martes, 10 de noviembre de 2009

Cosas sencillas que le confieren a la Navidad su carácter acogedor


El día del cumpleaños de mi madre me puse a pensar en ella y me di cuenta de que mi infancia estuvo marcada por algo en particular: los momentos que pasábamos todos juntos. Más concretamente evoqué las navidades que disfrutamos en familia. Lo que otorgaba cierta trascendencia a cada recuerdo no era la cantidad ni el valor de los regalos que recibimos, ni las celebraciones mismas, sino más bien las cosas sencillas. Hubo una Navidad en que decidimos esforzarnos por hacer cosas juntos en familia. Confeccionamos un nacimiento con una vieja tabla cubierta de pinos en miniatura y figuritas que creamos y vestimos nosotros mismos. Otra año, la fría casita en que vivíamos cobró calidez con una cinta de villancicos navideños —la primera que tuvimos los niños— y el entusiasmo de encontrar naranjas en los calcetines que colgamos, y nueces y pasas envueltas en papel de aluminio. Ese año decoramos un árbol navideño con adornos hechos en casa que hacían alusión a los dones del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:21-22). Otra Navidad, cuando yo era aún más pequeña, enhebramos palomitas de maíz en un hilo y lo colgamos en el árbol. Para fines de diciembre ya casi no quedaban palomitas, pues cierta niñita se dedicaba a comérselas cuando nadie la veía. También hubo una Navidad, cuando tenía 9 años, en que, al levantarlos a la mañana, mis cinco hermanos y yo nos encontramos con una sorpresa: una fila de cajas blancas de zapatos, cada una con el nombre de uno de nosotros y algún artículo dentro que necesitábamos o con el que podíamos jugar. Había cuerdas para saltar, medias, etc. Siendo hijos de voluntarios cristianos, apreciábamos aquellos regalos enormemente. Al recordar aquellas bellas ocasiones, decidí esforzarme por que mis dos hijos también conozcan ese mismo cariño y emoción en esta Navidad. Quiero que a futuro guarden recuerdos entrañables de esta celebración. Y entonces caí en la cuenta de que lo que confería a aquellos momentos un valor particular era por una parte el amor de mis padres y el tiempo que nos dedicaban, por medio del cual se manifestaba su amor; y por otra parte su fe en Jesús y en la Palabra de Dios, que nos llevaron a descubrir la salvación y un propósito en la vida: el de llegar al corazón de los demás y conquistarlos con el amor del Señor. No poseíamos gran cosa, pero teníamos al Señor y nos teníamos el uno al otro. Eso hacía que nuestras navidades fueran las más felices que yo sea capaz de imaginar.

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