sábado, 31 de octubre de 2009

La Guerra Universal


Quienes hemos seguido el ejemplo de Jesús y aceptado la vocación de alumbrar a los demás con Su luz, nos hallamos envueltos en un conflicto cósmico. Luchamos juntos en defensa de nuestra fe, de la verdad y de la libertad. Algunos de los ideales comunes que perseguimos son que la humanidad se libre de la miseria, de la dominación, del dolor, del mal y del miedo. Los hombres no pueden ser felices cuando son víctimas del hambre, la desnutrición, la insalubridad y las enfermedades. No pueden encontrarse satisfechos cuando viven bajo el yugo de la opresión, la tiranía, el exceso de trabajo y la explotación. No pueden conocer la alegría cuando soportan las atrocidades que ocasionan interminables guerras y conflictos y se enfrentan a la espantosa pesadilla de la inseguridad perpetua. Sostenemos que la causa de todos esos males es el manifiesto desamor de los hombres hacia Dios y hacia su prójimo, y su insistencia en contravenir las leyes divinas de amor, fe, paz y armonía. Esas leyes constituyen el fundamento de toda fe auténtica, el ideario de todos los que creen profundamente en Dios y en Su amor. El nuestro es un conflicto que se libra en el terreno espiritual. Nuestras armas, la fe y el amor. Esta lucha tiene por objeto conquistar el corazón y el espíritu de los hombres, influir en sus ideas y salvar tanto su alma como su cuerpo. Combatimos por liberarlos de la maldad que se adueña de su espíritu, de su corazón y de su mente y que los induce a ser egoístas, desconsiderados, ofensivos, crueles y perversos con sus congéneres. Los hombres desconocen el amor, la fe y el poder de Dios, así como los principios espirituales que Él —en consideración a nosotros— ha instituido para que alcancemos la dicha eterna. Lidiamos en esta contienda a fin de romper las cadenas de la iniquidad y el yugo del Diablo que esclavizan el alma, la mente, el corazón y el espíritu de los hombres, y que son la causa de que nos hayan sobrevenido todas las desgracias que conocemos hoy en día. Se trata de una guerra entre el bien y el mal, entre Dios y el Diablo, la rectitud y la vileza. Un enfrentamiento entre el amor y el odio, la vida y la muerte, la alegría y la desdicha. Nos referimos a un conflicto universal en el que las huestes celestiales defensoras del bien se ven rostro a rostro con las fuerzas espirituales del infierno, que luchan por nuestro cuerpo y alma, tanto en el plano terrenal como en la dimensión espiritual. Para liberar a los hombres del temor es necesario infundirles fe; para liberarlos del odio hay que manifestarles amor; para liberarlos de la angustia es preciso brindarles alegría; para liberarlos de la guerra debemos forjar la paz; para liberarlos de la miseria hay que satisfacer plenamente sus necesidades; para liberarlos de la muerte debemos indicarles el camino que conduce a la dicha eterna en el Cielo. Es vital que inspiremos a los hombres a creer en Dios y en Su amor. Debemos infundirles la confianza de que Él ha forjado un plan para llevar a la humanidad hacia un futuro glorioso, cuando se instaure en la Tierra el reino de Dios, en el que gobernarán los justos y ya no habrá pesar, ni llanto, ni dolor, ni muerte. Todo será luz y vida, y habrá paz, felicidad y abundancia para todos (v. Apocalipsis 21:1-4). Es necesario enseñar las amorosas y vivificantes Palabras que Dios nos legó en la Biblia, a fin de que la humanidad alcance la vida, la dicha y el amor eternos que Él nos ofrece. Poderosos imperios construidos a punta de espada se desvanecieron con el mismo ímpetu con que aparecieron. En cambio, las divinas Palabras de vida y amor permanecen para siempre, y no han dejado de ser fuente de gozo, paz, amor, vida y esperanza para miles de millones de personas, generación tras generación. Grandes conquistadores como Alejandro Magno, César, Gengis Kan, Napoleón y Hitler han quedado relegados a la Historia. Sin embargo, las ideas, la fe y las palabras de los profetas de Dios son imperecederas. La Palabra de Dios trasciende fronteras. No sabe de naciones, razas e imperios. No conoce límites de tiempo ni de espacio. No ha podido ser reprimida por los hombres, ni por la guerra, ni por el poder de las armas. Engloba a la humanidad entera, uniendo los pensamientos, corazones y espíritus de los hombres en la fe y el amor a Dios y al prójimo, para bien de todos. No es posible cambiar el mundo sin cambiar la manera de pensar de las personas. Y para ello es imperativo transformar su corazón, lo cual sólo es viable mediante la inspiración del Espíritu de Dios, que salva no solamente el cuerpo, sino también el alma. Debemos empeñarnos en la salvación integral de las personas, no solamente en el plano físico y del medio ambiente. La humanidad nunca podrá ser feliz con el corazón amargado, los pensamientos turbados, el espíritu abatido y el alma desprovista de salvación. Tenemos que consagrarnos a la tarea de salvar al hombre en su totalidad, y no de forma parcial. Es necesario bregar por la salvación de la humanidad entera, no solamente de una parte de ella. Esa salvación debe ser eterna y no circunscribirse a la existencia actual. Sólo el poder, la vida, la luz, el amor y las Palabras de Dios pueden lograr ese objetivo. Tenemos la obligación de llevar el mensaje a todos, aunque no todos lo escuchen, ni respondan al mismo, ni acepten la salvación. Debemos a cada hombre el mensaje de Dios y la vida de amor que Él quiere proporcionarle. Debemos empezar hoy mismo a saciar a los hambrientos, a dar vista a los que ansían luz y entregar amor a los desdeñados y abandonados. «El cielo y la tierra pasarán, pero [las] Palabras [de Dios] no pasarán» (Mateo 24:35). Invócalas y pregónalas. Divúlgalas aunadas al amor de Dios, de viva voz y con tus acciones. Aprovecha para ello todos los medios que tengas a tu alcance. Brindarás así a tus semejantes luz, esperanza, amor, paz, abundancia, satisfacción y felicidad eternas. No es de necios entregar una vida que no se puede conservar a cambio de un amor que nunca se perderá. (Los pasajes anteriores fueron extraídos del artículo de David Brandt Berg que lleva el mismo título).

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