jueves, 19 de noviembre de 2009

Despacito y buena letra


«En quietud y en confianza será vuestra fortaleza» (Isaías 30:15). La Biblia no promueve en modo alguno la prisa. El único versículo que recuerdo en favor de apresurarse es: «La orden del rey era apremiante» (1 Samuel 21:8). En contraste con ese pasaje, yo diría que habrá cien que recomiendan ir despacio, aunque sea con otras palabras. Incluso se nos aconseja que tomemos las cosas con calma. Jesús dijo: «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar. Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga» (Mateo 11:28-30). Cuando uno tiene que aguantar mucha presión o tensión, una carga muy pesada o un yugo muy difícil, la culpa no es de Dios. Es de uno mismo o de otra persona. Tal vez sea ese el propósito por el que Dios creó a las mulas y los burros, para ilustrar el ritmo al que debemos vivir. Son trabajadores, puede que sean lentos pero tienen más aguante y pueden llevar cargas más pesadas que los caballos. Son las bestias de carga de los parajes difíciles. Son capaces de sortear sendas en las que un caballo se mataría y llevar cargas imposibles para un caballo, sobre todo para un caballo de carreras. Los caballos de carreras son capaces de galopar a toda marcha alrededor de la pista unas pocas veces, y ahí se acaba la cosa. Son muy nerviosos e inquietos, pero no son bestias de carga. No soportan trabajos pesados y abultados fardos. En cambio, las mulas y los burros de carga sí. Además, ¡son lo más terco que hay! No se los puede apurar. Hay que ir a su ritmo, lentamente. Avanzan despacito, pero a la larga cumplen con la tarea y llegan a destino. Se asemejan a la fábula de la tortuga y la liebre: aunque la tortuga era lenta, al final llegó a la meta. Puedes optar por la intensidad y la velocidad si quieres; yo me quedo con el camino lento y seguro. Puedes tomar la vía de alta velocidad y llegar primero si quieres —eso si llegas—; yo optaré por el carril lento y seguro. Por mucho que tarde, estoy decidido a llegar entero. He perdido la cuenta de las veces en que les he dicho a los conductores de taxi: «Quien de prisa vive, de prisa muere. Vaya más despacio y vivirá más tiempo». Y es cierto. Los médicos y los expertos en salud afirman que el estrés está matando a la gente y que muchas de las enfermedades de hoy en día son producto de la presión y las tensiones, o bien de malas dietas. La tensión nerviosa y las prisas matan a la gente causándole trastornos cardíacos, neurológicos y alta presión arterial. ¡Que Dios nos ayude a ir más despacio! No se trata de perder el tiempo, pero sí de confiar en el Señor en vez de andar tan impacientes y con tantas prisas. La paciencia es sinónimo de lentitud, de avanzar a un ritmo constante, de hacer nuestra labor con perseverancia y sin perder el tiempo, sin preocuparse ni ponerse frenético. La impaciencia, en cambio, va asociada a la precipitación, el ajetreo, la velocidad, la prisa, la presión, la tensión. Mientras que la paciencia es señal de fe, la impaciencia denota falta de ella. Pone de manifiesto que nos parece que no vamos a terminar la tarea si no la hacemos de prisa, si no apretamos el paso y redoblamos la marcha. En cambio, si tenemos fe en que Jesús se va a encargar del asunto de algún modo, podemos darnos el lujo de ser pacientes, de ir despacio y hacer las cosas bien.

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