martes, 15 de marzo de 2011

REVISTA CONECTATE 125 -Marzo de 2011: Salud, Dieta, Ejercicio


Un hombre rico tenía dos hijos a los que amaba entrañablemente y colmaba de toda suerte de bienes. Cuando los muchachos se hicieron adultos, le entregó a cada uno la escritura de una magnífica residencia preparada desde el día de su nacimiento. Ambas estaban muy bien construidas y tenían un diseño exclusivo, y ambas precisaban mantenimiento y continuas labores de conservación. Uno de los hijos hizo diligentemente todas las reparaciones necesarias e inclusive introdujo algunas mejoras; el otro, sin embargo, desoyó los consejos de su padre y dejó que la casa se deteriorara. ¿Cuál de los dos crees que gozó de la bendición de su padre? Muy simple, ¿no? El que demostró con hechos su agradecimiento y cuidó con esmero del obsequio recibido.
Esta, claro está, no es una parábola de Jesús, pero bien podría serlo. Guarda relación con la de los dos constructores: el que edificó su casa sobre la roca y el que la construyó sobre la arena, cuyo desenlace harto conocemos. Esta podría ser una interpretación:
El hombre pudiente es el Padre celestial, que posee riquezas incalculables. Nosotros somos Sus hijos; las casas que nos legó, nuestros cuerpos, «formidables y maravillosos», según canta el salmista1. Una figura similar empleó el apóstol Pablo cuando dijo que nuestro cuerpo era «templo del Espíritu Santo»2. Todo edificio o templo evidentemente requiere mantenimiento, sobre todo si se quiere que resista las tormentas y sacudones de la vida. ¡Cómo no lo sabremos los que hemos vivido huracanes o temblores! Un modo de expresarle a Dios nuestro agradecimiento por el cuerpo que nos obsequió es, pues, cuidarlo bien. Los beneficios, cuando lo hacemos, son rotundos: Por una parte, quedamos mejor preparados para hacer frente a las desgracias y contrariedades que nos depara la vida; por otra, podemos gozar mucho más de todas las cosas buenas que el Padre celestial nos prodiga día a día.
Gabriel,
En nombre de Conéctate

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