturdida y alterada. «¿Cómo me metí en este lío?», pensé. En ese instante, en medio de mi turbación, oí una voz familiar. —Detente —me decía—. Detente y escucha un momento. —¿Qué quieres que escuche? —respondí. —Escúchame a Mí. Fíjate en lo alterada que estás. Lo peor que puedes hacer es seguir adelante cuando no sabes qué hacer. —Está bien, Señor. No sé qué hacer —admití. Decidí prestarle atención a Jesús. —Entonces detente. Confía en Mí. La idea parecía sensata. ¿Qué podía perder? Oré: —Jesús, en verdad quiero confiar en Ti. Te ruego que me ayudes. Naturalmente, lo que quería era que me cayera algún dinero del cielo. Continué mi plegaria: —No tiene que ser una cantidad muy grande; lo suficiente para llegar hasta a la academia y luego volver a casa. Levanté la vista. Nada. Miré al suelo. Tampoco vi nada. Aunque lo que estaba haciendo me parecía una majadería, resolví darle a Dios más que unos pocos segundos para responder a mi oración. —Confía en Mí —me volvió a decir—. Todavía falta mucho para que empiece tu taller. «¿Hay mucho tiempo para que se produzca un milagro?», me pregunté. No estaba segura. Aminoré la marcha como para demostrar que tenía confianza. Con ello esperaba sosegarme. Se me fue aplacando la sensación de rabia. Hasta me puse a cantar interiormente. La voz parecía indicarme por dónde debía dirigirme, en qué esquinas debía doblar dentro de aquel gigantesco centro comercial. En ese momento vi a Joy y a Honey sentadas en un restaurante delante mismo de mí. Las había conocido unas semanas antes. Son modelos publicitarias y de pasarelas. Las únicas gemelas que hacen modelaje en la ciudad. Me saludaron con la mano y se mostraron contentas de que se hubiera producido aquel encuentro fortuito. Aunque... ¿fue realmente casual? Una hora después, me despedí de ellas. No me cabía duda de que Jesús había dejado caer dinero del Cielo, pero a Su modo: Joy me pidió que les hiciera un retrato a lápiz e insistió en pagármelo en el acto. Ya tenía el dinero que me hacía falta, llegué temprano al taller y, como era de esperar, también llegué a casa sin contratiempos. Todo gracias a aquella delicada voz. Ahora, cuando estoy ofuscada y me pongo a pensar: ¿cómo fue que me metí en este lío?, todo lo que tengo que hacer es detenerme, escuchar y pedir ayuda al Señor.

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