domingo, 6 de diciembre de 2009

Segunda luna de miel


Después de veinte años de matrimonio en los que casi no pasé una sola noche sin mi marido, las circunstancias nos mantuvieron separados durante más de un año. Yo estaba en las hermosas Islas Filipinas llevando a cabo labores misioneras con nuestros dos hijos adolescentes mientras él recaudaba fondos en Canadá —nuestro país de origen— para la obra que realizábamos. Además, estaba allí para ayudar a nuestros dos hijos mayores a conseguir empleo y establecerse. Era una de esas situaciones en las que no queda otra que apretar los dientes y cumplir con el deber. Así y todo, echaba de menos la compañía y el apoyo afectivo de Bruce. Nuestros dos hijos menores también sentían la falta de su padre. Unos meses antes le había dicho a Jesús que deseaba mucho que Bruce pudiera estar conmigo para mi cumpleaños. Sin embargo, al acercarse la fecha entendí que no iba a ser posible. Los vuelos intercontinentales no son baratos, y Bruce trabajaba casi sin descanso, como es habitual en él. De todas maneras, mi corazón se resistía a aceptarlo. Llegó el día de mi cumpleaños. Me estaba preparando para una pequeña reunión con unos amigos cuando alguien me dijo que me vistiera bien, que me habían preparado una sorpresa y que pasarían a recogerme en 15 minutos. Aquello me desconcertó un poco. Me maquillé rápidamente, me puse mi mejor blusa y salí por la puerta. Una amiga me esperaba en la entrada con el motor del auto encendido. Condujo unas cuadras antes de decirme a dónde nos dirigíamos. Dado que el centro de voluntarios en el que trabajo es un lugar de mucho ajetreo y bastante bullicio, mis amigos sabían que las oportunidades de dormir hasta tarde o descansar un poco más eran escasas. En vista de eso y con el objeto de que mi cumpleaños fuera una ocasión especial, habían hecho los arreglos para que pudiera alojarme un par de noches en un buen hotel. Podría relajarme en una habitación cómoda con aire acondicionado, disfrutar de la piscina y las demás instalaciones, y dormir todo lo que quisiera. ¡Cuántas molestias se habían tomado! Me sentí muy querida y valorada. Llegamos al hotel, y me entregó la llave de la habitación. No había necesidad de registrarse, me dijo con mucha naturalidad. Estaba todo resuelto. Con una sonrisa y una mirada de complicidad, partió.Subí las escaleras hasta el segundo piso, coloqué la llave en la cerradura de la suite nº 9 y la hice girar. Lo primero que vi cuando abrí la puerta fue una mesa con una vela encendida, una torta de cumpleaños en forma de corazón, una botella de vino tinto y dos copas. ¿Sería que…? De pronto apareció Bruce. Salió del dormitorio danzando y cantándome: «Cumpleaños feliz...» Llevaba puesta una camisa tropical y tenía una sonrisa de oreja a oreja. Me eché en sus brazos y nos quedamos así largo rato. Solo de vez en cuanto nos separábamos un poco para mirarnos y para que yo pudiera convencerme de que aquello no era un sueño. ¡Fue una sorpresa de lo más romántica! Además, faltaba muy poco para nuestro vigésimo primer aniversario de casados. Todas las parejas debieran tener la dicha de una segunda luna de miel en un paraíso tropical como las Filipinas. Aquello fue arrobador para mí: Dios había respondido a mi oración secreta, en demostración de Su amor… y todo por hacerme feliz. Me maravillé del cariño y las atenciones de nuestros amigos y compañeros de trabajo, que se habían esmerado tanto para conseguir una linda habitación de hotel y disponerla con velas, vino, una torta de cumpleaños, una canasta de frutos tropicales y hasta música romántica de fondo. No solo lo habían pensado todo, sino que habían logrado mantenerlo en secreto desde hacía semanas, cuando empezaron a ajustar los detalles con Bruce. ¡Mi amado Bruce! Me sentí embargada por su amor. Más tarde me explicó que Jack —un empresario al que había conocido en Canadá— patrocinó todo el viaje. De no haber sido por él no habríamos podido gozar de esa luna de miel. ¡Gracias, Jack! ¡Gracias, Bruce! ¡Gracias, queridos amigos y colegas! Y sobre todo, ¡gracias, Señor, por responder a mi oración! La Palabra de Dios dice: «Deléitate en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón» *1. ¡Cuán cierto! Rose Gagnon es integrante de La Familia Internacional en las Filipinas.

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