sábado, 24 de octubre de 2009

Una respuesta instantánea


Una tarde, Sara y yo salimos a dar un paseo por la playa. De regreso vimos a un muchacho contemplando las olas con tristeza. Tuve una fuerte impresión de que el Señor quería que nos detuviéramos a hablar con él. Así hicimos. Apenas nuestra conversación se centró en torno a Jesucristo, el muchacho quedó cautivado y nos escuchó sin decir palabra durante veinte minutos.
Con gran sorpresa nuestra, procedió a contarnos que éramos la respuesta a su oración. Se había desencantado de la vida, porque su novia lo había dejado para irse con otro, y acababa de rezar a Dios cuando nos acercamos a él. En su plegaria había pedido al Creador que le demostrara en ese mismo instante que en verdad existía. También le había rogado que le manifestara Su amor dándole una mano en su vida privada. ¡Y ahí estábamos! Sin tener la menor idea de lo que había orado, le habíamos platicado del gran amor que tenía Jesús por él.
Aquel muchacho quedó atónito y muy conmovido de que el Señor hubiera respondido su oración tan rápidamente, y en forma tan total y concreta. Se interesó entonces por saber más sobre Jesús, su mejor Amigo y Salvador, al que acababa de conocer. Nos pasamos una o dos horas más conversando con él.
—En un comienzo pensé que eran ángeles del Cielo —nos dijo—. ¡Mientras hablaban no quería moverme por miedo a que desaparecieran!
Le aseguramos que no éramos ángeles, sino simples agentes de Dios, que habíamos consagrado la vida a ayudar a los demás. Aquella noche —le aseguramos— el Señor nos había enviado a socorrerlo a él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario