En cierta ocasión alguien me escribió una carta en la que me decía: «¿Está bien que la ciencia médica decida por Dios?» Me lo preguntó con relación a un juicio que hubo en el Reino Unido para decidir la suerte de dos hermanas siamesas. Los médicos dijeron a los padres que si las separaban, una moriría seguro, pero la otra tal vez sobreviviría; y que si no las separaban, ambas morirían. Los padres rechazaban la idea de sacrificar a una para salvar a la otra y eran partidarios de dejar que las cosas siguieran su curso natural. Se opusieron a la intervención quirúrgica para separarlas; pero su decisión fue invalidada en un juicio muy publicitado. Las hermanas fueron separadas; una murió, y la otra sobrevivió. A medida que la ciencia y la tecnología descubren nuevas maneras de preservar y manipular la vida, se nos plantea, como en este caso, un número creciente de dilemas morales. También está la fertilización in vitro y otros procesos afines, como el diagnóstico genético previo a la implantación, la clonación, la investigación con células madre y la eutanasia, llamada en casos determinados suicidio asistido. Cualquiera que me conoce bien habría podido prever cuál iba a ser mi respuesta a esa pregunta: «No sé. Preguntémoselo a Jesús». Y eso hice. A continuación, unos extractos de lo que dijo: Es difícil emitir juicios categóricos en estos asuntos. En cada caso entran en juego muchos factores. Yo miro el corazón de las personas. Muchos toman decisiones erróneas; pero si lo hacen por ignorancia, y están motivados por el amor o el desinterés y procurando obrar bien, tomo eso en consideración y juzgo en consecuencia. Por otra parte están los que se dejan arrastrar por el egoísmo o el orgullo, y quienes han rechazado la verdad contenida en la Palabra de Dios y desoyen la voz de su conciencia. A éstos los considero plenamente responsables de sus actos. A los que sin saber eligen mal, se los instruirá y reprenderá benévolamente cuando pasen a la otra vida. Mas quienes saben lo que hacen son más responsables, y las consecuencias que sufran serán más severas. Antes la mayoría de la gente creía en Mí y confiaba en la Providencia. Sabía que su vida y su muerte estaban en manos de Dios. Esa fe, ese conocimiento, infundía tranquilidad a las personas. Mas en los tiempos que corren, mucha gente que no pone los ojos en Dios ni le pide soluciones a Él o a Mí ha perdido la brújula, y por ende no tiene paz interior. Esa falta de fe, sumada al orgullo y la insumisión, la priva de la paz que Yo podría darle y la lleva a tomarse unas atribuciones que no le corresponden, a decidir por Dios. Muchas personas son sinceras, pero están sinceramente equivocadas. Desean obrar con acierto y creen que lo hacen; pero como no le piden sabiduría a Dios para juzgar bien estas cuestiones, se descarrían mucho. Hay médicos, científicos, políticos y jueces que creen que saben lo que es mejor y que tienen la facultad de dirimir estos asuntos; pero no es así. Los hombres recalcitrantes que se olvidan de Dios están cosechando los frutos de lo que sembraron con su mala manera de vivir. Yo no yerro. Son los impíos de este mundo los que yerran por negarse a aceptar la verdad y dejarse guiar por Mi amor. El mundo va cuesta abajo, y la sociedad prescinde cada vez más de Dios, hasta que se llegará a un punto en que el sistema tomará todas las decisiones por la gente basándose en supuestas pruebas científicas. Por eso es tan importante dar a conocer estos dos mensajes: que Dios es amor y que cada cual escoge entre obrar bien y obrar mal. Esos dos mensajes podrían tener un efecto mucho más positivo en el mundo que cualquier aporte de la ciencia y la tecnología, pues llevan a las personas a conectarse y sintonizar con Dios y las capacitan para tomar decisiones que se ajusten a Su voluntad. Únicamente en esas circunstancias puede uno tener la certeza de que actúa en nombre de Dios y contribuye a llevar a cabo Sus amorosos designios, tanto en su propia vida como en la vida de los demás.
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