domingo, 25 de octubre de 2009

Dios jamás nos abandona


Tomé conciencia de lo demoledora que puede ser la pérdida de la fe en una visita reciente que hice a uno de los hospitales más grandes de Durban, donde semanalmente llevo a cabo una labor social voluntaria. Antes de cada visita, oro para que el Señor me guíe a quienes quiere que conozca, a quienes más necesitan Su amor y consuelo. En aquella oportunidad se trataba de un enfermo de cáncer y su esposa. Cuando entré a la habitación, el hombre estaba solo, sentado en su cama, y se le iluminó el rostro cuando le ofrecí un afiche sobre el Evangelio. ¡Qué luz tan bella irradiaba! El cáncer había hecho estragos en su mandíbula, y los médicos le habían hecho cirugía reconstructiva empleando la mitad de su lengua y tejido óseo de una de sus costillas. Aun así, su rostro no dejaba de irradiar felicidad mientras me comunicaba por señas que pronto se moriría y se iría al Cielo. Unos momentos más tarde entró su esposa, que no compartía su fe ni su optimismo. El resentimiento le había carcomido el espíritu como la gangrena. Nos dijo que había sido cristiana, pero había perdido la fe cuando el Señor la había abandonado. Según su punto de vista, Jesús la había abandonado definitivamente y no la amaba; de lo contrario no habría permitido que sufriera todo lo que había sufrido. Mientras nos contaba su historia, el corazón se me llenó de compasión por ella. Apenas tenía cincuenta y tantos años y ya había perdido a su primer marido y a sus cuatro hijos. Cuando aquel hombre, su segundo marido, se enfermó, tuvieron que vender su empresa, y ella se vio obligada a dejar de trabajar para cuidarlo. A estas alturas ya no les quedaba nada. Ella también necesitaba atención médica, pero no podía pagar siquiera la cuota de dos dólares que cobraba el hospital por registrarse. Le di un poco de dinero y le dije que era una muestra del amor que el Señor le tenía. Ella continuó relatándome sus problemas, y yo la escuché atentamente y procuré convencerla de que el Señor sí la amaba. —Aunque a veces no comprendamos Su forma de obrar —le dije—, Él prometió que nunca nos dejaría ni nos abandonaría. Al final nos daremos cuenta de que no faltó a Su Palabra. Al cabo de una hora, comenzó a iluminársele el rostro, y para cuando llegó la hora de irse, su fe, que había estado a punto de apagarse, se había avivado. —La fe viene por oír la Palabra de Dios —le expliqué—. La Biblia está llena de promesas de tu Padre celestial, promesas que puedes invocar para ti y para tu esposo cuando ores. Le di también una lista de versículos clave para que se llevara a casa, los leyera, meditara enellos y se apoyara en ellos cuando orara. Sus problemas no se habían solucionado en aquel par de horas; lo que sí había hallado era fe para hacerles frente. Para gran alegría de su esposo, su resentimiento y temor desaparecieron, dando lugar a la fe en su tierno y compasivo Salvador.

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