sábado, 29 de enero de 2011

¿Por qué no?


Samuel Keating
El Año Nuevo en que tenía seis años, lo que más quería era irme a vivir a las montañas. Durante los feriados navideños habíamos ido a visitar a unos familiares que vivían en una región montañosa. Era la primera vez que disfrutaba de la maravilla de jugar con tanta nieve. Lo había pasado bomba.
En Navidad recé de todo corazón para que nuestra familia se mudara, y continué haciéndolo hasta bien entrado enero. Al principio tenía la confianza de que aquello sucedería a corto plazo, hasta que caí en la cuenta de que no había planes para mudarnos pronto. Con el tiempo se me pasó aquella obsesión infantil, pero durante mucho tiempo seguí preguntándome por qué no había respondido Dios mi oración.
Ahora me doy cuenta de que Dios contesta cada una de nuestras oraciones, pero no siempre enseguida ni tal como nosotros esperamos. A veces dice que sí. Otras, que no. Y en otras ocasiones dice: «Espera».
Cuando niños veíamos en una tienda algo que queríamos o que tenía un compañero del colegio y nos convencíamos de que eso nos iba a hacer felices. Algunos todavía conservamos esa mentalidad y nos comportamos como si Dios fuera un farmacéutico que no hace otra cosa que expendernos los remedios que le pedimos, o un Papá Noel que va marcando los artículos de nuestra lista que nos va concediendo. En realidad Dios no responde algunas de nuestras oraciones tal como queremos o esperamos porque sabe que lo que le pedimos no sería bueno para nosotros o para otras personas.
Cuando Dios no nos da una respuesta inmediata y favorable, en lugar de convencernos de que no escuchó nuestra oración o de que nos ha abandonado, deberíamos considerar que tal vez desea poner a prueba nuestra fe para ver si vamos a seguir amándolo y confiando en Él a pesar de todo, lo cual no se sabría si nos diera todo lo que queremos en el momento en que se lo pedimos.
En otras ocasiones puede que Dios haya respondido nuestra oración, pero que nos desagrade el modo en que lo hizo. A veces sucede que sabemos exactamente lo que queremos y no hacemos más que pedirle a Dios que nos lo facilite. Sin embargo, si se da el caso de que nuestros planes no se ajustan a lo que Dios considera óptimo, Él sabia y amorosamente nos niega nuestro pedido. Es preciso que ajustemos nuestras peticiones a Sus designios, que son mucho más amplios y mejores.
Ah, se me olvidaba. En los años que han transcurrido desde que hice aquella oración de Año Nuevo que no pareció materializarse he disfrutado de muchos inviernos nevados en varios países. A fin de cuentas la respuesta de Dios fue: «Claro que sí: cuando Yo lo disponga».

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