jueves, 19 de noviembre de 2009

Cuando se confunden juego y trabajo


Créase o no, a los niños pequeños les gusta ayudar. ¡Es cierto! A los niños en realidad les encanta ser serviciales y se enorgullecen de ello hasta que se les enseña lo contrario. Colaborar se convierte en una tarea cuando escuchan a sus padres o hermanos quejarse de tener que hacer esto o lo otro en la casa. Planteándolo de forma positiva, ayudar en la casa puede volverse un juego. Además contribuye mucho a la autoestima y a inculcar otras cualidades que les resultarán muy útiles en el colegio y a lo largo de toda la vida, tales como la autodisciplina, la iniciativa, la diligencia, la perseverancia, la autosuficiencia y el sentido de la responsabilidad. Existe al menos un sistema educativo que emplea mucho este principio del trabajo entretenido. Apartándose de los métodos de enseñanza tradicionales para priorizar el aprovechamiento de los intereses naturales del niño, María Montessori (1870-1952) dulcificó a algunos de los niños más indisciplinados de los guetos de Nápoles (Italia) y logró convertirlos en alumnos muy motivados, creativos y aplicados. Una faceta de la pedagogía de Montessori denominada vida práctica consiste en enseñar a los niños las destrezas más elementales que van a necesitar para encarar la vida cotidiana, tales como vestirse, asearse y preparar la comida. Aunque los niños de dos años —que viven convencidos de que todo lo pueden hacer solos— están en la edad perfecta para enseñarles esas habilidades, se trata de un proceso que abarca todas las etapas del desarrollo, y que incluye más adelante aprender a conducir y a administrar un hogar. Yo me propuse crear situaciones en las que mis hijos pudieran hacer las cosas bien y ser objeto de aprecio y elogios. Siendo yo una ajetreada madre primeriza, normalmente me resultaba más fácil y más rápido encargarme de los pequeños quehaceres que enseñárselos a mi hijo. Pero pronto me di cuenta de mi falta de previsión. Yo precisaba ayuda, y a mis hijos les hacían falta oportunidades de sentirse mayores y aprender tareas nuevas. Más adelante, cuando colaboraba en el cuidado de otros niños aparte los míos, descubrí que, si se lo presentaba adecuadamente, hasta los pequeños más traviesos estaban gustosos de canalizar sus energías ilimitadas ayudándome con pequeños quehaceres. La cocina es un sitio estupendo para que el niño colabore. Los pequeños de edad preescolar pueden ayudar con labores sencillas. Por ejemplo, pueden lavar las verduras, untar la mantequilla en los panes o mezclar masa de galletitas o de panqueques. Hay que poner la mesa y retirarla después de comer, además de limpiar lo que se haya caído. A los niños pequeños les gustan las escobas y las palitas de basura. Además les encanta meterse debajo de la mesa y en rincones de difícil acceso para los mayores. También se les puede encargar que clasifiquen y guarden los cubiertos (o platos y tazas irrompibles) después de lavar y secar la vajilla. Si se les presenta de un modo divertido y se los recompensa con elogios y reconocimiento, el día que se gradúen y empiecen a lavar la vajilla a tu lado —y más tarde, por su cuenta— no cabrán en sí de emoción. Y no tiene por qué circunscribirse a la cocina. Hasta los niños de uno y dos años son capaces de ayudar a ordenar su cuarto, guardar sus cosas y doblar sus pijamas o la ropa limpia. Tampoco tiene por qué interrumpirse cuando llegan a la edad escolar. Para los míos fue todo un hito el día que se les dijo que ya eran mayorcitos y que les podíamos confiar el empleo de la aspiradora. A algunos niños les gusta limpiar el lavabo del baño y cambiar las toallas de mano. Otros prefieren rastrillar las hojas del jardín o la hierba cortada, o ayudar a lavar el auto. A algunas niñas más mayores les fascina coser botones o hacer remiendos sencillos. La lista es interminable. Basta echar un vistazo a nuestro alrededor. Una buena estrategia de marketing consiste en poner nombres de juegos a los quehaceres domésticos. El primer juego que enseñé a mis hijos cuando eran pequeños fue el hormiguero. Hacían de cuenta que eran hormiguitas y correteaban de aquí para allá llevando todos los juguetes, bloques y peluches al hormiguero (lugar donde se guardaban). Hasta un bebé es capaz de aprender ese juego. Lo puedes sentar en tu falda o a tu lado y enseñarle a poner cubos u otros juguetes pequeños en una caja. Luego basta con elogiarlo profusamente. A continuación algunos escollos que pueden presentarse y formas de evitarlos: • Si la tarea escapa a las posibilidades del niño o su capacidad de concentración, puede resultar exasperante tanto para ti como para él, así que no le exijas demasiado. • Facilítale la tarea explicándole bien en qué consiste y cómo hacerla. • Que la colaboración sea voluntaria, o si es posible, dale a elegir entre diversas tareas. Si consigues que resulte divertido, se ofrecerá gustoso a ayudar. • Que no pierda el ritmo. Si le indicas regularmente que precisas su ayuda, es menos probable que se muestre reacio a colaborar cuando se lo pidas. • Sobre todo cuando la tarea le parezca un poco pesada o tediosa, ayuda mucho conversar juntos de algo divertido mientras la llevan a cabo. Tienes que hacer las veces de entrenador, compañero de equipo e hincha. • No esperes a que la tarea se vuelva muy grande, o a que el niño esté muy cansado para realizarla de buena gana. Siempre que sea posible, enséñale a guardar lo que empleó antes de sacar otra cosa y a ir limpiando lo que ensucia. • Si ya tiene edad para dejarlo solo haciendo una tarea, no te sorprendas de que a tu regreso se haya enfrascado en otra cosa. Los niños se distraen fácilmente cuando no se los supervisa. Asómate de cuando en cuando; no esperes a que se cumpla el plazo que le has fijado para averiguar cómo le va. • Emplea mucho tacto a la hora de expresar tu desilusión. Procura siempre contrarrestarla tranquilizándolo y manifestándole mucho amor. ¡Mantente en la veta positiva! Hacer que el trabajo sea ameno para los niños reporta muchos beneficios. Además de aprender cosas de orden práctico y de contribuir a la formación de su carácter, trabajando codo a codo con sus padres o tutores los niños aprenden a desempeñarse en equipo y a apreciar todo lo que otras personas hacen por ellos. Por último, si quieres cultivar en tus hijos el hábito de colaborar de buen grado, acostúmbrate a agradecérselo y a prodigarles gran cantidad de elogios. Exprésales tu gratitud enseguida. Recompénsalos con abrazos y de vez en cuando con algún premio. Elógialos ante tu cónyuge, tus familiares y tus amigos, preferiblemente a oídos de ellos. No hay como las palabras de elogio y aprecio de las personas a quienes más amamos para aumentar nuestra autoestima. (Catherine Neve [1951-2003] trabajó de misionera con La Familia en 12 países durante 31 años. Crió a dos hijos y fue maestra de muchos más. En febrero de 2003 se le diagnosticó cáncer, y al cabo de cuatro meses pasó a mejor vida, rodeada de sus seres queridos.)

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