jueves, 26 de noviembre de 2009

Borron y cuenta nueva


Para empezar el año con buen pie Comienza un nuevo año, y no sabemos lo que nos aguarda. No tenemos ni idea de lo que nos deparará. Pero hay algo que sí sabemos: que podemos dejar atrás el pasado con todas sus preocupaciones, inquietudes, dolores, pesares, errores y equivocaciones. No hay una sola acción que podamos deshacer, ni una sola palabra que podamos desdecir; pero si de veras confiamos en Jesús, si hemos entregado totalmente nuestra vida en Sus manos, podemos dejar nuestras penas y cargas en Su altar, pues Él es capaz de tornar este nuevo año en belleza y alegría. La Biblia nos promete: «A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28), inclusive nuestro pasado. Todos los días del año que pasó están ya fuera de nuestro alcance, y debemos dejarlos donde están. Dios guarda el pasado en Sus manos, y no debemos pensar nuevamente en él, ni atormentarnos con remordimientos. Es lamentable que tantas personas afirmen confiar en Dios y sin embargo se preocupen por las manchas y borrones de las páginas del ayer. Una vez que hemos acudido a Dios para confesar nuestros errores y pecados y le hemos pedido perdón, no debemos hurgar en el pasado y volver a sacarlos a la luz. De nuestros pecados pasados, Él dice: «Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de Mí mismo, y no me acordaré de tus pecados» (Isaías 43:25). Si Dios ni se acuerda de ellos, ¿por qué los vamos a recordar nosotros? La Biblia dice que el Diablo es el «acusador» (Apocalipsis 12:10). Se complace en acusarnos de nuestros yerros para condenarnos continuamente. Pero la Palabra de Dios dice: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1). En lugar de estar constantemente rememorando el pasado y sintiendo pesar por haber hecho esto y aquello, lamentándonos de cosas que no tienen arreglo, deberíamos recordar estas alentadoras palabras de Isaías 1:18: «Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana». Hay unos versos de un poema que dicen: «Si lograra encontrar el camino del ayer, borraría los ayeres y con nueva pluma escribiría». Pero yo no quiero encontrar el camino del ayer, porque no puedo borrar nada. Dios es el único capaz de enterrar los errores del pasado; lo que de verdad importa es que nos vea aceptar el sacrificio que ya ha hecho Jesucristo. No es el deseo de Dios que nos dediquemos a evocar y rememorar el pasado; es imposible volver a vivirlo, y además, ¿quién va a querer pensar en el pasado si el futuro es tan prometedor como las espléndidas promesas de Dios? Cuando pienso en el año que tenemos por delante, me vienen a la cabeza todas las promesas de Dios que podemos invocar y las maravillas que pueden suceder, pues esas promesas no fallan, permanecen inalterables, y son para cada uno de nosotros. Teniendo todas esas promesas a nuestra disposición, ¿por qué habríamos de volver sobre lo que ya dejó de ser y recorrer nuevamente «el camino del ayer»? La cruz de Cristo extiende sus brazos y nos corta el camino del pasado. En vista de que Jesús ya pagó por todas nuestras malas acciones, deberíamos afirmar ­-al igual que el apóstol Pablo-: «Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3:13,14). Olvidemos lo que queda atrás. Dejemos de pensar en eso. Prosigamos a la meta en busca del premio. Es imposible hacer subir la arena del reloj, y aunque alguien tuviera todo el oro del mundo, no podría encontrar el camino del ayer, no se puede volver. ¡Qué lástima que llevemos a cuestas nuestro pasado cuando el Señor pagó semejante precio para levantar esa carga de nuestros hombros y liberarnos de ella! «Cristo ya pagó, se lo debo a Él», dice un hermoso himno. Una vez, después de hablar sobre este tema frente a un numeroso grupo de personas, vino a verme un joven. Acababa de salir de la cárcel y le costaba creer que fuera tan fácil, que Dios pudiera limpiar su pasado con sólo confesarse pecador, pedirle a Jesús que entrara en su corazón y reconocerlo como su Salvador. No dejaba de hablar de todos los pecados que había cometido. Le costaba un esfuerzo tremendo creer que Dios pudiera purgar un pasado tan horrendo; pero aquella noche le entregó su corazón a Jesús. Y Jesús levantó esa carga, lo perdonó y le dio una libertad que en su vida había conocido. Después de aquello no dejaba de hablar de la misericordia de Dios, que lo había librado del tormento del pasado. No dejaba de repetir una frase de un himno que le había encantado: «Mi ayer tan lleno de culpa y de pecado, ¡gloria a Dios!, Jesús lo ha perdonado». No sé si hay algo más maravilloso que el milagro del perdón, la garantía de que se nos perdona todo mal cometido. Ese magnánimo perdón está a la disposición de todos nosotros. Jesús murió por todos nosotros. Basta con que lo recibamos y acojamos Su Salvación y Su perdón. «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). Esa es la promesa inquebrantable e incondicional que nos hace a cada uno.
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Si aún no conoces bien a Aquel que puede aliviarte las cargas del pasado y darte un futuro brillante ahora y vida eterna en el mundo venidero, acércate hoy mismo a Él. Él aguarda humildemente a la puerta de tu corazón a que lo invites a entrar. No tienes más que orar: «Jesús, te ruego que entres en mi vida, que me perdones todos mis pecados, que me llenes de Tu amor y que me concedas la vida eterna».Virginia Brandt Berg (1886-1968) fue madre del fundador de La Familia Internacional, David Brandt Berg (1919-1994).

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