martes, 1 de diciembre de 2009

Momentos mágicos


Dicen que los cosas sencillas de la vida son las que nos reportan las mayores alegrías. Eso se hace patente en la hora que paso al principio del día con tres pequeños de 2 y 3 añitos, para que sus madres —compañeras misioneras de La Familia Internacional con quienes convivo y trabajo— puedan empezar el día con buen pie. Debo reconocer, sin embargo, que no siempre ha sido así. En teoría el plan parecía estupendo; pero dado que los tres todavía usan pañales, uno de ellos casi siempre me recibía con una sorpresa maloliente, mientras que la otra estaba hecha un mar de lágrimas porque su madre la dejaba conmigo un rato. Muchas veces tenía ganas de decirles: «Créeme, tengo peor disposición para esto que tú». Los primeros días los saludaba con una taza de café en la mano y, en cuanto podía, me desplomaba en un sofá a esperar que pasara la hora. Huelga decir que las más de las veces aquello terminaba abruptamente cuando una pelea entre dos de los pitusos desembocaba en alaridos que se escuchaban en un radio de 5 cuadras. ¿Qué caracoles podía hacer yo con ellos durante una hora entera? Al cabo de varios días de lo mismo, una de las niñas tomó un librito del suelo, se me acercó y se sentó en mi regazo. —¿Libo? —me dijo mirándome con sus ojazos redondos. —¿Por qué no? Apenas empecé a leer, los otros dos se acomodaron al lado nuestro. Me sorprendió cuánto sabían. Cada uno señalaba en la página algo que le era conocido y lo nombraba a su manera, o imitaba como podía el sonido de uno de los animales. Leímos un libro tras otro, y de esa manera volví a descubrir que los chiquitines de esa edad son como esponjas: lo absorben todo. Aprendían cantidad de cosas de lo que les leía. Le empecé a tomar gusto al asunto. Decidí volcarme por entero a esos ratos que pasaba con ellos y preparar otras actividades para hacer juntos. Hoy en día, esa hora que paso con ellos es uno de mis ratos preferidos de la jornada. Sea lo que sea que hagamos, no hay ocasión en que uno de ellos no diga con entusiasmo: «¡Vez!» —que en su lenguaje significa «otra vez»— cuando terminamos una actividad. Y todos se echan a reír cuando vuelvo a empezar. Ayudarlos a aprender y descubrir cosas nuevas y oírlos reírse a carcajadas es mucho más gratificante de lo que me había imaginado inicialmente. Todavía hay sorpresas malolientes y de vez en cuando alguna rabieta, pero he aprendido que el empeño que yo ponga en los ratos que paso con ellos determina lo provechosos que sean. ¡Cada día pueden ser mágicos!Estefanía Paone es miembro de la Familia Internacional en México.

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