martes, 10 de noviembre de 2009

Amistad, matrimonio, niños, viajes y enseñanzas: el amor y la felicidad


Dan y yo llevamos 25 años de casados. Nos conocimos cuando yo tenía 18 y él 19. Ambos acabábamos de iniciar lo que sería una trayectoria de toda una vida como voluntarios cristianos en el seno de La Familia. En esa época yo me dedicaba de lleno a un grupo de 17 preescolares. Estaba tan inmersa en mi labor que no abrigaba ideas de matrimonio. Conocí a Dan cuando se ofreció a llevar a los niños de excursión los domingos. Vivíamos bastante lejos de la ciudad, así que yo le leía a él la Biblia durante el largo recorrido. Cuando regresábamos por la noche y estaba muy oscuro para leer, entonábamos canciones. Conforme se fortalecía nuestra amistad, fuimos adquiriendo respeto y admiración el uno por el otro. Nuestro amor por el Señor y Su Palabra fue lo que nos unió y lo que nos ha mantenido juntos todos estos años. Enseguida supe que Dan era el hombre con quien quería casarme. Me sentí atraída a él por su entusiasmo y por lo amigable que era, así como por toda la atención que prestaba a los niños. Era muy generoso y parecía que siempre estaba brindándose a los demás. Varios meses después, me mudé a otra región donde se había abierto un nuevo colegio. Dan se quedó donde vivíamos antes. Le dije a Dios —aunque no a Dan— que él era el hombre con quien me quería casar. De repente me di cuenta de que no sabía si volvería a verlo. El día de Navidad, tres meses después, Dan arribó también al nuevo colegio. Comenzamos a trabajar juntos otra vez cuidando de los niños, ayudamos a organizar el centro escolar y finalmente hablamos de casarnos. Cuando se lo dijimos a nuestros amigos, fue como si todos dieran un suspiro colectivo de alivio. Nos dijeron: «¡Por fin!» En la víspera de nuestra boda, nos quedamos despiertos toda la noche trabajando en las aulas. A la mañana siguiente, mientras dormíamos una siesta, los niños nos hicieron unas tarjetas para darnos una sorpresa. Una de las cosas más sobresalientes de nuestra boda fue un mensaje que uno de nuestros amigos recibió del Señor para nosotros. El mismo decía que Dios nos había llamado a servirle juntos en estos Días Postreros. Desde entonces, aquella profecía nos ha ayudado a superar muchas pruebas y dificultades. Quebrantos y curación Después pasamos por una época difícil. La primera vez que me quedé embarazada no sabía cómo cuidarme. Trabajaba demasiado y prácticamente dejaba de comer cuando me daban náuseas. Nuestro primer bebé nació en el sexto mes y no sobrevivió. Aquello fue una experiencia muy dura para una pareja tan joven. Poco después le preguntamos al Señor adónde quería que fuéramos. Mientras aprendíamos a escuchar juntos Su voz y averiguar Su voluntad, se nos presentó una oportunidad. Dios nos indujo a mudarnos a Sudamérica, donde ayudamos a montar pequeños colegios para los hijos de otros voluntarios cristianos como nosotros. Pasé otra durísima experiencia cuando tuve gemelos que también nacieron prematuros y se despidieron de este mundo. Sólo el Señor y nuestra fe nos mantuvieron unidos durante esos momentos difíciles. Aprendimos a no darnos por vencidos y a no tener en menos a los niños que nos rodeaban, pues cada una de esas pequeñas vidas es un milagro. A su debido tiempo el Señor nos bendijo con un bebé que sí se quedó acá en la Tierra con nosotros. Necesité muchas fuerzas y fe durante ese embarazo. La Palabra de Dios se convirtió en mi mayor recurso. Aprendí a tener una relación más estrecha con Él, y Él me ayudó a salir adelante. Actualmente Dan y yo tenemos siete hermosos niños en la Tierra y tres más en el Cielo. El último nació un par de años después de un embarazo ectópico, al cual casi no sobrevivo. El Señor nos ha ayudado a superar muchos momentos difíciles. Invertir en el matrimonio Algo que hemos aprendido es que el éxito en el matrimonio depende mucho de cuánto esté uno dispuesto a dar para hacer feliz a su cónyuge. También hemos descubierto que suelen surgir problemas cuando aumentan las presiones y obligaciones y no creamos oportunidades para comunicarnos. El trabajo es inevitable, pero finalmente nos dimos cuenta de que teníamos que organizar bien nuestra jornada para pasar ratos provechosos juntos, para hablar y manifestarnos interés y aprecio. En ese sentido nos ha resultado muy bien salir juntos algunas noches para charlar, orar y relajarnos; decirnos palabras de aprecio aun en medio de actividades comunes y corrientes; averiguar detalles que le gustan al otro y complacernos mutuamente; evitar hablar de los asuntos del día cuando estamos en la cama y reservar esos momentos para conversaciones más personales e íntimas; convenir en sortear nuestras diferencias a medida que surgen, y ayudarnos mutuamente, con mucho respeto y amor, a detectar y corregir los errores que cometemos. Hasta el día de hoy, Dan y yo trabajamos y viajamos juntos en el desempeño de nuestras labores. Además de estar casados y de ser compañeros de trabajo, somos buenos amigos. Ha requerido mucho amor y un gran esfuerzo por parte de ambos, pero el Señor nos ha ayudado a cultivar una relación muy profunda y cariñosa y a disfrutar de ella. Y claro, como es de esperarse, eso nos ha llevado a amarlo aún más a Él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario